“Es urgente repensar la reestructuración jurisdiccional de los territorios vicariales de la Amazonía”

Diego Clavijo, primero desde la izquierda, en ceremonia de recibimiento del cuerpo del padre Luis Bolla a Kuyuntsa. Foto: Agencia Info Salesiana

Diego Clavijo −primero desde la izquierda, con texto en la mano− en ceremonia de recibimiento del cuerpo del padre Luis Bolla a Kuyuntsa, en 2017. Foto: Agencia Info Salesiana

Por Jonathan Hurtado

17:00|5 de diciembre de 2018.- Diego Clavijo Illescas es misionero salesiano y acompaña al pueblo indígena Achuar en la zona de frontera Perú-Ecuador. Actualmente trabaja con comunidades de los distritos de Andoas y Morona, en la provincia de Datem del Marañón (Loreto), en jurisdicción del Vicariato Apostólico de Yurimaguas.

“Tenemos un grupo de aproximadamente ocho mil habitantes con una lengua propia, cultura, tradiciones, ritos, mitos propios”, cuenta. Vive en la comunidad de Kuyuntsa (Andoas), en el río Manchari, afluente del río Pastaza el cual desemboca en el Marañón. De Yurimaguas hasta su comunidad son cerca de cinco días de viaje, casi todo por vía fluvial.

Se trata de un territorio de difícil acceso en donde llegar de una comunidad a otra puede tomar mucho tiempo. “Si quiero llegar a las comunidades voy con mochila al hombro. En selva pasamos dos meses, tres meses y medio, más que nada caminando”, dice el misionero que acompañó por casi una década al padre italiano Luis Bolla (1932-2013), quien vivió cerca de medio siglo con los indígenas achuar.

Clavijo participó de la segunda asamblea territorial presinodal que se desarrolló en setiembre en la ciudad de Yurimaguas, a donde fue junto a dos diáconos permanentes achuar a dar cuenta del trabajo de la Iglesia en la zona y del peligro que corre dicho pueblo debido a que el Estado se muestra casi siempre indiferente a sus demandas.

En la siguiente entrevista, el misionero salesiano cuenta su experiencia al lado del padre Bolla, explica el trabajo que la Iglesia habría impulsado en la inclusión de elementos de la cosmovisión del pueblo Achuar a las prácticas o visiones de la Iglesia, y marca los pasos que la Iglesia debería seguir en su camino hacia el próximo Sínodo de la Amazonía que se desarrollará en Roma.

-Se habla mucho del trabajo del padre Luis Bolla en territorio del pueblo Achuar. ¿Cómo fue su experiencia con él?

El padre Bolla inició el trabajo de evangelización con el grupo jíbaro Shuar en el Ecuador. Luego pasó a los achuar del Ecuador, y como los achuar estaban en frontera tanto en Ecuador como en Perú, entonces él se integró a la parte peruana en donde había más tribus en problemas fuertes de guerra, de conflictos por brujería. Él empezó el trabajo en el 84, fue un trabajo continuo y permanente de evangelización, también de iniciar un camino de formación ministerial. Formó los primeros ministros de la palabra, de la eucaristía, los primeros exorcistas, que hacen el diálogo entre cultura tradicional, shamanismo y fe; y también atienden a los enfermos. Y finalmente cerró ese círculo formativo-ministerial con los diáconos permanentes que ya han crecido mucho en la fe, en su compromiso de servicio a la Iglesia.

Yo me integré a ese trabajo como salesiano porque él fue salesiano y sentí ese llamado de poder acompañar, de aprender de su experiencia de muchos años solo en la selva. Pasé con él aproximadamente nueve años; pude captar la parte esencial de su entrega, de su compromiso con los pueblos de la selva, la intuición que logró obtener después de largos años de trabajo evangelizador… de encarnar el evangelio, la Iglesia, los sacramentos en una cultura jíbara que no es fácil, que tiene muchas dificultades, que es un pueblo que está siempre en conflictos, en guerras como parte de su identidad cultural. Pero a la vez, es un pueblo noble, un pueblo abierto, sencillo, acogedor, que se ha comprometido en el camino de Jesús haciendo una síntesis entre la cultura tradicional y la fe cristiana. Esa síntesis armónica le lleva a uno a un estado de vida de compromiso, con la fe, con su comunidad; al servicio también de su iglesia local.

