Por Richard O’Diana Rocca
Así se titulaba una de las últimas películas del genial Orson Welles. Un metadocumental o falso documental sobre, justamente, la falsedad. En ese caso, sobre lo falso del mundo artístico y las estafas en el mundo del coleccionismo. Pensamos en ese título a la hora de evaluar el resultado de esta y futuras COPs, pues nada mejor que la falsedad y las estafas para definir el desarrollo y los resultados de lo que en teoría es la convención climática más importante del año.

Manifestación de protesta en Belém do Pará durante la COP 30. Foto: CAAAP
Sindicada como “la COP de la Amazonía”, la “COP de la adaptación” o la “COP de la esperanza”, la COP30 fue todo menos eso. Luego de dos semanas de arduas negociaciones, los acuerdos arribados son simples minucias para lo que se esperaba. Fallidos acuerdos sobre ambición climática y cierre de brecha (en el contexto que muchos países aun no han presentado sus contribuciones determinadas a nivel nacional o NDCs), nulos aportes de grandes países para fondos de adaptación de inmediata ejecución y una incapacidad mayúscula para lograr acuerdos sobre transición energética y la no dependencia de combustibles fósiles.
En ese sentido, el palo no solo debe recaer en esos casi ochenta países (casi la mitad de la torta mundial) que bloquearon los acuerdos trascendentales esperados en esta COP, sino que el palo debe recaer sobre todo en Brazil. Edulcorados por las palabras inaugurales del presidente Lula da Silva, sociedad civil se comió las expectativas generadas que luego se chocaron con la pared de la realidad al ver el manejo de la plenaria muy criticado de Andre Correa do Lago, presidente de la COP30, por parte de países latinoamericanos pares. Al final, Brazil terminó teniendo una posición y dirección tibia de una COP más propia de un país petrolero y con intereses que de un Estado progresista que defiende la Amazonía y los pueblos indígenas.
La decisión de Mutirao fue el nombre de la decisión final de la COP y no solo no contiene todo lo arriba mencionado, sino que lo más frustrante es que en su primera versión sí contenía referencias a apartarnos de los combustibles fósiles, pero en su última versión esto brilló por su ausencia. A esto se suma que luego de la plenaria la presidencia de la COP30 anunciaría que la famosa “hoja de ruta” para salir de los combustibles fósiles se trabajaría post COP30. Es decir, no se hubieran molestado en venir.
Todo esto generó una carta de 29 países dirigida a la presidencia de la COP30 señalando que no aceptarían una declaración final sin mención al alejamiento de los combustibles fósiles, y una conferencia de prensa de 24 países, liderados por Colombia, en la cual se presentó la Declaración de Belem, documento que sí es tajante con el no uso de combustibles fósiles y que, en el movimiento más avezado de la COP30, convoca a la primera conferencia internacional de transición lejos de los combustibles fósiles para el próximo 28 y 29 de abril en Santa Marta, Colombia.
Este movimiento, de lejos el más celebrado por sociedad civil participante en la COP30, despierta en nuestro espacio sentimientos encontrados. Por un lado, valiente por parte de Colombia de liderar (lo que no hizo Brasil) el colectivo de resistencia al establishment climático que rescata siempre algo en todas las COPs; por otro lado, esta conferencia ad hoc suena como una alternativa a la COP que legitima que en el máximo encuentro climático del año no se logren resultados y se “pateen” las discusiones incómodas. Bajo la lógica de “¿Para qué nos esforzamos en esta COP si tenemos Santa Marta en unos meses?”, la atrevida propuesta de Colombia podría ser catalogada como conservadora e incluso como conformista. Además, ¿Qué garantías tenemos que esto será una constante una vez Gustavo Petro abandone el gobierno colombiano? En 2026 hay elecciones generales en Colombia y probablemente entre alguien en las antípodas de Petro, que no dudará un segundo no solo en retroceder el avance colombiano en transición justa sino además eliminar Santa Marta. Y como sabemos, una golondrina no hace un verano.
De los pocos “triunfos” celebrados está el del “Belem Action Mechanism”, el famoso “BAM”, una propuesta mediante la cual sindicatos, trabajadores, mujeres y comunidades tendrán un espacio en Naciones Unidas para fomentar la justicia climática. La duda es ¿Cómo se traduce este mecanismo? ¿Es vinculante o solo una declaración de buenas intenciones? En este contexto de urgencia, es menester reunir más mecanismos legales vinculantes y no tanto declarativos que quedan en poco más de buenas intenciones.
La COP reconoció la importancia de la transición justa y de acelerar el paso rumbo al no aumento de temperatura más allá de los 1.5 C°, sin embargo, las acciones que se vienen implementando no son nada alentadores. Mas bien todo lo trabajado (y no trabajado) da la impresión de ser más un desastroso incendio como el que literal puso al pabellón azul de la COP30 en llamas al final de la segunda semana de negociaciones. Si a esto le sumamos las protestas indígenas por exclusión del pabellón oficial o la militarización de la sede central, pues tenemos una COP con proceso y resultado lamentable.
Tal vez titulamos “F” no por lo falso, sino por el fracaso que ha representado esta COP30. Pues no hay mejor concepto para definirla y, desafortunadamente, para ir definiendo la estéril lucha del ser humano contra ese inminente y aparentemente irreversible final llamado cambio climático que el fracaso. Con “f” mayúscula.


