SOY INDÍGENA! ¿y tú?

MARÍA D'JALMA TORRES SÁNCHEZ, ABOGADA INDÍGENA.

MARÍA D’JALMA TORRES SÁNCHEZ, ABOGADA INDÍGENA.

POR  MARÍA D’JALMA TORRES SÁNCHEZ

Hoy, 9 de agosto, celebramos el Día Internacional de los Pueblos Indígenas. Pensé en escribir este artículo desde hace unos días, en el medio de una clase dictada por Bartolomé Clavero (nuestro querido “Pipo”). Tengo un objetivo: reafirmar mi identidad indígena. Y es que Pipo dijo: “La conciencia indígena se puede recuperar”. Hoy declaro públicamente que he recuperado mi conciencia indígena y me reafirmo como tal.

La semana pasada, Bartolomé Clavero, ex Vicepresidente del Foro Permanente de Naciones Unidas para las Cuestiones Indígenas, dictó el curso “Derecho de los pueblos indígenas. Introducción al derecho internacional de los pueblos indígenas. Evolución y Fuentes”, en la Diplomatura de Estudio Internacional en Litigio Estratégico en Derechos Indígenas, organizada por el Instituto Internacional de Derecho y Sociedad (IIDS) y la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). Es la sexta versión de esta Diplomatura sobre derechos indígenas, yo participé en la primera, en el 2011. Cuento esto no solo para hacerle cherry a las Diplomaturas del IIDS-PUCP, sino porque ellas, así como los profesores expertos en derechos de pueblos indígenas que participan, han sido claves para la declaración que hoy realizo.

Soy abogada por la PUCP, pero en ninguno de los siete años de carrera (2004-2011) la Universidad me enseñó sobre derechos de los pueblos indígenas. En mi último año, pude llevar el curso electivo de Clínica Jurídica sobre derechos de pueblos indígenas, pero este solo se centró en el derecho de salud del pueblo Kandozi (Loreto), cuyos miembros venían sufriendo de hepatitis B. Por ello, la Diplomatura sobre derechos indígenas en la que me matriculé en el 2011, luego de haber terminado la carrera, fue la que me brindó las principales herramientas para convertir en la especialista sobre derechos de pueblos indígenas que soy ahora. Pero esta Diplomatura también fue el inicio de un cuestionamiento personal: según el artículo 1 del Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), casi todo el Perú es indígena, y sobre todo lo sería yo, por mis abuelos/as. Y desde esa fecha hasta hace pocos días, casi 5 años después, me pregunté: ¿podría yo llamarme indígena, pese a mi individualismo cotidiano, consumismo enervado, cero quechuahablante y cero agricultura y ganadería?

Sí quiero aclarar que mi dilema no era porque otros me vieran como indígena y tenga miedo a ser discriminada, eso había sido superado fácilmente. El gran problema era la dificultad de sentirme indígena porque no creía que calzara en lo que el Convenio 169 de la OIT exige para ser pueblo indígena. Pero claro, este tratado se refiere a pueblos, como colectivos, y no a individuos. Pese a ello, mi conciencia se resistía a poder ir tranquila por las calles diciéndome indígena. Quizás era el miedo a que otros me cuestionen el hecho de considerarme como tal. Con el pasar de los años, mi progreso fue reafirmar a mis ascendentes como indígenas: “mi abuelos pertenecieron a comunidades indígenas, aunque ya todos viven en Lima y mis papás también”, “yo no sé quechua, pero mi abuelita sí, aunque nunca le enseñó a mi mamá, y ella tampoco a mí”, “mi abuelito/a es de una comunidad indígena! :)”. Estas afirmaciones, increíblemente, las hacía recién a mis 25 años; y es que ellas no me eran familiares antes.

