Cruda realidad en la Amazonía. La escuela funcionará hasta que dure el contrato del único profesor. Quien lo reemplace puede llegar en uno o dos años, o nunca. Esta situación explica por qué chicos de 12 y 17 años cursan el primer grado y por qué los jóvenes forman su familia sin saber el abecedario. Parece que el tiempo se hubiera detenido en estas zonas. Falta más atención del Estado.
Por Elízabeth Prado
14:32|11 de diciembre de 2017.- En la comunidad Nueva Luz de Arara –distrito de Yurúa, provincia de Atalaya, región Ucayali– el tiempo parece haberse detenido en los primeros años de la década de los setenta cuando fue fundada por el nonagenario patriarca Román Pascual Francisco.
Sus moradores viven de la pesca, la caza y de una agricultura poco variada. Nadie tiene un aparato de radio a transistores, ellos suelen enterarse de las noticias después de tres días cuando algún poblador llega con la información desde Breu, capital del distrito de Yurúa.
Como en la mayoría de las alejadas comunidades amazónicas, las mujeres continúan dando a luz solas, ellas mismas se asisten en el corte del cordón umbilical de sus bebés. No hay atención médica, una afección respiratoria la curan mezclando ‘ausacha’ (ajo) y limón. Y si se trata de males estomacales, apelan a un hervido de hojas de Hobo (árbol de monte).
Cuando llegamos a este poblado ashaninka, ubicado en la cuenca del Huacapishtea, el primero en recibirnos fue Laureano Pascual, quien tiene cierta ascendencia sobre los comuneros por ser pastor evangélico. Sus reclamos llegaron uno tras otro, todos referidos al abandono por parte del municipio de Breu y del Gobierno.
Él nos señala el lugar donde está la escuela bilingüe Nº 65145, local de madera de un solo ambiente, pintado de azul, que fue construido por un sacerdote en el año 2003 y que hoy funciona con más voluntad que con implementos.
El profesor contratado Rafael Pishagua Fumanga trata de enseñar a 30 alumnos de entre 8 y 18 años que estudian la primaria. Además apresta a 5 pequeños de inicial. Los servicios higiénicos, luz y agua potable no forman parte del colegio ni de la comunidad.
“Aquí falta mobiliario, los alumnos se sientan en el piso. Como ve, hay mucha desnutrición. Felizmente el programa Qali Warma les da desayuno y almuerzo. Cada tres meses traen leche, avena, kiwicha, lentejas, harinas y pollo en conserva. Los niños solo hablan ashaninka y el castellano recién lo aprenden acá en la escuela, aunque con dificultades porque pronuncian la R como si fuera L. Por eso creo que un profesor foráneo no va a entenderlos. Así ocurrió el año pasado cuando estuvo un profesor shipibo», refiere Pishagua, que viene completando sus estudios en la sede pucallpina de la Universidad Los Ángeles de Chimbote.
Sin acceso a educación
A tres horas de navegación por el río Huacapishtea, desde Nueva Luz de Arara, encontramos la comunidad Nueva Vida. Aquí no tienen el privilegio de contar con una escuela.
En el año 2014, los comuneros acondicionaron una pequeña maloca como escuela ante el anuncio del arribo de un profesor. Allí estudiaron 15 alumnos, pero tan pronto concluyó el contrato del docente en el 2015, la escuela se cerró. Las autoridades regionales de educación nunca enviaron otro maestro para los 20 estudiantes de hasta 17 años que hay ahora en la localidad.
La escuela hoy luce abandonada, poco queda de los rústicos maderos sobre los que los alumnos colocaban sus cuadernos para escribir. Esta tarea la hacían de pie porque no tenían donde sentarse. Solo al momento de atender las clases se acomodaban en el suelo.
“En esta comunidad los niños están olvidados por las autoridades de Educación. Ellos hacen familia a temprana edad sin conocer una letra. Ese es su destino”, lamenta Raúl Casanto Shingari, un ashaninka proveniente de la selva central que dejó su comunidad de Kivinaki, en Pasco, cuando el territorio fue reducido. Así, hace 18 años llegó a Yurúa y se instaló en la zona de Paititi.
