Anímese a conocer un convento franciscano en el que se aloja, educa y alimenta a niños asháninkas y shipibos huérfanos o en estado de abandono, provenientes del VRAEM.
Viasta del convento desde la plaza principal de la comunidad nativa. Foto: Ángel Chávez.
Por Luis Pérez
Punto de partida: Satipo (Junín). Un camino asfaltado. Puentes de acero.
Verdor y frescura en todas las direcciones. Más de 67 kilómetros de recorrido. El auto se detiene. Fin de la travesía en una comunidad nativa. Su nombre:
Puerto Ocopa, tierra ancestral de asháninkas y puerta de ingreso a las
cuencas de los ríos Tambo y Perené.
Su origen es mucho más antiguo que los abuelos y sabios maestros. “
La descendencia viene del tigre y del rayo”, aseguran los asháninkas, quienes respetan profundamente su
tierra. Desde su perspectiva el
mundo no solo es el lugar donde se nace, crece, reproduce y muere. “Aquí sufrimos y amamos.
Aquí vivimos nuestra identidad y sabiduría”, es la opinión que tienen.
Creencia compartida por Nélida Vicente, la madre superiora del
Convento de Puerto Ocopa, el recinto monumental erigido en la Selva Central en 1918 por el
misionero franciscano Fray Mariano Uriarte, con el objetivo de enlazar con el monasterio de Santa Rosa de Ocopa (Concepción,
Junín).
La madre superiora recibe al equipo de prensa. Foto: Ángel Chávez
Misión de rescate
Fachada de estilo republicano. Portales de ladrillo y calicanto. Un amplio patio principal. Pasos que se intimidan ante el silencio eclesiástico. De pronto, esa tranquilidad huye por los pasadizos, cuando se escuchan las firmes pisadas del padre polaco Tomas Cieniuch. “Bienvenidos”, dice, mientras dibuja en su rosto una tierna sonrisa.
Esa es su carta de presentación. Así recibe a los niños que viven aquí, cuando estos regresan de la escuela. Y es que este espacio no solo es para los rezos y los cantos litúrgicos, sino también el hogar de centenares de niños ashaninkas y shipiboshuérfanos o de complicada situación económica, procedentes de comunidades nativas como Shanky, Jairikishi y Shevoja.
Ilustración asháninka. Foto: Ángel Chávez
El cuidado familiar y personalizado cae en las manos de las franciscanas de la Inmaculada Concepción. Ellas son las responsables de que los infantes de entre 0 y 16 años, reciban cariño, alojamiento, alimentación y educación. Así lo quiso Teodorico Castillo, el sacerdote que enfrentó a Sendero Luminoso. Él, durante los años de violencia, se resistió a abandonar la casa hogar.
Ayuda militar
Hoy la misión Santa Teresita tiene un apoyo incondicional. El Comité de Damas de la Asociación Virgen de la Merced del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas, apoya solidariamente al albergue, con la construcción de un ambiente que será utilizado como panadería.
“Aquí tenemos una base militar. Un grupo se dedica a restaurar los techos y las paredes dañadas de la casa hogar. Asimismo, edificamos ambientes para futuras utilizaciones. Por ejemplo, la panadería, donde los niños tendrán un sustento propio y sostenible”, indica el comandante Luis Giles.
Las Fuerzas Armadas apoyan en la construcción de nuevos ambientes. Foto: Ángel Chávez
Aprendizaje recíproco
Naro ashinto María naro te kat I no pecate, se lee en la pared de una sala ambientada para las tareas escolares. “Soy hijo de María sin pecado original, es lo que se lee en asháninka”, traduce la madre Nélida.
Y es que ella, al igual que los demás servidores, no solo enseñan, también aprenden de los niños. Ellos llegan hablando su lengua materna. Luego hablan castellano. “Eso también sucede con nosotros, pero en sentido contrario”, cuenta entre risas y pone fin al diálogo la monja franciscana.
Templo donde niños reciben catequesis. Foto: Ángel Chávez
En Rumbo
Ruta: Desde Lima por vía área hasta Juaja. Tiempo: 30 minutos. Luego por carretera en un viaje de aproximadamente seis horas hasta la comunidad nativa Puerto Ocopa (Río Tambo, Satipo).
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