En el mismo día en que, a nivel internacional, se conmemora el Día Internacional de la No Violencia contra la Mujer, la Organización Nacional de Mujeres Indígenas Andinas y Amazónicas del Perú (ONAMIAP) recuerda su aniversario. Una fecha que, en este 25 de noviembre de 2019, es especial porque se cumplen diez años de reivindicaciones y se mira al futuro con esperanza. Su presidenta, Melania Canales Poma, reflexiona sobre estos y otros temas.
Por: Beatriz García Blasco
14:20|25 de noviembre de 2019.- Es hija y nieta de un entorno donde la violencia de género era algo normalizado: “Mi papá le pegaba a mi mamá, mi abuelito a mi abuelita, mi tío a mi tía, el vecino a la vecina… Todo era violencia y las mujeres prácticamente no tenían independencia ni autonomía, sus derechos estaban pisoteados”. Relata que esa durísima realidad, desde muy niña, le dolía. Y en ese dolor, acentuado por la indignación que sufría al presenciar y vivir el racismo de una sierra donde los “indios” debían rendir pleitesía a los “mistis”, se fue forjando poco a poco un liderazgo femenino que, el día de hoy, ostenta la presidencia de la Organización Nacional de Mujeres Andinas y Amazónicas del Perú (ONAMIAP). Ella es Melania Canales Poma, orgullosamente ayacuchana luciendo siempre el sombrero de su Lucanas natal. Ella es quien, hasta el 2021, encabezará una organización que cumple hoy una década de andadura reivindicando los derechos de las mujeres andinas y amazónicas.
– Ustedes son, en Lima, la voz de la mujer andina, pero también la amazónica. Es decir, de la mujer indígena peruana. ¿Qué diferencia a andinas y amazónicas? ¿Y qué las une como indígenas?
– Muchas cosas. Recuerdo en los últimos años del siglo pasado, cuando nos encontrábamos en algunas reuniones en Lima, entre nosotras había estereotipos. Las andinas decíamos a las amazónicas que son flojas, que no quieren trabajar, que sólo duermen. Y las amazónicas nos decían a las andinas que éramos depredadoras, que arrasábamos con el bosque… Ambas nos insultábamos y era urgente sentarse y dialogar. Teníamos que sentarnos a ver nuestras diferencias y nuestras coincidencias. Y esas diferencias, que tienen que ver con la diversidad cultural, se entendieron porque tienen que ver con otras formas de ver las cosas, otras costumbres. Tanto unas como otras tenemos nuestra forma de ver el mundo. Nos hemos entendido y es por eso que existe ONAMIAP. Asimismo, en el caso de nuestras luchas, una de las cosas que nos tiene que unir es la violencia hacia la mujer. Nosotras somos las más vulnerables, somos violentadas y sufrimos el patriarcado porque también existe el patriarcado ancestral, aunque se ha fortalecido mucho más con el colonialismo. Era algo que nos unía, así como la lucha por nuestro territorio colectivo y por la interculturalidad. Nuestra salud, nuestras medicinas y conocimientos no eran reconocidos y ambas queríamos lo mismo. En la educación, teníamos nuestra forma y el Estado no nos reconocía. Son varias luchas que nos tenían, sí o sí, que unir. Los pueblos tenemos que unirnos porque sólo unidos en los principios mínimos podremos salir adelante. Si cada uno va por su lado se debilitan nuestras luchas. Haríamos grandes cosas si, más allá de nuestra diversidad, todos nos uniéramos.
– No existe, prácticamente, casi ningún lugar en el mundo donde se haya alcanzado una igualdad real, en mayor o menor medida, todos los países siguen luchando. ¿Qué es para usted la igualdad? ¿Cuándo se alcanza?
