Las mujeres indígenas sufren todavía más discriminación que los hombres en muchos frentes, pero su lucha por la igualdad va ganando terreno a la injusticia
Por Lola Hierro
13:37|03 de noviembre de 2017.- Mujeres con sari, con turbante, con traje de chaqueta, en tacones o botas de montaña. De mil etnias y países diferentes y todas ellas activistas, científicas, periodistas, abogadas, profesoras… En cualquier caso, mujeres con algo que decir. Pertenecen a comunidades indígenas y rurales de Asia, América y África; y hasta Estocolmo, capital de Suecia, han viajado para dar protagonismo a su causa. Se encuentran en la tercera Conferencia Internacional sobre los Derechos a la Tierra, un evento anual organizado por la Agencia de Cooperación y Desarrollo de Suecia (SIDA) y la Iniciativa de Derechos y Recursos (Rights and Resources Initiative). El debate gira en torno a los desafíos que toca hacer frente en la conquista de un derecho tan importante como silenciado: el de los pueblos nativos a la posesión de las tierras que habitan. Para explotarlas y protegerlas según sus tradiciones, que han demostrado ser las mejores a la hora de detener la deforestación y conservar la biodiversidad. Y sí: especialmente, se habla de las mujeres.
Unos 2.500 millones de personas viven y usan tierras comunitarias. Sin embargo, las legislaciones nacionales rara vez reconocen los derechos de tenencia de las mujeres, las cuales componen más de la mitad de la población indígena y rural del mundo y son indispensables en sus comunidades. «Ellas son las productoras, las dispensadoras de cuidados. Cuando se produce un desastre, cuidan de todos, y son importantes transmisoras de conocimientos». Así se pronuncia Victoria Tauli-Corpuz, relatora especial de la ONU para los derechos de los pueblos indígenas. «Son un repositorio de mucha sabiduría. El hombre pesca y caza, pero la mujer sabe de la horticultura, de las plantas para comer y para medicarse, y es la principal transmisora de las lenguas propias», añade, por su parte, Fiona Watson, directora de campañas del movimiento por los derechos de los pueblos indígenas Survival International.
«Las leyes son protectoras, pero no con los derechos de las mujeres a la tierra», critica Ana Larsson, científica en el Centro de Estudios Internacionales sobre los Bosques (CIFOR). Larsson menciona un estudio recién publicado por RRI: Poder y potencial: un análisis comparativo de regulaciones y leyes nacionales sobre los derechos de las mujeres a los bosques comunitarios. Se ha realizado en 30 países en vías de desarrollo donde, si bien el 93% contempla normativas por la igualdad, luego suelen fallar estrepitosamente a la hora de aplicarlas. «En la práctica, el 57% de las mujeres no recibe la protección necesaria. No se protege el derecho de herencia a la tierra [se respeta en el 10% de los casos] y solo en otro 3% se les reconoce el derecho a votar», resume la experta.
¿Por qué las indígenas sufren este tipo de discriminación? Es complicado dar con una sola causa, pues tiene que ver con leyes consuetudinarias, con tradiciones. «A veces, la cultura se utiliza para explicarlo, pero nunca debe ser una excusa para justificar violaciones de derechos humanos», enfatiza Julie Koch, directora ejecutiva de Grupo Internacional de Trabajo sobre Asuntos Indígenas (IWGIA), en una entrevista posterior por correo electrónico.
Las indígenas se encuentran entre los grupos con las tasas más altas de mortalidad materna, malnutrición y riesgos para la salud en general
Ocurre que, generalmente, el registro de una propiedad está a nombre del marido, del padre o del hermano. En caso de separación o de divorcio, el hombre suele obtener los derechos y, a menudo, estas prácticas coexisten con las leyes oficiales y prevalecen sobre ellas. Lo mismo con las herencias: «Siguen la línea de los miembros masculinos de la familia y, en otros casos, las que deberían ser herederas directamente no pueden poseer la tierra», completa Koch. Situaciones así dejan a las afectadas al borde de la miseria, «sobre todo cuando los hombres venden las parcelas y usan el dinero para fines diferentes de apoyo a la familia».
