Por: Diego Clavijo, misionero salesiano del Vicariato Apostólico de Yurimaguas
18:00| 30 de octubre de 2020.- Primera semana de marzo de 2020. Estoy en Kuyuntsa. Atardece y me dirijo hacia el río para bañarme. Allí encuentro a Yanchap, esposa del Ministro de la Eucaristía Achuar, Mashinkiash. Al verme, con tono angustiado, me pregunta si aquella enfermedad que viene de lejos llegará a la comunidad porque, según ha escuchado, sus nietos estarían en peligro de muerte. Ella piensa pedirle a su esposo irse a vivir selva adentro, cerca de los aguajales, donde estarán libres de contagios.
A decir verdad, yo también tenía temor de que la enfermedad llegara. Pensaba que arrasaría a este pueblo con muchas muertes, especialmente a los niños y ancianos. No conocía con precisión sobre el Covid-19. Las noticias alarmantes de muertes a millares llegaban con lágrimas. Yo trataba de animar a la población con lo poco que había escuchado: “…en lugares de gran concentración de gente y especialmente climas fríos esta enfermedad cobraba muchas víctimas, pero en la profunda selva, esta enfermedad no afectaría con gravedad”.
A mediados de marzo, luego del encuentro de los ministros instituidos, inicié la gira pastoral para visitar a las comunidades rumbo hacia la frontera. En todas sentí la misma situación de angustia y desesperación de los moradores y autoridades. En la memoria de los mayores aparecían las noticias y las imágenes de muerte, llanto y dolor que trajeron la viruela y el sarampión.
Los primeros días de abril, antes de la Pascua, las autoridades comunales con su gente empezaron a organizarse. Se enviaron comunicados por radio para que se cumpliese la inmovilización de los comuneros y se bloquearon los caminos con grandes letreros: “PROHIBIDO EL INGRESO, Y EN CASO DE NO CUMPLIR SE DECOMISAN SUS PERTENENCIAS Y SERAN ORTIGADOS”. “PROHIBIDO ATRACAR EN ESTE PUERTO POR COVID19, SIGA SU CAMINO”.
En los ríos se prohibía la navegación de las pequeñas embarcaciones, había sogas largas que cruzaban el río y no faltaban los grupos de vigilancia, que incluso contralaban a los moradores para que no se visitasen por la noche. Quedaba prohibida toda visita de personas ajenas a esta comunidad, a tal punto que incluso se pedía en varios casos no traer a sus familiares que trabajaban o estudiaban en las ciudades. Este tema fue muy conflictivo porque, de una u otra forma, llegaban los parientes. Se les obligaba a realizar la cuarentena en sus campamentos de la selva. A otros, que evadían cercos y llegaban a sus comunidades, se les obligaba a regresar. Estas medidas trajeron muchas tensiones internas que aun hoy se tratan de superar.
Mientras, se escuchaban voces. Que si en tal comunidad “ya se han contagiado fulano y mengano” o que “la enfermedad está cerca”. Ante ellas, algunas familias optaron por escaparse al interior de la selva. Mientras esto acontecía, los conocedores de los vegetales empezaron a preparar su medicina natural y, en coordinación con las autoridades, estas se entregaban a cada familia. A cada una tres litros que aquel líquido transparente con olor a vegetal, destilado en su rústico laboratorio doméstico con leña y fuego. Unos contenían 30, otros 40, y otros hasta 60 variedades de plantas domésticas y silvestres.
La expresión “ya tenemos la medicina contra el cononavirus”, gritó con fuerza y seguridad, ayudando a superar el miedo. Incluso, en las comunidades del norte y del sur del mundo Achuar, se realizaron encuentros de los sabios naturistas para capacitar a todas sus comunidades. Nos alegró escuchar que el primer paso para preparar la medicina alternativa era el de no abandonar al enfermo al aislamiento. Decía Intiai, vegetalista: “Lo primero que debemos hacer ante el enfermo de Covid-19 es darle un abrazo afectuoso y decir ‘Yo preparo la medicina que te va a curar’. No debemos aislarnos sino curarnos mutuamente. Hoy te enfermas tú y yo te atiendo, otro día tú ayudarás al que necesita. Y así, ayudándonos, superaremos juntos esta enfermedad”.
Y el Covid llegó…
Por fin las comunidades lograron conocer al Sr. Covid-19. Aunque no en su totalidad, en ciertas comunidades casi la mayoría fueron contagiados. Los síntomas más frecuentes fueron como los de una gripe muy fuerte, en algunos casos con problemas respiratorios. La población se aferró con mucho empeño a su medicina natural. Incluso se pasó la voz de que, de ser enviado al hospital, serían atrapados por la muerte. Por este motivo a los enfermos se los trató en sus propias casas, con la asistencia de su familia. Esta les ofrecía amor, alimento y atención, según se comentaba.
Hoy, por fin, podemos decir que se debilitó el temor y la enfermedad. Y quién sabe por qué, el Covid-19 no tuvo las consecuencias nefastas ocasionadas en las grandes ciudades. Tal vez, en la gente de las aisladas fronteras, el sistema de vida natural, de frescura, y serenidad ambiental los ha protegido de este mal, la alimentación que únicamente ofrece la selva en carnes y vegetales del monte; incluso de un fraterno y solidario sistema de vida ancestral de respeto y distanciamiento cultural.
A esta altura de la pandemia, nosotros, tanto pobladores urbanos como rurales, podemos atraparnos en la sensación de que ya pasó el susto y volver a lo de siempre. En nuestras capillas la vida de fe y sus prácticas han continuado sin interrupción, con serenidad, incluso decimos que no podemos abrir nuestras iglesias ya que nunca las hemos cerrado. No faltan algunos templos sin paredes, ni puertas, sin llaves, ni candados que brindan su hospitalidad y el alimento de la vida espiritual.
Finalmente, como hombres y mujeres de fe, conviene acercarnos al hecho existencial de encontrar las ideas que iluminen sobre las consecuencias que brotan a partir de esta pandemia en nuestras vidas y en las lógicas que vamos a desarrollar desde la realidad en que nos encontramos. Los excesos de normas y protocolos, que provocan angustias con caminos de dolor, tristeza y muerte y directrices de bioseguridad que nos ahogan, y desfiguran nuestra humanidad, llevándonos a la esclavitud de la letra y no a la libertad del Espíritu, rebosante de salud y vida. Demos el espacio necesario para el acercamiento más profundo de la sinceridad, la fraternidad y la mutua ayuda, sin dejar a nuestros hermanos los últimos en las sombras de la marginación y olvido, como lo fue en Belén, la familia de Nazareth.