El pueblo amazónico Kukama defiende con orgullo su ser indígena con sus propios hábitos de vida y sus propias creencias.
Por Paolo Moiola
09:36|12 de junio de 2018.- En la estrecha oficina del Centro Amazónico de Antropología y Aplicación Práctica (CAAAP) no hay ventanas y hace un calor sofocante. El interlocutor es el apu (cacique) de Tarapacá, pequeña comunidad kukama sobre el río Amazonas, cerca de Iquitos. Se llama Rusbell Casternoque Torres y tiene un rostro marcado por el sol, tupidos cabellos negros, un ligero bigote y una bonita sonrisa.
“Pertenezco a un pueblo que reside en toda la Amazonia de Loreto. Un pueblo al que le gusta vivir con tranquilidad. Tener comida todos los días. Tratamos de estar en armonía con los seres espirituales que viven cerca de nosotros, en el agua y en el bosque. Hablamos con ellos a través de nuestros sabios y curanderos siempre que es necesario. Por ejemplo, cuando se trata de curar a una persona”, explica Casternoque, quien no habla explícitamente del sumak kawsay, el Buen Vivir indígena, pero el concepto es ese.
Los kukama se cuentan entre los pueblos indígenas más numerosos de la región de Loreto. Se habla de al menos 20,000 personas que habitan principalmente a lo largo del río Marañón, con algunas excepciones como la comunidad dirigida por Casternoque.
La historia de este hombre de 61 años es a su modo ejemplar. Casternoque y los habitantes de Tarapacá —60 en total— han luchado durante mucho tiempo porque querían ser reconocidos como indígenas y como kukama, un pueblo expulsado, como tantísimos otros, de sus tierras ancestrales para dar cabida a las empresas petroleras, madereras o turísticas. Después de siglos de sumisión o anonimato, desde hace algunas décadas los kukama han redescubierto su propia identidad y el orgullo de la pertenencia.
Hoy Tarapacá es reconocida por la ley peruana como Comunidad Nativa Kukama-Kukamiria, pero ha sido un proceso largo y lleno de obstáculos.
“Nos decían que estamos demasiado cerca de Iquitos, que no hablamos el idioma indígena, que somos mestizos”, cuenta Casternoque.
El Convenio 169 sobre Pueblos Indígenas y Tribales de la Organización Internacional del Trabajo, ratificado también por Perú, en el segundo párrafo del artículo 1 establece que un criterio fundamental para ser reconocido como indígena es la “conciencia de su identidad”, es decir, el autorreconocimiento. A pesar de este fundamento jurídico, Casternoque y su comunidad, apoyados por los expertos del CAAAP, han tenido que pasar por varias instancias judiciales antes de ver confirmada su demanda.
El reconocimiento legal, que corresponde al Ministerio de Agricultura, tiene una consecuencia práctica relevante: la obtención de la personalidad jurídica de la comunidad indígena. A partir de esta es posible pedir al Estado muchas cosas: la construcción de una escuela o de un centro de salud, la provisión de agua apta para el consumo y, sobre todo, la propiedad sobre sus tierras ancestrales tal como lo establece el artículo 89 de la Constitución peruana.
La propiedad de sus tierras es imprescriptible, estipula la norma. Sin embargo, la realidad muestra situaciones diferentes. El ejemplo más clamoroso proviene de las tierras de la Reserva Nacional Pacaya-Samiria, llamada así por los dos ríos que la atraviesan.
Reserva Pacaya-Samiria
Inaugurada en 1982, Pacaya-Samiria tiene una extensión de casi 21,000 km². Ubicada en la confluencia de los ríos Huallaga, Marañón y Ucayali, dentro de la llamada depresión de Ucamara (Ucayali-Marañón), la reserva es una joya de biodiversidad. La mayoría de los turistas que la visitan —unos 12,000 al año, la mitad de los cuales son extranjeros— no saben que la reserva se funda sobre una serie de injusticias. De hecho, está ubicada en el territorio ancestral de los kukama, pero estos —aparte de algunas comunidades que han resistido— no han vivido allí desde que fueron expulsados.
“Presentaron la reserva mostrando los animales, pero olvidando a los hombres”, señala Casternoque como triste resumen.
A la injusticia perpetrada contra los indígenas, el Estado peruano también ha agregado el insulto de permitir la extracción de petróleo dentro de la reserva (en el lote 8X, que tiene varios pozos). Y, como es fácilmente predecible, la actividad ha producido contaminación fuera de la reserva, como ocurrió con el lote petrolero 192 (administrado por la canadiense Frontera Energy, que reemplazó a la argentina Pluspetrol Norte) y el oleoducto Norperuano de la estatal Petroperú.
Al tratar el tema, Casternoque se exalta.
“Todo lo que se llama inversión en tierras indígenas tiene un impacto”, afirma. “Empresas madereras, empresas turísticas, compañías petroleras. Estas últimas entraron hace más de 40 años y ¿qué han hecho? Dijeron que traerían desarrollo, pero no fue así. Más bien, ¿qué hay ahora en los lugares donde han operado? Aquí, aquí está la desgracia, la desgracia. Lo digo claramente, con rabia y cólera. Dejaron tierras y aguas contaminadas. ¿Dónde irá la gente a sembrar y pescar?”.