Watson describe otro escenario. «En muchas ocasiones, no hay tierra suficiente para sobrevivir, como el caso del pueblo guaraní de Brasil». Los guaraní kaiowá de Mato Grosso del sur viven en reservas súper pobladas donde no hay espacio para cultivar. La pérdida de sus recursos ha supuesto que los hombres hayan tenido que adaptar su supervivencia a nuevas actividades. «La mujer ha visto sus funciones como madre, eje del hogar y productora de subsistencia cada vez más difíciles de mantener», coincide Koch. Cuando están en su tierra, el dinero no es necesario, sobre todo en los pueblos cazadores y recolectores, porque la riqueza está en los recursos naturales. Pero si no tienen acceso a ellos, se ven obligados a buscar un empleo; «Ellas se colocan en el sector doméstico en centros urbanos, donde no reciben un sueldo suficiente por su trabajo y son muy vulnerables a la explotación sexual», completa Watson.
ENVIDIABLE IGUALDAD
En las sociedades industriales, muchas mujeres todavía luchan para que se las trate igual que a los hombres. Sin embargo, para las pertenecientes a la tribu más amenazada de la Tierra, los awás, la igualdad es una realidad. La vida para estas mujeres transcurre en pacífica simbiosis con la selva. Acogen a las crías huérfanas de los animales que cazan y las amamantan como si fueran parte de la familia. Una vez que una cría es acogida, ya nunca se la comerán.
De igual manera, no se discrimina por razón de sexo en la sociedad zo’é. Los zo’és son polígamos y, tanto las mujeres como los hombres, pueden tener más de un compañero. Es bastante común que una mujer con varias hijas se case con diferentes hombres, algunos de los cuales podrían casarse más tarde con éstas. «Las indígenas no están atrasadas ni son primitivas; tienen sociedades complejas y en evolución que florecen cuando se las deja perseguir las formas de vida diversas y autosuficientes que han desarrollado a lo largo de los siglos», indican desde Survival.
El impacto de la discriminación se da en varios sentidos. Uno es el psicológico: «Todo lo que significa vida —cultural, cosmológica, espiritual…— viene de la relación de la indígena con la tierra. Una vez que esta es destruida o invadida se sienten casi violadas psicológicamente», apunta Watson. Luego está el impacto físico al ser expulsada de su territorio y perder sus recursos: «Se encuentran entre los grupos con las tasas más altas de mortalidad materna, malnutrición y riesgos para la salud en general, incluidas ciertas enfermedades como la diabetes», advierte Koch.
La mujer indígena está sometida a muchas formas de violencia. La doméstica y la sexual son las más visibles, y en esta última profundiza Watson. «Se han documentado muchísimos casos en los que, donde hay proyectos grandes como carreteras, minas o hidroeléctricas, viene gente de fuera y abusa de las mujeres». La experta se refiere a áreas a menudo remotas, donde es muy difícil poner una denuncia, como en Papúa occidental, donde los militares utilizaron la represión sexual como arma de dominación. «Hay poca investigación y mucha impunidad, y esto también impacta en su salud porque contraen enfermedades de transmisión sexual». Otro ejemplo muy sonado es el de las indígenas guatemaltecas de Sepur Zarco, que en 2016 lograron la primera condena en su país a dos militares por los secuestrar y abusar de 11 mujeres de la etnia maya-keqchí.
Ha de tenerse en cuenta que también son discriminadas cuando se trata de tomar decisiones sobre sus propias vidas desde el punto de vista familiar o comunitario, o cuando se trata de controlar sus propios cuerpos, pues sus derechos reproductivos y sexuales son violados frecuentemente. «La violencia física y psicológica contra las mujeres es la expresión máxima de la discriminación que enfrentan y la forma más degradante de control social», abunda la directora de IWGIA. Y señala como ejemplo de resistencia la lucha de las mujeres indígenas de Perú por obtener justicia y reparación para las más de 300.000 víctimas de esterilizaciones forzadas entre 1996 y 2000 por obra del Gobierno de Alberto Fujimori.
