Por Mariana Escobar Roldán
El mexicano Mario Molina, premio Nobel de Química en 1995 y uno de los científicos que encontró el gran agujero sobre la capa de ozono, advirtió que los principales gobiernos mundiales “no se están tomando en serio” el calentamiento del planeta, y que de no controlarse, conduciría a “sequías e inundaciones más acentuadas, aumento de los incendios forestales, e incluso a la desaparición de la Amazonía”.
Aunque la predicción suena descabellada, el retroceso del bosque tropical más extenso del mundo ya es evidente, y alarma: solo entre 2000 y 2010 se suprimieron cerca de 240.000 kilómetros cuadrados de bosque amazónico, el equivalente al territorio completo del Reino Unido.
Así lo encontró la Red Amazónica de Información Socioambiental Georreferenciada (Raisg) en un informé que tituló “Amazonia bajo presión”, que logró de manera inédita unir y comparar los datos de los ocho países (Brasil, Bolivia, Ecuador, Perú, Colombia, Guyana, Venezuela y Surinam) y el territorio de ultramar (Guyana Francesa) que comparten gigantescas áreas del ‘Pulmón del mundo’.
Según el estudio, de continuar el ritmo de amenazas, como la construcción de carreteras y las actividades petrolera, minera y de hidroeléctricas, en 2050 podría desaparecer hasta la mitad del bosque amazónico.
De acuerdo con Raisg, la deforestación y las actividades extractivas, incluso en áreas que comparten dos o más países, son las presiones más grandes que atraviesa la región. Por ejemplo, el informe muestra que existe una gran área afectada por la pérdida boscosa que va desde Brasil hasta Bolivia, una zona de presión hídrica y explotación petrolera en la Amazonia Andina y un anillo minero en las periferias.
La apertura de caminos, particularmente en Ecuador para la exploración de petróleo, genera un desequilibrio climático, que se acentúa con los planes para conectar al Atlántico con el Pacífico, desde Brasil hasta Colombia. El atlas deja ver que este país tenía en 2013 el mayor número de lotes (102) para la exploración y explotación de hidrocarburos, mientras Perú tiene la superficie más extensa destinada al petróleo (84 % de su Amazonia).
Para Joaquín Carrizosa, de WWF, aunque no todas las presiones son compartidas, la principal y la que debería acaparar mayor atención es el cambio climático. Según explica, con la pérdida boscosa siguen los incendios, las inundaciones, las sequías y los cambios en los ciclos de las lluvias. Las condiciones hacen que la región sea altamente vulnerable a problemas de cambio climático.
Carrizosa destaca que las fronteras son los nichos de problemáticas socioeconómicas y ambientales, en gran parte porque la gobernanza nunca ha sido tan clara y la institucionalidad no aparece. Por eso, dice, el gran reto es construir propuestas participativas regionales y articularse, no solo para la vigilancia, sino para que los mismos ciudadanos generen propuestas.
Pulmón sin responsables
Si hay algo que tienen en común los países amazónicos es que el desarrollo de esta región ha sido “escaso, débil y marginal”. Así lo considera Carlos Ariel Salazar, coordinador del Programa de Investigación en Dinámicas Socioambientales del Instituto Sinchi, para quien si bien el cambio climático y la importancia de la biodiversidad han movido últimamente las agendas, la Amazonia sigue sin peso político en los 8 países y el territorio de ultramar, con la particularidad de que todos ven en Brasil una potencia que define las prioridades e intereses.
Siendo la Amazonia “un patio trasero que ningún gobierno quiere mirar con la suficiente atención”, para Salazar debería entonces haber un papel protagónico del Tratado de Cooperación Amazónico, suscrito en 1978, pero, dice, la inestabilidad de muchos gobiernos hace que sea poco operante y que restrinja su funcionamiento a recursos de la cooperación internacional, aspecto que lo debilita, ya que de acuerdo con el experto, “los países por sí mismos no tienen unas dependencias que estén pensando en la Amazonia, ni un componente técnico importante y recursos significativos”.
Al respecto, la Cancillería colombiana le compartió a EL COLOMBIANO un documento en el que evidencia que la corporación que los ocho países crearon para poner en marcha el tratado tiene 254 actividades, de las que ha implementado el 84 % de corto plazo y el 72 % de las planteadas a futuro, la mayoría relacionadas con medio ambiente, energía y desarrollo, salud y asuntos indígenas.
No obstante, continúa Salazar, “por el poco peso político, por la nula posibilidad de conseguir votantes allí, no hay verdaderos compromisos”. Mientras tanto, concluyó, “tenemos ocho países que tienen legislaciones y visiones diferentes sobre una misma Amazonia”.
Los contrastes y las zonas que quedan sin presencia estatal, según Christian Poirier, director de Programa de la organización Amazon Watch, vuelven aún más problemático el ya existente tráfico de drogas, armas y recursos naturales, y ponen en riesgo la integridad de los pueblos indígenas, sobre todo de los aislados que allí habitan.
Además, el experto ha probado que cuando hay presencia estatal, esta se ciñe a lo militar y eso solo exacerba la sensación de inseguridad para los pueblos. “Si los gobiernos quieren cuidar, hay maneras más sofisticadas que poner grandes fuerzas en puntos estratégicos, porque los que trafican siempre van a encontrar otras maneras de pasar las fronteras”.
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Fuente: EL COLOMBIANO