«No es ético querer acabar con aquellos que siempre estuvieron aquí»
Por: Luis Miguel Modino
«Sus derechos son cada día más violados, quieren acaban con los derechos conquistados»
El 19 de abril es la fecha en que es conmemorado el Día de los Pueblos Indígenas y me atrevo a afirmar que los homenajeados, en Brasil, no tienen nada que celebrar. La situación por la que hoy pasan los indígenas brasileños, denunciada recientemente por Victoria Tauli-Corpuz, relatora de la ONU para los derechos indígenas, después de visitar varias aldeas en diferentes puntos del país, muestra quesus derechos son cada día más violados, situación que no parece que pueda mejorar ante los acontecimientos políticos por los que el país está pasando, pues aquellos que según parece van a asumir el Gobierno Federal nunca han dudado en afirmar que pretenden acabar con los derechos conquistados, también por los pueblos indígenas.
La reciente prisión arbitraria de Babau Tupinambá y su hermano Teity Tupinambá por un juez federal en el estado de Bahia, después transformada en prisión domiciliar del primero y la puesta en libertad del segundo, la persecución a los guaraní-kaiowá en el estado de Mato Grosso do Sul, que ha costado la vida a varios indígenas en los últimos meses y provocado que muchos hayan sido heridos y expulsados de sus tierras, son ejemplos de una situación que va más allá y que muestra la persecución abierta contra los moradores originarios de estas tierras.
Recorriendo algunas comunidades indígenas del noroccidente brasileño he podido comprobar con dolor el abandono por el que pasan las personas que allí viven. Entre ellos los que más sufren son los niños y ancianos, pues es en los extremos de la vida humana que ésta resulta más amenazada.
Las condiciones en que los estudiantes tienen que llevar a cabo su proceso de aprendizaje son propias de países subdesarrollados, pues uno no entiende que los alumnos no tengan una silla donde sentarse, que la merienda escolar, que depende del ayuntamiento y garantizada en el sistema educativo brasileño, no haya llegado después de varias semanas de aula o que el tejado de una escuela, que no tiene paredes, sean hojas secas, que podridas con el paso del tiempo ha provocado que las continuas lluvias impidan que las clases sigan su curso normal.
Si esto ocurre con la educación, la sanidad tiene un panorama todavía más desalentador. Una mezcla de impresiones pasan por mi mente al comprobar que los parásitos intestinales son inquilinos presentes en las barrigas de personas de todas las edades, al ver como una niña intenta quitar los piojos a otro más pequeño, que debe ser su hermano, o que los pies de dos niñas de pocos años estén llenos de heridas, provocadas por unos parásitos que van entrando en la piel, causando heridas que se llenan de pus, lo que produce fuertes dolores, y que si no son tratadas a tiempo pueden acabar provocando la muerte tras una infección generalizada.
Quien tiene que cuidar de que todo esto no acontezca se ampara en la crisis por la que el país pasa para justificarse, pero mucha gente no duda en afirmar que el verdadero motivo no es la falta de recursos y sí el desvío al que éstos se ven sometidos en los diferentes ámbitos por los que los fondos públicos pasan. Hasta los organismos que deberían cuidar de los derechos indígenas son los primeros en aprovecharse de aquello que desviado no llega a sus destinatarios, porque sirve para el enriquecimiento fraudulento de gente sin escrúpulos. Inclusive las ayudas sociales que los indígenas reciben, para poder disponer de ellas, éstos tienen que desplazarse por varios días, gastando la práctica totalidad de lo recibido, lo que unido a la pérdida de días de trabajo acaba provocando en realidad más prejuicio que beneficio.
La Iglesia Católica, principalmente a través del CIMI, Consejo Indigenista Misionero por sus siglas en portugués, es una voz que clama por los derechos de quienes secularmente han sido masacrados por un sistema social que propone un estilo de vida totalmente contrapuesto a aquel que siempre ha formado parte de la vida de los pueblos indígenas.
Como misionero no puedo dejar de ser voz profética que clama ante el sufrimiento del pueblo al que acompaño, aunque eso pueda tener consecuencias negativas para mí, motivadas por represalias por parte de quién vive a costa de los pobres, amparado por leyes injustas. Callarme sería colaborar para que el sufrimiento de inocentes crezca, principalmente de niños cuyo futuro resulta poco alentador, pero que al mismo tiempo necesitan poca cosa para sonreír, como pude comprobar al verles jugar con la mayor alegría con un simple guante de plástico al que hinchando habían convertido en un globo.
Más que celebrar, el día de los pueblos indígenas es momento de reivindicar mayor respeto, de pedir que la persecución acabe y de decir claramente que no es ético querer acabar con aquellos que siempre estuvieron aquí, para quedarse con lo que es suyo y de lo que han cuidado por generaciones y generaciones.
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Fuente: Religión Digital