Participando en la segunda asamblea territorial presinodal que tuvo lugar en Yurimaguas. Foto: CAAAP

Participando en la segunda asamblea territorial presinodal que tuvo lugar en Yurimaguas. Foto: CAAAP

-Un punto que se está abordando con especial énfasis en estos encuentros es cómo incluir la cosmovisión de los pueblos indígenas a las prácticas propias de la Iglesia. En su caso se ha realizado un trabajo importante con el pueblo Achuar, ¿qué puede comentar al respecto?

La experiencia de muchos años de, a veces errores, a veces de dudas o inquietudes, ha sido fundamental. Para nosotros, misioneros, lo primero es conocer la lengua. El poder comunicarnos con ellos para establecer un diálogo sobre cómo ellos ven su mundo, el mundo shamánico; cuáles son sus manifestaciones, sus mitos ancestrales. Y todo lo de la cultura ancestral ha sido de alguna forma recogida a través del misionero que ha escrito, que ha conversado, que ha dialogado, que ha investigado, que ha pasado años dedicando su vida a adentrarse en este mundo; y luego pues la Iglesia reconoce en toda esta cultura ancestral las semillas del verbo, esas semillas que en relación a la cultura uno se da cuenta de que también había muchos valores culturales.

Ciertamente, (se ven) situaciones de mucha violencia, pero a la vez también ciertos valores que al contacto con la fe cristiana uno se da cuenta de que son valores del único dios, del dios ancestral de ellos, llamado Arutam, (que) es el dios de Jesucristo, es el padre de sus antepasados, es nuestro padre, el padre Dios, el único dios que ha existido siempre. De hecho, la misma palabra Arutam viene de la raíz de vida: aru, el que siempre ha vivido, el que es perpetuo, el que tiene la vida eterna. Entonces de ahí los antiguos recibían una fuerza para que ellos puedan ser una familia próspera, una familia que tiene abundancia de hijos, que tiene chacras, que tiene comidas, que puede salir adelante.

Entonces ese diálogo intercultural ha llegado a rescatar y a integrar sus ritos, sus tradiciones, sus mitos a la vida de fe, a la vida litúrgica, a la vida religiosa; y realmente ellos se identifican como cristianos católicos achuar y viven la fe sin despreciar los valores culturales que ellos ancestralmente han vivido, viven y que han heredado de sus antepasados.

-Según lo que explica, se puede decir que se ha dado un sincretismo importante.

Más que sincretismo es más bien una síntesis, es un nuevo estilo de vida. Es una forma de expresar la vivencia de su fe, valorando su cultura, valorando las tradiciones ancestrales positivas; y digamos que no solo ellos viven ese nuevo estilo de vida achuar cristiana, sino que también la Iglesia nos hemos enriquecido de su espiritualidad. Porque ellos tienen una visión de Arutam, de cómo encontrar su fuerza, de cómo mejorar su vida, purificarse, alimentarse. Los mismos cristianos que venimos de otros lugares y hemos dejado nuestras culturas, nuestras tradiciones, nos vemos enriquecidos por ese tipo de espiritualidad que tienen ellos. Por ejemplo, el de confiar en dios a pesar de los problemas, vivir con alegría sin dejarse angustiar de eso y vivir el momento: aprovechar el momento que tú vives a fondo. Entonces son valores que en nosotros casi no existe mucho porque nos gana el estrés, la planificación, lo programado, lo exacto, las metas… (se trata de ir) dejando a un lado el momento que tú vives, de aprovecharlo al máximo y vivir intensamente con tu familia, la naturaleza, lo que tienes que hacer en ese momento.