Los kukama son uno de los pueblos indígenas que comen más pescado. La contaminación de las aguas de los ríos es un golpe mortal para ellos.
“Hay muchas personas con metales pesados en la sangre que están muriendo lentamente”, sostiene el apu. “Por no hablar de personas infectadas con el virus de la hepatitis B. ¿Hay alguien en el gobierno que nos defienda? Somos los olvidados”.
El derecho a la consulta previa a las comunidades indígenas sobre proyectos que las afecten está prevista en el artículo 6 del Convenio 169 y en la ley peruana 29785 del 2011, pero no siempre se cumple. Casternoque recuerda que la consulta previa sobre el megaproyecto chino-peruano conocido como Hidrovía Amazónica, cuyo objetivo es abrir una vía navegable de más de 2,500 km utilizando los cursos de los ríos Marañón, Huallaga, Ucayali y Amazonas, se realizó después que las comunidades interpusieron una demanda exigiendo la aplicación de este derecho a los 14 pueblos amazónicos que podrían verse afectados por el mismo. En julio del 2017, el gobierno peruano anunció que había suscrito 70 acuerdos con 14 pueblos indígenas. Pero será necesario esperar para dar un juicio definitivo porque las organizaciones indígenas son numerosas y muchas veces están en conflicto entre ellas.
Cosmología amazónica
No se trata solamente de impactos ambientales y de pareceres preventivos, sino también de cosmovisiones o, mejor dicho, de cosmología amazónica.
Cuando uno ingresa al campo de la cosmología amazónica, no es fácil seguir los discursos de Casternoque. Ya sea que tenga una mentalidad secular o religiosa, en el oyente no indígena prevalecen los pensamientos dictados por la racionalidad y la lógica. Sin embargo, el conocimiento de la cosmovisión es indispensable para acercarse a la comprensión del mundo indígena.
Para los kukama existen varios mundos —generalmente cinco: tierra, agua, bajo el agua, cielo, sobre el cielo—, habitados por seres que influyen, para bien o para mal, en la vida de las personas. Así, está el mundo en el que vivimos, habitado por gente, animales, plantas, espíritus buenos y espíritus malignos. Y está el mundo bajo el agua, donde viven sirenas, yakurunas (gente del agua) y la yakumama (la madre del agua representada por una enorme serpiente). Así, por ejemplo, cuando las personas mueren ahogadas y no se encuentran los cuerpos, se dice que se han ido a vivir en el mundo bajo el agua. Y las familias cultivan la esperanza de permanecer en contacto con ellas a través de los chamanes. Por todo esto los kukama tienen un fuerte vínculo y un gran respeto por los ríos y por el agua.
“Otro tema es nuestra creencia: nosotros creemos que dentro del agua hay seres vivos”, cuenta Casternoque. “Han mandado científicos con aparatos sofisticados para buscarlos, pero sólo han visto tierra. Es que viven de manera subterránea. Están allí. Salen cuando nuestros curanderos los necesitan. Para ayudar a curar. Cuántos niños kukama han sido robados por las sirenas y después de años han regresado para decir: ‘Mamita, estoy vivo. No te preocupes. Allá donde vivo tengo familia’. Estamos orgullosos de poder decir que tenemos nuestras familias que viven bajo el agua. Esto es una realidad. En mi comunidad hay un anciano de 75 años. Él habla directamente con la sirena. Esta sale del agua y conversa con él en persona. Nosotros creemos en eso, pero, si lo decimos a otros, se ríen y dicen que estamos locos”.
Casternoque habla con convicción ante un interlocutor no suficientemente preparado sobre la materia. Sólo puedo preguntar si Tarapacá tiene un chamán. “Sí, tenemos un chamán que es también curandero”. Luego, para llevar la discusión a niveles más comprensibles para la mentalidad occidental, le pregunto a Casternoque cómo se convirtió en apu.
“Se llama a la comunidad a la asamblea. Se proponen los candidatos. Y luego se discute hasta que sólo queda uno. Así fui elegido también yo. Soy apu desde el 2011. En el 2019 se volverá a convocar la asamblea que puede reelegirme o cambiarme. El apu es el representante de la comunidad, su máxima autoridad. Sin embargo, él actúa según las directivas dictadas por la colectividad. Soy ayudado por un consejo comunitario compuesto por cuatro personas”.
La identidad cultural de un pueblo pasa también por su propio idioma. Casternoque habla kukama (pero muy poco, admite) y castellano.
“Este último es el idioma más hablado porque nuestro pueblo ha sido el más sujeto a la castellanización por los mestizos”, dice. “La verdad es que estábamos perdiendo nuestro idioma, pero ahora lo estamos recuperando. Lo estamos aprendiendo de nuevo. Felizmente, todavía hay algunos ancianos que hablan el kukama, pero ya no lo usaban por vergüenza. Y además hay algunos maestros bilingües que están enseñando a nuestros hijos”.
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Fuente: Comunicaciones Aliadas