Sobre la identidad en los miembros del pueblo matsés.
Por Daniel Sánchez Velásquez*
Una constatación sombría es que nos hemos acostumbrado a pensar que nuestra perspectiva, esencialmente occidental, es la única y la correcta. A partir de ese enfoque, hemos construido reglas que –por incomprensión o desdén– en ocasiones despojan a miembros de otras culturas de sus derechos.
Un modo de enfrentar este problema es observando, por ejemplo, la construcción de los nombres y apellidos de las personas. En nuestro país se considera que a los hijos les corresponde el primer apellido del padre seguido del primer apellido de la madre. Este esquema ha sido recogido en el ordenamiento civil y de manera imperativa debe ser aplicado a todos sin excepción.
Sin embargo, no todas las personas lo siguen. En la región Loreto, cerca de la frontera con Brasil, vive el pueblo indígena matsés. Según su cultura, ellos utilizan los segundos nombres de origen matsés del padre y de la madre para identificar a sus hijos. Así, el hijo de Juan Shoqué Waquí Shapá y María Dané Tumí Bëso, tendrá como nombre Ángel Waquí Shoqué Dané. El nombre del padre es tomado como apellido y el nombre de la madre es utilizado como segundo apellido.
Esta situación se revela más compleja cuando reparamos en que el nombre del hijo (Waquí) es el mismo que el de su abuelo paterno, pues, según sus miembros, además de identificar a la persona, representa las cualidades de esta y determina características culturales vinculadas con sus orígenes. A esta variante de la construcción de la identidad se le conoce como “nombres cruzados”.
Esta diferencia viene generando un conflicto real de identidad en los miembros del pueblo matsés. Hoy, gran parte de su población se ve imposibilitada de obtener el DNI, pues la forma tradicional en la que realizan la composición de sus apellidos no es reconocida ni aceptada por la legislación peruana. El Reniec solo entrega este documento si los ciudadanos matsés, en atención a lo ordenado por el Código Civil, se resignan a cambiar la estructura tradicional de sus nombres y se adecúan obligatoriamente al formato nacional.
Una perspectiva unilateral que condiciona la renuncia a la identidad cultural para el acceso a un documento que te permita estudiar, reconocer a tus hijos, ser atendido en un establecimiento de salud, ingresar a los programas sociales o desplazarte dentro del país y fuera de él limita el ejercicio de nuestra aún precaria ciudadanía.
En épocas recientes se han registrado algunos cambios que buscan revertir esta subordinación cultural y han puesto el acento en el diálogo (consulta previa), la enseñanza (educación intercultural bilingüe) o la justicia (reconocimiento a la jurisdicción comunal) como herramientas para ese entendimiento social indispensable.
Sin embargo, las transformaciones requieren de un compromiso intercultural más profundo del Estado y de la sociedad, para que, sobre los cimientos de un acuerdo, el respeto por las diversas formas de ver el mundo conquiste el lugar merecido dentro de nuestras convicciones personales y de las prioridades públicas.
Lo dicho nos coloca ante una mayor exigencia: se requiere reconocer ideas y costumbres hasta ahora relegadas al escaparate de lo exótico y lo folclórico, para ser consideradas, ahora sí, como piezas válidas en el plano legal e institucional. Respetar los nombres cruzados de los matsés sería un buen comienzo.
*Jefe del Programa de Pueblos Indígenas de la Defensoría del Pueblo
___________________________
Fuente: El Comercio