Lo trágico era no poder estar segura de llamarme a mí misma indígena. Sentía que había un corte entre mis abuelos/as y mis padres, quienes no nacieron en el campo, estudiaron en universidades limeñas, solo hablan español y han sido asimilados a una cultura occidental. Sentía que no tenía el derecho a llamarme indígena, pues lo había perdido todo: idioma, costumbres, pertenencia a una comunidad, formas de vida, etc. Este año, en las ponencias a las que fui invitada para hablar sobre derechos de los pueblos indígenas, comencé a reflexionar con el público, en su mayoría pueblos originarios o indígenas, lo triste que es perder una identidad, ese sentimiento de que algo pudo ser tuyo, pero te lo quitaron. Me pregunto si esta reflexión se originó cuando mi abuelita, Nicolaza Cerna, decidió retomar vínculos con su comunidad, ubicada en Recuay, Ancash; lo que sucedió luego del fallecimiento, el año pasado, de mi abuelito, Flavio Sánchez, originario de la provincia de San Miguel, Cajamarca, cuya tierra nunca llegué a conocer.

Pero mi angustia terminó la semana pasada. Retomo la clase de Bartolomé Clavero a la que hice referencia al inicio. “La conciencia indígena se puede recuperar”, dijo este (súper) experto y comprometido con los pueblos indígenas. Fueron la firmeza y seguridad, así como la admiración que le tengo, las que me hicieron, de un minuto a otro (literal), decir: “Soy indígena!”. Y fui feliz. Con esa seguridad, me quité la carga de haber sido despojada de una identidad que siempre me perteneció, y sentí que podía contra todo aquel que osara cuestionarla. Mi abuela materna: descendiente del pueblo indígena Recuay, ubicado en la provincia del mismo nombre, en la región de Ancash; el nombre de la comunidad campesina/indígena donde nació es Pampacancha. Ella y sus hermanas hablan quechua. Mi abuelo materno: fue siervo de una hacienda en la provincia de San Miguel, región de Cajamarca. No llegó a formar parte de las rondas campesinas, pues migró a Lima antes de su creación. Mi mamá me cuenta que el papá de mi abuelo lo alquilaba al hacendado como mano de obra. Mi abuela materna: falleció cuando era muy pequeña. Con lo poco que me han contado y yo preguntado, deduzco que perteneció a una comunidad indígena/campesina de la Costa. Ella era de Mala, provincia Cañete, región de Lima. Era partera de profesión. Mi abuelo paterno: descendiente del pueblo indígena Yauyos, comunero de una comunidad campesina/indígena ubicada en la provincia del mismo nombre, en la sierra de la región de Lima. Por él, cuando era niña, la familia de mi mamá me decía “yauyina”.

La emoción es tanta que incluso caen lágrimas de alegría. Yauyina me decían desde niña, y hoy retomo conscientemente esa identidad indígena. Me pregunto: qué tan difícil puede ser reconocerse como tal en este país de “todas las sangres”. Pues lo fue, y para alguien como yo, sensible al tema, pues le dedico aproximadamente 12 horas al día, todos los días, a los pueblos indígenas, no solo en el trabajo, sino sobre todo en las reflexiones personales. Y también me pregunto, qué tanto daño y cuánto estamos perdiendo con esta negación colectiva de nuestra identidad indígena. ¿La podremos recuperar? ¿Podremos salvarnos de extinguirnos?

En el Día Internacional de los Pueblos Indígenas, quiero agradecer a los pueblos indígenas u originarios, comunidades campesinas, comunidades nativas y rondas campesinas del Perú, por su resistencia frente a políticas asimilacionistas y hasta genocidas, la cual me ha salvado de la extinción. Pero también merecen especial agradecimiento los/as defensores/as, académicos/as y funcionarios/as del Estado y de organismos internacionales sobre derechos humanos, que tienen la claridad y valentía suficiente para acompañar a aquellos pueblos en sus luchas y resistencias, que fáciles nada son, y que incluso implica amenazas de muerte y criminalización en su contra. Gracias a estos pueblos y estas personas, hoy puedo declarar, 100% segura, que soy indígena… ¿y tú?

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Fuente: Lamula.pe

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