La violencia institucional y la proveniente de los sectores público y privado también están a la orden del día. Un informe de Naciones Unidas describe cómo en los yacimientos petrolíferos del Ecuador, el cáncer es la causa del 32% de las defunciones, tres veces más que la media nacional y afecta principalmente a las mujeres. También por el uso de plaguicidas, pues sus efectos incluyen un «elevado nivel de toxinas en la leche materna, la sangre del cordón umbilical y los tejidos grasos, que son causa de infecundidad, abortos, nacimientos prematuros, una menstruación y una menopausia precoces, cánceres del aparato reproductor e incapacidad para tener hijos sanos», reza el mismo estudio de la ONU. En cuanto a violencia institucional, se señala la situación de Canadá, donde el 42,7% de las mujeres aborígenes viven en la pobreza, el doble del porcentaje de las no aborígenes y considerablemente más que el número de hombres. Y estos son solo algunos ejemplos.
La educación es otro asunto central y de ello sabe bastante Mirna Cunningham, de la minoría miskita de Guatemala. Desde un elegante salón en Estocolmo, relata que no se olvida de un pasado más humilde en el que ella, niña indígena, no fue admitida en la escuela porque no conocía el castellano —idioma en el que se impartían las clases—. En su caso, su padre optó por enviarla a un colegio más lejano, por lo que pudo estudiar y convertirse en quien hoy es: cirujana y presidenta del Fondo para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas de América y el Caribe (Filac), entre otros méritos. Pero ella ha comprobado que no siempre ocurre así con las niñas de los entornos rurales, pues al tener que desplazarse lejos, se enfrentan al riesgo de ser violentadas en el camino. «Al final la familia prefiere no enviarlas. Se considera que estas niñas no necesitan aprender nada porque su papel en la vida será atender al hombre como esposa y madre».
En Canadá, el 42,7% de las mujeres aborígenes viven en la pobreza, el doble del porcentaje de las no aborígenes
Mirna Cunningham también hace referencia a la discriminación en los sistemas de salud, pues no responden a sus necesidades. «Si queremos tener un hijo, ha de ser de acuerdo a las normas occidentales», critica. La atención sanitaria debe tener un enfoque intercultural que garantice una atención diferenciada a cada cultura. «¿De qué vale poner sábanas blancas a una indígena si para ellas ese color significa la muerte? ¿O intentar que un médico varón las examine cuando eso en sus culturas está mal visto?», inquiere. En este sentido, la miskita elogia las iniciativas que ya se están llevando a cabo en muchos hospitales: instalar salas de alumbramiento interculturales para que las parturientas puedan dar a luz según sus creencias y costumbres, y con sus matronas, pero con un quirófano y un cirujano en la puerta de al lado por si surgieran complicaciones.
Un avance imparable
A pesar de la evidente desigualdad, la resistencia de las mujeres indígenas y rurales es una realidad patente desde hace décadas. Ya en la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas se las menciona específicamente, y entre muchas iniciativas internacionales se puede reconocer la campaña que la Unión Africana está haciendo para asegurar que, en 2025 las africanas tengan acceso al 30% de los derechos documentados sobre la tierra.
Pero son las acciones concretas de mujeres valientes y decididas las que mejor ejemplifican su lucha. Entre la más reconocidas, destacan líderes como Máxima Acuña y la lucha por sus montañas ante la mayor productora de oro de América Latina, la recientemente galardonada con el premio Soros a los derechos humanos Antonia Melo da Silva, por su defensa de 30.000 indígenas amenazados por la construcción de una hidroeléctrica en Brasil, y tantas otras. El asesinato de la líder medioambiental hondureña, Berta Cáceres, recuerda que esta batalla no sale gratis.
