Papa León XIV firma decretos que reconocen la “ofrenda de vida” del obispo Alejandro Labaka y de la hermana Inés Arango, fallecidos en 1987 durante una misión en territorio tagaeri.
28 de mayo de 2025.- El papa León XIV ha aprobado los decretos que dan inicio formal a la causa de beatificación del obispo Alejandro Labaka Ugarte y de la hermana Inés Arango Velásquez, ambos asesinados en 1987 en la selva del oriente ecuatoriano mientras intentaban establecer contacto con un grupo indígena en aislamiento. La decisión, anunciada por el Dicasterio para las Causas de los Santos, reconoce la ‘oferta voluntaria de vida’ de los dos religiosos en un contexto de alta tensión social y ambiental.
Se trata de la primera causa de beatificación confirmada por León XIV desde el inicio de su pontificado, apenas dos semanas atrás. El gesto marca una línea clara en su visión pastoral: una Iglesia misionera, presente en los márgenes geográficos y existenciales, y comprometida con la protección de la vida humana en situaciones de riesgo.
“Monseñor Alejandro y la hermana Inés fueron al encuentro de los pueblos no contactados no por aventura, sino por amor. Dijeron: ‘Si no vamos nosotros, los matan a ellos’”, declaró Monseñor Adalberto Jiménez, OFM CAP, obispo del Vicariato de Aguarico, citando una de las frases más significativas de los misioneros.
Misión en territorio frágil y amenazado
Alejandro Labaka, de origen vasco, fue designado obispo del Vicariato Apostólico de Aguarico en 1984. A lo largo de su servicio, estableció vínculos con comunidades indígenas en situación de contacto inicial y promovió un enfoque pastoral basado en el respeto intercultural. Por su parte, la religiosa colombiana Inés Arango, perteneciente a la Congregación de las Hermanas Terciarias Capuchinas, acompañó procesos de catequesis y trabajo comunitario en esa misma región, dedicando su vida a la atención de pueblos indígenas.
En junio de 1987, ambos decidieron ingresar por vía aérea a una zona habitada por el pueblo tagaeri —grupo en aislamiento voluntario del Parque Nacional Yasuní— para prevenir una posible incursión petrolera en su territorio. El contacto no fue posible. Al día siguiente, sus cuerpos fueron hallados sin vida, con señales de agresión. La investigación posterior interpretó este hecho como una respuesta violenta, enmarcada en la tensión acumulada entre comunidades indígenas y agentes externos.
“El testimonio de Monseñor Alejandro y de la hermana Inés nos llena de esperanza, no solo para el Vicariato de Aguarico, sino para toda la cuenca amazónica, porque son mártires de la Amazonía”, señaló Monseñor Jiménez, destacando la dimensión continental de este reconocimiento “Hemos recibido la noticia con mucha alegría, ya que es un suceso grande, no solo para el vicariato de Aguarico, sino para toda la cuenca amazónica, porque son mártires de la Amazonía.”
Una decisión con implicancias para la Iglesia y la Amazonía
El proceso de beatificación se sustenta en la figura de oblatio vitae, introducida por el papa Francisco en 2017, que permite el reconocimiento de personas que, sin ser mártires en el sentido tradicional, entregaron su vida de forma libre y consciente por una causa evangélica. En este caso, se reconoce que tanto Labaka como Arango asumieron voluntariamente un riesgo considerable, motivados por la defensa de la vida de un pueblo amenazado.
El anuncio del Vaticano ha generado una reacción de recogimiento entre quienes conocieron de cerca el trabajo pastoral de ambos misioneros. Su historia representa un momento significativo en la memoria eclesial de la región amazónica, marcada por los conflictos entre intereses extractivos y pueblos indígenas que resisten la desaparición de sus territorios y culturas.
Más allá del reconocimiento formal
La beatificación en curso es también una señal para la Iglesia latinoamericana y para las comunidades amazónicas que aún enfrentan presiones estructurales sobre sus territorios. Labaka e Inés no fueron figuras heroicas en el sentido convencional, sino personas que asumieron su vocación con radicalidad pastoral, incluso cuando las condiciones exigían decisiones difíciles y sin garantías de retorno.
“El mensaje de su vida nos recuerda que no basta con quedarnos en una fe encerrada en los templos: el Evangelio se vive saliendo al encuentro de los más vulnerables, en las periferias geográficas y existenciales”, expresó Monseñor Jiménez, haciendo eco del llamado del papa Francisco y ahora también de León XIV.
Sus restos, enterrados en la ciudad de Coca, han sido visitados en silencio durante años por comunidades locales y por quienes continúan la labor misionera en la selva. Para muchos, su memoria sigue viva como un referente de compromiso pastoral firme, sin estridencias ni promesas, pero con una coherencia que interroga profundamente.