-Una de las propuestas que planteó su grupo de trabajo es que los indígenas también celebren la eucaristía, ¿cómo es esto?  

Sí, fue una de las propuestas, uno de los retos atrevidos que el mismo Papa ha pedido. Pensar en una iglesia autogestionaria la cual por sí sola pueda promoverse, ser una Iglesia que se sostenga con sus propios ministros, con un clero propio, es importante porque el servicio pastoral debe llegar a completar un proceso. Actualmente el sacramento de la eucaristía, de la penitencia, de la unción de enfermos, lo da únicamente el sacerdote; y si no hay un clero, un sacerdote nativo, no van a completar ese ciclo de servicio pastoral y no va ser una iglesia que por sí misma se sostenga y vaya creciendo. Entonces, al pensar en el sacerdocio indígena -en el sacerdocio de uno de estos hombres probados de fe que hayan pasado por un proceso- pensamos especialmente dentro de los diáconos permanentes ya instituidos: son casados, tienen familia, tienen experiencia de vida de hogar, de responsabilidad, de compromiso con su comunidad. Entonces ahí surge el hecho de que habría la posibilidad de que estos hombres ya madurados en la fe, que tienen 20 o 28 años de caminar en el camino ministerial, puedan seguir ese camino y ofrecer servicio a la comunidad a través del presbiterado, del sacerdocio. Y como hemos escuchado ahora, ellos están dispuestos a hacer el servicio. Entonces digamos que estaríamos llegando a una etapa de crecimiento, de maduración de la Iglesia. Una iglesia no es madura totalmente mientras no tenga sus ministros propios. El sacerdocio es un servicio muy necesario porque a lo largo del proceso pastoral tenemos muchas comunidades cristianas, muchos bautizados y necesitan realmente el servicio del sacramento de la eucaristía, de la penitencia, y de la unción de enfermos; si no hubiera esto es (una iglesia) como mutilada, incompleta, inmadura. Y los diáconos vemos que tienen mucha aceptación, son muy respetados, sus opiniones, su animación es muy aceptada y representan una figura importante dentro de sus comunidades cristianas.

-¿Entonces un indígena ahora mismo no puede ser sacerdote?

Actualmente no se ha planteado ese proceso. Incluso, me parece que dentro de la Iglesia amazónica del Perú los únicos diáconos permanentes instituidos están en nuestra zona: cinco indígenas achuar que han sido instituidos por el monseñor José Luis Astigarraga; y bueno, ha sido un don de Dios el tener este ministerio, y ellos ya están en actividad, hacen bautismo, visitan las comunidades, hacen matrimonios, animan a un grupo de comunidades, tienen una miniparroquia. Claro, en coordinación con mi persona que soy el párroco; pero siempre estamos en continua evaluación, en reuniones, en formación. Pero, en general, acá en la Iglesia amazónica del Perú no tenemos todavía ese camino abierto como se ha hecho en el pueblo Achuar.

-¿En la zona de frontera, en la parte de Ecuador, existen sacerdotes indígenas achuar?

Sacerdotes indígenas no hay entre los achuar. En Ecuador hay sacerdotes jíbaros shuar; pero diáconos casados o casados que sean sacerdotes no hay. Célibes sí, es decir que no tienen familia, no tienen ningún compromiso. Pero hombres indígenas casados que ya hayan seguido un proceso y que sean sacerdotes, no hay; es una propuesta nueva, es un camino nuevo que se está abriendo. Porque los célibes se forman fuera de su territorio en un seminario de una diócesis o vicariato. En cambio, la propuesta es que dentro del camino ministerial que están llevando nuestros animadores de la palabra y nuestros ministros instituidos, estos ministros casados puedan también, algunos que son probados en su fe, en su formación, en su liderazgo, puedan ser ordenados sacerdotes. Entonces es una nueva propuesta, un camino por reflexionar, conversar, dialogar y si Dios quiere lograremos tener algunos sacerdotes casados dentro de estos grupos indígenas. Porque ellos prácticamente tienen un rito particular propio, signos, tienen elementos culturales muy adaptados, inculturados. Entonces dentro de su mundo ellos harían un servicio a su iglesia particular, no fuera sino al interno. Sacerdotes casados ordenados para el servicio de sus comunidades en un territorio específico.

