Por Alberto Chirif*
09:45|24 de octubre de 2017.- El auge de la explotación de gomas silvestres tuvo una vida efímera. Comenzó a mediados de la segunda mitad del siglo XIX e inició su declive en 1914. Su historia de esplendor y caída no se diferencia en lo sustancial de las que se dieron en la misma época (con el guano y el salitre) ni de otras actuales, cuando periodos de crecimiento económico son seguidos por otros de depresión, debido al carácter voluble de los mercados internacionales. Su auge fue consecuencia de la fuerte demanda de gomas por parte de la industria europea y de los Estados, mientras que su caída, a partir de 1914, se debió a la entrada en producción de las plantaciones de shiringa (Hevea brasiliensis) que Gran Bretaña había establecido en sus colonias del Sudeste asiático, con semillas llevadas de contrabando desde Brasil. En ese momento, la producción de las plantaciones superó largamente la proveniente del medio natural y redujo los costos de extracción.
La actividad extractiva llegó a expandirse por toda la Amazonía peruana y tuvo consecuencias devastadoras para los pueblos indígenas, pero fueron particularmente brutales para aquellos que habitaban el espacio interfluvial ubicado entre el Putumayo y el Caquetá, inmenso espacio que constituye el territorio tradicional de muchos de ellos, principalmente Bora, Huitoto, Ocaina, Andoque y Resígaro, quienes fueron los extractores directos de las gomas silvestres.
Las razones que explica esto son varias. La primera es que en esa zona la extracción fue realizada por empresas y no por individuos aislados. Primero fue Arana & Hnos., que tuvo como gerente al comerciante Julio César Arana, y luego The Peruvian Amazon Company, empresa que ese personaje estableció en Londres con la doble finalidad de captar capitales frescos y de asegurar sus propiedades en caso que su zona de operación, en disputa con Colombia, quedase en manos de este país. La empresa se organizó en más de veinte “secciones” que estuvieron bajo el mando de capataces.
El trabajo se basó en la “habilitación”, sistema que consiste en entregar bienes industriales a los indígenas para que ellos los paguen con las gomas recolectadas. Dado que los caucheros sobrevaluaban los precios de los bienes industriales que les entregaban y subvaluaban el de las gomas silvestres que recibían, se establecieron relaciones de intercambio asimétricas que generaron “deudas” que los indígenas nunca conseguían pagar. Los habilitados podían ser transferidos como mercancía u ofrecidos como garantía para préstamos. El traspaso de esas “deudas” era formalizado mediante un simple documento firmado ante alguna autoridad local. Una misma persona podía ser transferida varias veces a lo largo de su vida y, en caso de muerte, sus hijos heredaban la deuda y debían continuar trabajando para el patrón a fin de pagarla.
Los indígenas que reclamaban por las injusticias de este sistema eran castigados y los que osaban rebelarse eran bárbaramente asesinados. Como los jefes de las estaciones gomeras ganaban un porcentaje sobre el caucho recolectado, ellos impusieron condiciones cada vez más brutales para que los indígenas aumentasen su productividad. Quienes no cumplían con las cuotas impuestas por el patrón eran sometidos a castigos físicos (cepo, flagelaciones, mutilaciones) que causaron miles de muertes. Todo esto impuso un régimen de terror.
Otra razón que explica el terrible impacto causado por la actividad cauchera sobre la población indígena de esa zona fue el traslado que ella experimentó, a partir de 1923, un año después de que el Perú entregara a Colombia, mediante el Tratado Salomón-Lozano, el espacio interfluvial al que antes me he referido. Cuando la población había sido llevada por los caucheros a territorio peruano en la margen derecha del Putumayo, se desató un conflicto armado entre ambos países, a raíz de que la Junta Patriótica de Loreto tomó la decisión de recuperar Leticia para reintegrarla al suelo nacional.
Los combates y la llegada de tropas portadoras de nuevas enfermedades diezmaron a una población indígenas sin defensas contra ellas. A raíz de esta confrontación, los caucheros volvieron a trasladar a la población hacia el sur, más al interior del territorio peruano. Fue así que llegaron a los ríos Napo, Ampiyacu y Nanay, este último, al lado de Iquitos, donde hoy existen diversas comunidades, habitadas por sus descendientes.
Aunque la crisis de la extracción de gomas amazónicas, provocada por la caída de los precios a raíz de la entrada en producción de las plantaciones británicas, salvó a los pueblos indígenas que ahí habitaban del exterminio total, los impactos que recibieron han dejado huellas indelebles en su demografía y en su estructura social y cultural.
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*Texto escrito para el Teatro La Plaza a propósito de la puesta en escena de «Savia», obra teatral escrita por Luis Alberto León y dirigida por Chela de Ferrari.