– Una igualdad real, si hablamos en términos de género, será real cuando no nos miremos con inferioridad o superioridad, cuando todos tengamos las mismas oportunidades en nuestra comunidad, en salud, en educación, en participación política… Por otro lado, otra de las cosas importantes es que, en nuestros pueblos, siempre hablamos del equilibrio, en el mundo andino hablamos del Sumak Kawsay y en el amazónico del Buen Vivir. Ambos significan equilibro, que todos estemos en el mismo nivel, y armonía, que vivamos de manera armónica no sólo entre seres humanos, sino entre las plantas, animales, cerros, ríos y demás. Es equilibrio y armonía porque todos los seres nos necesitamos. Entre hombres y mujeres ocurre igual, tenemos que tener un trato igualitario, los mismos derechos, las mismas oportunidades.
– Personalmente, ¿qué llevó a Melania Canales a involucrarse en el movimiento organizacional de defensa de los derechos de la mujer indígena?
– Yo soy hija única de padre y madre, pero mi madre era viuda. Tuvo cinco hijos y en mi familia, y en mi pueblo, veía que las mujeres eran maltratadas. Todo era violencia y las mujeres prácticamente no tenían independencia ni autonomía, sus derechos estaban pisoteados. Eso me dolía mucho desde muy niña. Yo, como era hija única, me ponían a estudiar y mi tía decía: “¿Para qué le pones a estudiar? Ella es mujer, se va a casar y va a tener marido que le va a mantener, no le hagas estudiar”. Pero mi papá, como era su hija única, decía: “No importa, saldrá profesorita, voy a educarla”. Esa fue una de las situaciones que me impulsó a luchar por mis derechos y de demás mujeres. Y también que siempre pensé: “Yo no quiero casarme”. Tener hijos para mí también era dificultoso porque veía como las mujeres sufrían, cargaban con la familia, y tenía miedo realmente. Quería tener algo en la vida antes de tener hijos, porque veía como muchos hombres se van y te dejan. Eso era típico en las comunidades. Por otro lado, también me indignaba presenciar tanto racismo.
– ¿Qué situaciones se generaban en su entorno cercano?
– Había dos grupos en la tierra: uno los ‘mistis’ y el otro los ‘indios’. Y sólo los ‘mistis’ podían ser alcaldes, gobernadores, jueces, autoridades. A veces venían y decían: “¡Mate a ese carnero, quiero llevármelo!”. Y se lo llevaban. Había ese tipo de abusos. Si un niño no les saludaba, ellos le castigaban e iban a quejarse donde los papás. Veías como mis abuelos y abuelas, sacándose el sombrero, se inclinaban para saludar a los ‘mistis’. Solo ellos tenían privilegios, la posibilidad de ser autoridad… eso me dolía muchísimo.
– Imagino que la lengua era otro motivo de burla o de racismo, ¿no?
– Claro. Por ejemplo, mi pueblo, Lucanas está cerca de Nasca y yo estudié mi Primaria y Secundaria en Nasca. Allí, aprendí a hablar castellano a los ocho años. Por supuesto, cuando me imponían hablar en castellano, me salía el ‘mote’ y los otros alumnos se reían de mí. A veces me equivocaba en la escritura, por el tema de las vocales, y aunque la respuesta estuviera perfecta, me ponían sólo un 11. Me sentía discriminada. Escuchabas: “Tú no sabes, tu idioma no sirve”, Eso me marcó mucho. Recuerdo que aquellos tiempos, cuando yo era niña, Hugo Blanco llegó a ser diputado. Él iba al Congreso con su chullo, su ojota, su poncho… y escuchaba decir a mi papá y a mis abuelos: “Mira qué bien, puede llevar nuestra ropa, hablar nuestro idioma… así queremos que nos representen en el Congreso”. Si yo hablo y conservo mi idioma es gracias a mi abuela y abuelo, que por hablar el quechua me premiaban. En las vacaciones, durante tres meses, sólo hablaba en quechua y eso les hacía sentir bien, y a mí también. Todo es parte de la historia que me ha motivado a trabajar por los derechos de la mujer, pues se trata defender la autoestima y nuestra identidad cultural.
