Un tótem contra la minería ilegal

Escondido en las selvas de la Reserva Comunal de Amarakaeri, en Madre de Dios, el Rostro del Hombre es el secreto mejor guardado de los nativos Harakbut, que ganaron fama como guerreros y que ahora luchan por sobrevivir ante la invasión minera.

El rostro mide casi seis metros de alto y está junto a una cascada. Foto: La República

El rostro mide casi seis metros de alto y está junto a una cascada. Foto: La República

Roberto Ochoa

13:00|10 de julio de 2017.- Cuando el presidente regional de Madre de Dios, Luis Otzuka, realizó una visita proselitista a las poblaciones harakbut de la Reserva Comunal Amarakaeri, se sorprendió con los reclamos contra la construcción de carreteras y el avance de los asentamientos de mineros ilegales. Intentó poner orden a gritos:

-¡Basta ya! ¡yo soy el gran jefe!

Pero los harakbut seguían incriminándolo.

Fue entonces cuando llamó a un anciano y le preguntó:

– ¿Cómo se dice «gran jefe» en harakbut?

«Huakutoko», fue la respuesta del viejo.

«¡Basta ya! -repitió a gritos el funcionario- ¡yo soy el huakutoko!».

Efectivamente, los pobladores se calmaron porque no paraban de reír: «Huakutoko» significa «cara de poto» en su lengua ancestral.

La anécdota sirve para graficar la sempiterna ignorancia de los burócratas y la mayor preocupación de los harakbut: el incesante acoso de los mineros extractores de oro fluvial.

Y es precisamente esta amenaza la que llevó a dirigentes a revitalizar la peregrinación al Rostro Harakbut, una gran formación rocosa con rasgos de un antiguo guerrero que se mantiene oculta en los enmerañados bosques de la Reserva Comunal Amarankaeri.

El Rostro Harakbut es algo así como la paqarina (lugar sagrado de origen tribal) de esta etnia asentada.

«Es un O´Po, la reencarnación de un guerrero harakbut, un líder con la fuerza y el espíritu de un jaguar», nos dice el dirigente harakbut Antonio Iviche. Y agrega: «El rostro está preocupado porque nuestra reserva está siendo rodeada por los asentamiento de mineros ilegales que siguen penetrando en nuestros territorios».

El Rostro Harakbut es ahora el ícono sagrado que ampara a esta etnia en defensa de sus territorios ancestrales.

Sabios y guerreros

Los Harakbut ocupan un amplio espacio de la sabana amazónica de Madre de Dios, pero sus fronteras llegan a los contrafuertes andinos de Paucartambo, en Cusco, con lomas y montañas cubiertas de densa vegetación. Y este vínculo con el Cusco se puede notar en su historia. Fue el propio Inca Garcilaso de la Vega quien describió una expedición al antisuyu (región amazónica) del Inca Túpac Yupanqui. Al parecer, las tropas cusqueñas sufrieron la dura resistencia de los guerreros harakbut. En su retirada dejaron algunos santuarios de frontera y pequeños asentamientos.

Hoy en día, los Harakbut aseguran que «existen dos rostros más» (aún no ubicados) y que ya han identificado la «Casa del Inca», unas construcciones cubiertas de vegetación donde sobresalen muros de piedra labrada y con altorrelieves.

Durante el Virreynato fueron dos las grandes expediciones que se internaron en territorio amarakaeri buscando el mítico Paititi. Ambas fracasaron.

Y en el periodo republicano se produjo la invasión a esta zona y casi extinción de los harakbut.

La etnia se conservó como «no contactada» hasta los años 60 del siglo XX, cuando misioneros dominicos lograron catequizarlos pero también provocaron graves epidemias que diezmaron la población indígena.

Luego vinieron los colonos, que ingresaron años después, cuando se buscó ampliar la frontera agrícola en el marco de la Reforma Agraria.

Ahora son los extractores de oro los que han invadido casi toda la zona de amortiguamiento de la Reserva. «Antes del contacto con los dominicos, los abuelos acudían al Rostro Harakbut para hacer peticiones, pedir protección, prosperidad, para ganar batallas y para que su familia tenga descendencia y no desaparezca… ahora le pedimos protección ante el avance de los mineros», sostiene el dirigente Jaime Corisepa, expresidente de la Fenamad.

La expedición

Los expedicionarios de Domingo y Perú Sorprendente partieron de Puerto Maldonado, capital de Madre de Dios, acompañados por los dirigentes indígenas Fermín Chimatani, Yerco Tayori, Antonio Iviche, Jaime Corisepa y Jessica Bertram, una ciudadana alemana convertida en consejera espiritual.

Los guías describieron la ruta dibujando un mapa en una playita de arena: En auto hasta Santa Rosa y el Bajo Pukiri, navegar contracorriente por el río Madre de Dios y continuar por una carretera hasta Puerto Luz, un asentamiento de mineros ilegales en plena zona de amortiguamiento de la Reserva. Volver a otra carretera, remontar el río Colorado hasta que el cauce se bifurcara, e internarse en el bosque, a pie, por una quebrada para dar por fin con el Rostro Harakbut.