Más allá de nombres reconocidos y acciones premiadas, miles de ciudadanas anónimas han llevado a su día a día la guerra contra la discriminación. El norte de Tanzania es tierra de animales salvajes, flora apabullante y población masai. «Allí, han logrado ganar espacio en la toma de decisiones dentro del Área de Conservación del Ngorongoro», detalla Koch. Aunque este es uno de los países con más ingresos por turismo de África, el 40% de su población es pobre y eso obliga a muchos varones masai a emigrar a las ciudades para buscar trabajo remunerado. A raíz de este vacío, las mujeres han ganado espacio en la toma de decisiones. «Supone un gran desafío y una enorme carga a la vez, pues se quedan solas contra la pobreza, el hambre y la falta de derechos básicos», cuenta la experta. Pero se han organizado y creado la asociación Pastoralist Women Council, donde hacen escuchar sus demandas en cuanto a seguridad alimentaria, educación y salud.
Otro ejemplo viene de la experiencia de la propia Mirna Cunnigham y las mujeres de la región de Nicaragua en la que vive. Su ley de autonomía les permite tener un consejo regional propio y han conseguido que el 50% del mismo esté formado por mujeres y que esté presidido por una de ellas. Tras años de trabajo, las vecinas de las 115 comunidades de esta región autónoma han creado el Foro de Mujeres Indígenas. «Se reúnen 1.000 mujeres anualmente e invitan a las autoridades a mantener un diálogo para evaluar el cumplimiento de los compromisos adoptados el año anterior», relata. También han pactado con la administración de justicia que, en casos de violencia de género, no se aplique la ley tradicional porque esta plantea la mediación y ellas no quieren eso, sino una condena. ¿Cómo lo han conseguido en una sociedad tradicionalmente machista?» Han sido años capacitando a los hombres, enseñándoles instrumentos internacionales, derechos humanos, peleando con ellos… Un trabajo de hormigas», ríe.
La Unión Africana pretende que, en 2025, las africanas tengan acceso al 30% de los derechos documentados sobre la tierra
Watson, por su parte, recuerda una reunión de bosquimanos en Botsuana a la que asistió hace años. «Aparentemente los hombres hablaban y tomaban las decisiones, pero yo me fijé en las mujeres, que no estaban dentro del círculo de hablantes, sino sentadas detrás de ellos. Percibí que ellas estaban hablando, a veces en voz baja, e indicando a los hombres lo que tenían que decir en la reunión. Es un pueblo cazador y recolector, y tienen mucha tradición de ser autosuficientes: tanto mujeres como hombres tienen papeles diferentes pero son iguales».
A comienzos de octubre el sol aún luce brillante en Suecia, pero el frío aprieta. Arrebujados en gruesos abrigos, los participantes charlan animadamente y comparten cafés y bollos de canela entre sesión y sesión de esta serie de conferencias. Se habla entre mujeres y sobre mujeres y, entre todas ellas, una voz sobresale. Es la de Katia Maia, directora ejecutiva de Oxfam en Brasil: «Las mujeres traen al mundo más que bebés, ellas traen el futuro de la humanidad, paren para sus países, para sus comunidades. Si hablamos de igualdad de género, entonces hablemos de sus derechos a la tierra. Porque cuando el mundo invierte en mujeres y niños, el mundo entero se beneficia».
LAS MUJERES DE LAS AMÉRICAS Y SUS DERECHOS TERRITORIALES
La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), con la colaboración de IWGIA, ha presentado un nuevo informe que analiza las principales problemáticas a las que se enfrentan las mujeres indígenas en las Américas y que está dirigido tanto a los Gobiernos como a asociaciones de mujeres y de derechos humanos. El documento se ha dado a conocer en Montevideo (Uruguay) durante el 165 Período de Sesiones de la CIDH.
Mujeres indígenas se centra en este colectivo como sujetos de derechos y no sólo como víctimas, ya que ellas cumplen un papel central en la lucha por la autodeterminación de los pueblos indígenas. El texto detalla cuáles son las diferentes formas de discriminación a las que se enfrentan: desde la violencia en contextos de conflicto armado, violencia doméstica o en casos de procesos migratorios. Además, profundiza sobre los aspectos relacionados al acceso a la justicia, desde una perspectiva multidisciplinaria, incluyendo la justicia indígena.
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Fuente: El País/Planeta Futuro