– ¿De qué época hablamos?
– De los años 70, 80, 90… mi infancia y juventud.
– Ahora es 2019, ¿cómo ha cambiado todo eso que describe?
– Bueno, hay muchas cosas. Sobre la identidad cultural, ¿quién quería llamarse indígena en los 80 o los 90? Nadie, porque era peyorativo, era parte del racismo. La gente sentía vergüenza, incluso los padres y los abuelos decían que ya no hablásemos el idioma, y que ya no había que vestir nuestra ropa. Lo decían para proteger, para no sufrir discriminación.
– ¿Y en lo referente, concretamente, a la mujer?
– También. Mi madre, como otras muchas, nunca llegó a estudiar, fue analfabeta. Yo cuando estaba en la Secundaria le enseñaba a leer y a escribir, y aprendió algunas cosas. Sus papás no le llevaban al colegio porque, ¿para qué va a ir una mujer a la escuela? ¿a aprender a escribir cartitas para mandar al enamorado? Siempre se decía que la mujer sólo debía dedicarse a la casa, a ser prácticamente una empleada doméstica. No tenía otras posibilidades. Sobre 1995, como yo era comunera calificada, empezamos a discutir el estatuto de la comunidad campesina para que mínimamente incorporaran el 30% de la cuota de género. Y lo logramos. Recuerdo que el presidente de la comunidad y el alcalde decían: “¡Cómo es posible que una joven, una mocosa… qué sabe! ¡Nos quiere enseñar! ¡Encima una mujer! ¡Se quiere igualar a los hombres!”. Era difícil impulsar procesos, pero lo hicimos.
Hoy hay mayores posibilidades. Ya estamos promoviendo la modificación de la Ley de Comunidades Campesinas para que, mínimamente, haya un 30% de mujeres en la lista de candidatos para la comunidad. Sé que querríamos la igualdad, la alternancia, pero el patriarcado y el machismo es muy fuerte. Pero deconstruir, reflexionar, toma su tiempo todavía. Pero hay algunas cosas que han ido cambiando como que ahora los pueblos indígenas tenemos derechos, con el Convenio 169 OIT, la Declaración de las Naciones Unidas… normas internacionales. Por supuesto nuestros padres también iban empujando esas normativas. Hay cambios, pero todavía hay mucho reto y mucho por hacer.
– ¿Ya no hay vergüenza de decir ‘Yo soy indígena’?
– No, porque tengo claro mi identidad cultural. Puedo decir soy indígena o quechua. Yo me siento orgullosa de dónde vengo.
– En su caso, ¿pero en la sociedad?
– Queda, todavía queda. Hemos trabajando mucho, en el mundo andino ha sido un logro que se reconozca en el último censo el 21,5% del pueblo quechua. Creo que hay logros y, no es por nada, ese porcentaje es un avance pero falta. Yo creo que el 70% de la población peruana son indígenas, pero aún hay vergüenza de llamarse indígena. Me acuerdo mucho de algunos dirigentes, incluso de las organizaciones nacionales, que en los años 90 no querían llamarse indígenas. Decía que eran campesinos, no indígenas. Hay un cambio ahora al respecto, ojalá que sea un cambio real de conciencia y no un oportunismo.
– ¿Cuáles son los objetivos que se plantean para los próximos años?
– Empecé la gestión en abril y verdaderamente, como Junta Directiva nueva, debemos fortalecer a las organizaciones de base. Tener claro que, en ONAMIAP, las fundadoras o las bases no son personas, son organizaciones. Si yo estoy aquí como presidenta es gracias a la Federación Regional de Mujeres Indígenas de Ayacucho y gracias a la Federación Provincial de Mujeres de Lucanas. Hay que fortalecer las bases, y bajar hasta ellas la información de lo que sucede a nivel nacional. A nivel externo, seguir nuestra lucha y perseverancia para defender los derechos de las mujeres indígenas y los pueblos indígenas. Es una lucha permanente hasta cumplir nuestros objetivos a través de los ejes temáticos. Trabajamos hacia lo interno y hacia lo externo. Sueño que de aquí a tres años ONAMIAP siga creciendo y siga siendo una organización que verdaderamente defienda nuestros derechos.
