Por Claudia Cisneros
Foto: Intenet
Con qué facilidad muchos olvidan que el lugar privilegiado en el que han nacido no es ningún mérito propio. ¿Te detienes a pensar cuántos miles en el territorio del Perú no cuentan con ese ‘accidente’ de origen que hizo que los derechos esquivos para la mayoría se vuelvan privilegios para unos pocos? Acceso a educación, techo, salud, derechos ciudadanos, políticos, humanos. O a un real acceso a la justicia. Imagínate nacido en una situación absolutamente distinta a la propia. Eso ayuda a generar empatía, modestia y consideración auténtica por los problemas, luchas y necesidades de otros. Y a no interpretarlos desde el prejuicio desinformado y deshumanizante. Si te parece un ejercicio inútil es inequívoca señal de egoísmo social. Y debería preocuparte haberte dejado colonizar por el exacerbado individualismo que las sociedades neoliberales de hoy –donde es dios el capital– han incrustado en las mentes de nuestros tiempos.
Profundizando verás que el individualismo absolutamente consecuente te aniquilaría. Es un falso concepto que maquilla el egoísmo sobre el que se sostiene la falacia del “exitismo” que ha inoculado el hipercapitalismo. Falacia apologética de la transgresión, abuso, vulneración a quienes se interponen en tu programa personal, aunque sea solo por exigir los derechos que tú tienes. Es ver al otro solo como mero instrumento. La falacia individualista del liberalismo económico alimenta el egoísmo social y fractura nuestra ancestral, cultural y biológica necesidad de comunidad.
La neutralidad del liberalismo también es falsa. Porque comporta un compromiso cultural con un sistema de ideas determinado, y una pretensión universalizante de los valores a promoverse como los mejores en el ámbito de lo público. Su concepto de igualdad es homogeneizante de las diferencias culturales y promueve la anulación de las identidades distintas o la asimilación de quienes no comparten el proyecto liberal. Bajo el falso argumento de la igualdad o neutralidad, lo que hace el liberalismo es legitimar el predominio de un grupo y un horizonte de vida sobre otros. Y eso es lo que hacen quienes incluso sin reconocerse explícitamente liberales lo son por las ideas que sostienen y el horizonte desde el que las enuncian.
Pensar y calificar a los pueblos indígenas como perros del hortelano, o como salvajes incivilizados o como ignorantes manipulables, es síntoma de no haber podido expandir un entendimiento del otro más allá del propio círculo, de los propios referentes como si fueran los ideales y únicos, de no haberte podido liberar de prejuicios culturales.
Los pueblos indígenas no solo preexisten al Perú como tal. Son pueblos ancestrales, con una ligazón estrecha con los elementos de la naturaleza, la geografía en la que han vivido y por muchas otras razones: sus modos de vida, su organización comunal, su lengua, su horizonte de desarrollo, y ante todo porque se autorreconocen como tales.
Intentemos el ejercicio de valorarlos por lo que ellos son, un grupo de humanos que un día despertaron incluidos en un mapa y en un sistema a los que nadie les preguntó si querían adherirse. Y pese a ello, y a ni siquiera ser beneficiados con los derechos básicos que el Estado promete a todos, y pese a que han sido históricamente postergados frente al abuso de explotadores de caucho, oro, petróleo, madera, narcotráfico, terrorismo, pese a todo ello están dispuestos a compartir lo que tienen, de lo que se sustentan desde tiempos anteriores a cualquier historia del Perú. ¿Y nosotros los despreciamos, insultamos, cuando no los invisibilizamos? ¿Nos atrevemos a llamarlos salvajes porque no comparten nuestra afición por nuestras tecnologías o porque no son cristianos o ateos? Cualquier análisis neutral de nuestras grandes urbes nos confirma nuestro verdadero salvajismo. Miremos cualquier noticiero, cualquier día de los últimos 20 años.
Las culturas son dinámicas y también hay nativos o comunidades que se occidentalizan un poco o todo. Hay también términos medios en el intercambio cultural. Al interior de la diversidad hay más diversidad. Lo que no podemos dejar de hacer es mostrar respeto por ellos. Es un deber hacernos responsables de asegurarles su derecho al pleno reconocimiento social y político y al ejercicio de derechos culturales. Es un deber conversar con ellos todas las horas que se requieran para comenzar a entendernos desde nuestras diferentes perspectivas. Es hora de oponerle al monólogo limeño el diálogo intercultural.
Pese al individualismo extremo del liberalismo económico = neoliberalismo, felizmente nuestro ADN sigue diciendo algo distinto. Somos una especie absolutamente dependiente de los demás. Empecemos a mirarnos.
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