Diego Clavijo en comunicación con un medio local para dar alcances de lo tratado en la asamblea. Foto: CAAAP

Diego Clavijo en comunicación con un medio local para dar alcances de lo que se iba tratando en la asamblea. Foto: CAAAP

-En esta asamblea han salido varias críticas a la Iglesia, de cosas que se tienen que cambiar, para usted ¿qué es lo que debe de cambiar en el corto plazo?, ¿qué tema urgente se debe llevar al Sínodo?

Algo que me parece nos está faltando es el hecho de las dificultades que tenemos en la Amazonía. Somos tan pocos misioneros y tan pocos agentes pastorales, incluso indígenas, para un territorio demasiado grande, con muchísimas comunidades; hay comunidades a las que yo llego a los dos años a atenderlas pastoralmente en los sacramentos. Entonces en selva tenemos ese conflicto entre cantidad de misioneros y el territorio tan inmenso con inmenso número de comunidades. Entonces sí se requiere plantear una reorganización territorial de las jurisdicciones de los vicariatos amazónicos. ¿Qué quiere decir eso? Que tengamos jurisdicciones territoriales más reducidas, pequeñas, con equipos pastorales: sacerdotes, religiosas, laicos. Que puedan atender a un pueblo o a unos pueblos que estén cercanos, en los cuales se puedan hacer procesos de catequesis, de evangelización, de catecumenado, de camino ministerial. Que sean acompañados, que sean bien formados y que se garantice realmente que llega a culmen un proceso donde realmente se vean resultados concretos en la vida de fe, en la vida de la Iglesia, en el compromiso social, político de la evangelización que sea ahí llevado en esos lugares. Yo creo que es urgente repensar la reestructuración jurisdiccional de los territorios vicariales de la Amazonía.

-Usted se presentó en esta asamblea como miembro del pueblo indígena Achuar, ¿se siente usted achuar?

Así es. Llega un momento en que uno a veces piensa en achuar y habla como piensa, y entonces uno como que renuncia a su cultura, renuncia a su lengua porque el 99.5 por ciento hablamos todo en achuar, casi no hablamos en castellano en zona de misión. Vivimos con ellos, compartimos con ellos sus problemas, sus dificultades, su vida, su comida. No llevamos comida de fuera, tratamos de revalorar su cultura. Entonces, en cierto sentido, nos sentimos parte de su mundo, nos sentimos achuar: valoramos su música, sus cantos, empezamos a pensar en cómo podemos salir adelante, cómo superar juntos las dificultades; participamos en sus reuniones de organizaciones, en sus proyectos políticos, en sus proyectos de desarrollo, en sus sueños, en sus alegrías. Compartimos sus bromas, sus risas; cuando nos alejamos, extrañamos porque la ciudad siempre nos estresa. En cambio, cuando llegamos allá (volvemos), empezamos a gozar de compartir con ellos como familia. Es más, allá no nos dicen padre o sacerdote, nos dicen hermano o apáchich, que es abuelito, o papacito, o sobrino. Yo le digo uchíchiru, hijo, nawánchiru, hija. No nos tratamos con esa diferencia, sino nos tratamos como familia. Entonces a mí no me dicen Diego, me dicen kiakua, que es el guardían de las cosas en la noche cuando viene el tigre o el zorro a llevarse las gallinas, es el que está pendiente, el que ve el peligro que tiene la noche, y que cuida, digamos, a su rebaño. Entonces toda esa relación indica el papel de una iglesia que se incerta, que busca tener algún tipo de relación no piramidal-jerárquico, sino de familia.

 

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