En la arena el trayecto parecía fácil pero el viaje duró más de tres días, desde el típico paisaje de la selva baja con sus ríos anchos y su inmaculada inmensidad, sin asomo de montañas, hasta las quebradas con riachuelos rocosos y lomas cubiertas de bosque en la selva alta, en dirección hacia la provincia de Paucartambo, en Cusco.

Pero más allá del clásico paisaje selvático que asombra a los turistas que visitan Madre de Dios, en esta ruta lo primero que llama la atención es el terrible impacto de los yacimientos mineros que forman enormes espacios sin vegetación, salpicados de pequeñas cordilleras de residuos y lagunas de agua contaminada. La destrucción sigue la ruta de las carreteras, con asentamientos humanos repletos de casuchas con techo de calamina, donde el ruido de las motobombas, autos y motocicletas borra los sonidos de la selva.

La cosa se agrava conforme nos internamos en la que debería ser la zona de amortiguamiento de la Reserva Comunal Amarakaeri, donde los poblados surgen como yerba mala sobre espacios deforestados por la política de tierra arrasada que deja la extracción minera.

El paisaje cambia al cruzar la frontera de la reserva comunal, pero la navegación se complica por el bajo cauce del río que obliga a «bajar y subir» del pequepeque para empujar la nave y vencer la contracorriente. Pero aquí ya se puede contemplar la selva en toda su magnitud. Sin embargo, durante el recorrido se escucha el tronar de las motobombas instaladas ilegalmente a orillas del río y dentro de la Reserva.

«Nada los detiene -se lamentan nuestros guías- y lo peor es que tienen todo el apoyo de las autoridades».

«Las harakbut lo tenemos claro. La minería no puede ir más allá. Para eso estamos los vigilantes comunales y los guardaparques de Fernamp», agrega Antonio Iviche.

Una historia sin pueblo

Fue a fines de los años 80 cuando los harakbut y otras etnias iniciaron las gestiones para que el estado reconociera la Reserva Comunal Amarakaeri (RCA). «Antonio Iviche fue el primero en hacer un paro regional el 2000, cuando Fujimori estaba en el poder, para que sea reconocida como un área natural protegida -recuerda Jaime Corisepa- ha sido una lucha fuerte. Por primera vez Madre de Dios empieza a ver presencia de pueblos indígenas en Puerto Maldonado exigiendo sus derechos de conocimiento».

El año 2002 se logró la partida de nacimiento de la RCA, pero fue precisamente durante los gobiernos de Alejandro Toledo y Alan García cuando la reserva se redujo de un millón de hectáreas a las actuales 400 mil. Las concesiones mineras, de gas y madereras fueron ganando terreno en la zona.

«Los lugares ‘protegidos’ por el Estado están invadidos, pero los lugares protegidos por los indígenas están más conservados», agrega Corisepa.

Para el gestor cultural Luis Tayori la defensa de la reserva «es una lucha contra el reloj. Madre de Dios acoge a muchas entidades, andinos, costeños, brasileños, pero se olvidan de los pueblos originarios. Una historia sin pueblo, esa es la amenaza».

Por su parte, Yerco Tayori, presidente de la comunidad de Puerto Luz, advierte que esta invasión está haciendo perder la identidad. «Para los jóvenes hablar nuestro idioma es un atraso», advierte.

«Otras comunidades amazónicas se identifican con su cultura. Aquí, en Madre de Dios, los jóvenes tienen vergüenza. Se está perdiendo hasta las comidas típicas». Y sentencia: «Mientras existan los pueblos indígenas existirán los bosques».

Frente a frente

Al final no fueron tres, sino cuatro días de viaje para llegar al Rostro Harakbut. Al tercer día de viaje, un tronco interrumpió la navegación y empezó una caminata de casi seis horas en medio de la selva virgen hasta que la noche obligó a armar el campamento al pie de la quebrada.

Esa noche el menú fue carne a la leña y una sesión de ayahuasca como preparación para el encuentro con el tótem. Al día siguiente, la caminata duró tres horas hasta llegar a una cocha circular que no parece natural, sus aguas se alimentan de una pequeña cascada donde sobresale el Rostro del Hombre. Los arqueólogos que visitaron la zona en una anterior expedición creen que se trata de una formación natural, pero su expresión pétrea sorprende y abruma a los expedicionarios. Jessica Bertram nos prepara una sesión de tabacazos para acceder al rostro y la ceremonia remite al importante papel del tabaco -mucho mayor que el de la coca- en la cosmovisión andina y amazónica.

Mientras los dirigentes indígenas realizan sus ceremonias frente al rostro, otros tratan de limpiar la maleza y ramas que afectan la roca. La imagen se alza sobre los seis metros de altura, imponente, como si marcara el ingreso a la Reserva Comunal Amarakaeri. Es entonces cuando nos explican las gestiones para elevar este tótem ancestral a la categoría de Patrimonio Cultural de la Nación.

No sólo de la nación harakbut. El rostro debe ser patrimonio cultural de la nación peruana.

La destrucción sigue la ruta de las carreteras, con asentamientos humanos repletos de casuchas…Antes del contacto con los dominicos, los abuelos acudían al Rostro Harakbut para hacer peticiones…Los harakbut lo tenemos claro. La minería no puede ir más allá. Para eso estamos los vigilantes comunales…”

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Fuente: La República

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