La seducción de la clase obrera (coedición de IEP y el Ministerio de Cultura, 2015), del historiador peruano Paulo Drinot, y que lleva por subtítulo Trabajadores, raza, clase y estado peruano es un trabajo fundamental para entender no solo la manera en que se construyeron y desarrollaron los derechos laborales en las tres primeras décadas del siglo XX, sino para comprender además cómo la opción por la construcción de un «Estado obrero» fue una manera de excluir a la población indígena de un conjunto de derechos.
Drinot nos explica que para ciertas élites modernizantes de inicios del siglo XX «el obrero fue visto como una respuesta, una alternativa, una solución al problema del indio, a la cuestión del indio». Uno de los representantes de esta corriente fue Luis Miro Quesada de La Guerra, quien luego fuera director del diario El Comercio, así «estas ideas terminan influyendo en las políticas de estado. Así La Constitución de 1920 tiene una serie de artículos que son un reflejo directo de las ideas de Miro Quesada, e incluso un poco antes, de proteger al obrero, de crear una institucionalidad que lo defienda en el ámbito laboral»
El autor nos explica que si bien la Constitución de 1920 reconoce la comunidad indígena «tambien hay una diferenciación muy clara y a partir de ahí queda claro que un indio no puede ser un obrero, y un obrero no puede ser un indio. Son dos categorías ontológicas». Para Drinot esto expresaba «una concepción del indio en relación al trabajo, que lo excluye del trabajo moderno, o que construye la fabrica como un lugar en el cual el indio deja de ser indio y se transforma en un obrero. Una transformación que no solo es entendida como cultural sino casi biológica».
Esta idea evolucionista también aparece con matices en Mariátegui o Haya de la Torre, ya que según Drinot «comparten la idea que el indio para ser útil para el país tiene que transformarse en otra cosa. A mi me llamaba la atención al leerlos la dificultad de imaginar al indio como tal, como un ser valioso».
La seducción de la clase obrera nos da una imagen distinta a la que proyectaban los pioneros trabajos sobre la historia de la clase obrera de Denis Sulmont y Alberto Flores Galindo, que enfatizaban más el conflicto, y muestra a partir del análisis de los arbitrajes realizados por la Sección de Trabajo a lo largo de la década del 20 que «los obreros incorporan este discurso de la élite modernizadora en sus estrategias de negociación con los empleadores. No solamente usan la huelga como una estrategia de defensa de sus intereses, también interpelan estas ideas para decir a los empleadores nosotros también somos agentes del progreso»
Drinot amplía la mirada de la acción del estado en los años 30 más allá de la confrontación con el APRA, analizando los casos de los barrios obreros, los restaurantes populares y el Seguro Social Obrero que apuntaban a «dar a los obreros un papel mayor en la sociedad, un reconocimiento». Sin embargo «hay una limitación enorme, se crearon cuatro restaurantes populares, tres en Lima y uno en Huancayo, los barrios obreros eran pequeños. No eran problemas efectivos al problema de la vivienda o al problema de la alimentación»
Sin embargo Drinot concluye que «debemos alejarnos de la idea de que el Estado peruano no logra las cosas que se plantea» y empezar a entender «qué se plantea el Estado y cómo identifica a un objeto de gubernamentalidad, de protección, de mejora, porque esa es su visión de progreso». Considera el autor que esto puede ser muy útil para entender al Estado hoy y ese «énfasis en el crecimiento a través del extractivismo que crea sujetos para la acción del Estado pero que , a la vez, también crea una ceguera frente a una serie de problemas».
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Fuente: La Mula.pe