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Otros temas de la agenda
Siempre desde la perspectiva de mujer y exigiendo enfoque de género para las políticas públicas, la agenda de ONAMIAP va más allá de la defensa de la igualdad hombre-mujer o la eliminación de barreras que tengan que ver con la discriminación, incluyendo ahí el respeto por las lenguas. Asuntos como Consulta Previa, cambio climático o defensa del territorio también están entre las prioridades pues, si bien son temas que afectan a los pueblos indígenas, más allá del género, la mujer indígena suele tener afectaciones diferenciadas que deben ser consideradas. Pero, ¿cómo ven desde la Junta Directiva de ONAMIAP estas cuestiones?
Sobre Derecho a la Consulta Previa Libre e Informada. “Si bien existe una Ley de Consulta Previa y su reglamentación, no está de acuerdo a las normas internacionales. La Ley que tenemos hoy día no es vinculante, tampoco te da el consentimiento. Ahí empezó con ciertas falencias la ley. Sentimos desde ONAMIAP que es como un diálogo, pero al final el Estado decide. Por eso nosotras hemos sido críticas en ese sentido. Algunas dicen: “Pero es lo que tenemos, bueno pues… imposible para nosotros pelear porque el Estado es un monstruo así que hay que aceptar lo poco que nos dan, más bien darle gracias al Estado”. Desde ONAMIAP siempre decimos que no tenemos que darle gracias al Estado, por los derechos no hay que agradecer, los derechos no se mendigan, sino que se exigen. Y el Estado tiene que entender que ese es nuestro rol como organización, aunque le caigamos pesadas y fastidiosas. Somos conscientes de que la Ley de Consulta no nos asegura nada. Nosotras no queremos migajas ni regalos, solo exigimos que se nos considere sujeto de derecho y que se cumplan las normas internacionales”.
Sobre la defensa del territorio. “Desde que tengo uso de razón y, según la historia, las luchas, tanto en el mundo andino como amazónico, generalmente han sido por el territorio. Antes de la llegada de los españoles no existía propiedad privada. De ahí vienen las luchas por las tierras. Se va perdiendo la propiedad colectiva, aunque las mujeres indígenas andinas todavía seguimos luchando por un territorio colectivo, donde la tierra no debe estar en manos de unos cuantos que se benefician. Luego decimos que hay gente pobre, necesitada, pero si tenemos tierras comunales todos tenemos la posibilidad de sembrar, de criar nuestros animales, hacer nuestra casita… pero si la tierra queda en manos de unos cuantos, todo lo ven dinero. Los indígenas estamos en una gran vulnerabilidad porque todo está quedando en manos de unos cuantos”.
Sobre el cambio climático. “Todos nos necesitamos, la Amazonía necesita de los Andes porque también las aguas bajan de los Andes, los glaciares con su diversidad están desapareciendo. Los ríos que tiene la Amazonía permanente, y los bosques que nos dan el oxígeno y absorben la contaminación, también. Es importante pensar que toda la biodiversidad se necesita, nos necesitamos. Además el cambio climático no solo va a afectar a lo andino y a lo amazónico, no solo al Perú, sino que va a afectar a todo el mundo. En nuestro pueblo siempre ha existido el cambio climático, pero no de esta forma el calentamiento global acelerado que estamos viviendo. Incluso nuestra forma de vida como pueblos indígenas está cambiando. Es algo que nos afecta a todos y debe ser un compromiso de todos y todas”.