Conocedor de la zona, menciona que lo más cercano a Nueva Vida para estudiar la primaria es la comunidad de Nueva Luz de Arara, pero el traslado diario de los niños a través del río Huacapishtea es complicado. Tampoco podrían ir hasta la comunidad de Paititi para seguir la secundaria.
Esta situación explica por qué Aydee Ríos Gonzales, una niña de 12 años, recién está en segundo de primaria. La encontramos en la escuela de Nueva Luz de Arara ejercitándose en el reconocimiento de palabras mediante el clásico silabeo. Deletrea con esfuerzo los nombres de frutas, como plátano, manzana, papaya, piña, escritas por el profesor en la rústica y despintada pizarra de la escuelita azul.
Fondos ambientales
Casanto Shingari sostiene que el nivel de vida de los pueblos indígenas podría mejorar sustancialmente si los 700 millones de euros que Noruega entregó al Perú en el año 2016 para la conservación de bosques llegara con justicia a las comunidades amazónicas.
«De esa plata, el Ejecutivo quiere dar a las comunidades, a través del proyecto Manejo y Conservación de Bosques, 10 soles por hectárea. La mayor parte del dinero se queda en la burocracia de Lima. Además, las ONG quieren crear más y más reservas para captar esos fondos. Ese es el problema», señala con firmeza.
El más antiguo
En Nueva Vida vive el patriarca Román Pascual Francisco, fundador de la comunidad Nueva Luz de Arara. Solo habla ashaninka, pero a través del traductor intercultural Ilder Pérez Mendoza relata los inicios de esta comunidad.
Recuerda que en el lugar vivían algunas familias de manera dispersa. Una de ellas era la suya, y estaba conformada por sus padres y abuelos.
«Mis padres y abuelos vinieron del Gran Pajonal (Junín) buscando un lugar para vivir porque donde estaban había enfrentamientos entre familias. Así llegaron a la boca del río Yurúa, a Dulce Gloria. Así siguieron avanzando», relata el nonagenario.
Un día llegaron los yaminahua y se produjeron constantes enfrentamientos. Para poner fin a esto, les entregaron a una ashaninka. Con ella, agrega, los yaminahua se alejaron del lugar y nunca más vieron a la joven.
No contactados
Román Pascual Francisco no para de hablar. Ahora narra que siendo joven él y su familia vieron en la playa del río Yurúa a unas personas muy diferentes a ellos y pensaron que provenían del lado brasileño. Eran los no contactados, pero no lo sabían.
«Los agarramos a todos y los amarramos. Así los metimos en una canoa. Les dimos de comer, pero no nos recibieron. En la noche los pusimos a dormir junto a nosotros. Cuando despertamos ‘los calatos’ se habían ido», afirma a modo de anécdota.
Pero los encuentros con los no contactados se repitieron. Esta vez ‘los calatos’, como les dice el patriarca, los atacaron. En el fragor de la lucha hirieron de muerte a un adulto. En tanto, el hijo de este, de aproximadamente 10 años, fue capturado y llevado a la comunidad más cercana.
«Este niño fue llevado a la comunidad nativa Victoria. Hoy tiene como 40 años, pero no ha logrado integrarse a los ashaninkas. No se interesa en ninguna joven del lugar. Es callado, y a veces prefiere estar sin ropa”, manifiesta Román Pascual Francisco, el nonagenario que nunca vio un aparato de televisión y no sabe en qué año vive.
Claves
Trámite. Con el apoyo del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), el territorio de la comunidad Nueva Luz acaba de ser georreferenciada, paso previo para obtener su titulación.
Apoyo. La Organización Regional Aidesep de Ucayali representa a las comunidades indígenas de esta región. Hace el seguimiento al proceso de demarcación territorial y al trámite de titulación.
Vuelos. Nueva Luz tiene pista de aterrizaje de avionetas abierta por la misión Suiza. El profesor Rafael refiere que un vuelo cívico desde Pucallpa cuesta 100 soles. El chárter, 450. Casi nunca los utilizan.
_______________________________
Fuente: La República