18:20|06 de enero de 2019.- Empezó a pintar de pequeño, primero por puro gusto, luego obligado por las circunstancias; «mi familia tenía que comer», cuenta. Pintaba animalitos de la selva pero más tarde sintió la necesidad de pintar sobre las historias que les contaban su padre y su madre, él cocama, ella huitoto.
Así, Santiago Yahuarcani, hoy convertido en un reconocido pintor y escultor, empezó un largo camino artístico en el que no está solo: están su esposa Nereida López, reconocida hacedora de máscaras, y su hijo Rember, pintor y cuentista de fulgurante carrera.
Santiago empezó a pintar sobre los mitos que cuentan el origen de su pueblo Huitoto y, específicamente, de su clan: el Aymenu, ‘garza’ en castellano. Su madre le contaba las historias, él las imaginaba y revolvía para luego plasmarlas sobre la yanchama, esa corteza vegetal que en la selva hace de lienzo.
Cielos como relampagueantes, colores electrizados, figuras fusionadas mitad hombre-mitad ser alado, alargadas y de costado casi siempre. Escenarios donde pareciera que el cielo siempre le ganara espacio a la tierra. Pero también su etilo es otro: personajes cercados en la espesura baja de la selva, acorralados, vulnerados.
Mamá Tierra (‘en+e ca+ ei’ en huitoto) es una pintura de este último estilo, donde el artista nacido en el distrito de Pebas (región Loreto) reúne casi todos los males y las injusticias visibles en la Amazonía.
«La Madre Tierra está siendo golpeada, destrozada por los habitantes que estamos aquí en la Tierra. La golpean los que sacan madera, los que usan motosierra, los que usan hacha. La Madre Tierra está sangrando, la Mamá Tierra está llorando. Sus lágrimas son como la resina de los árboles», dice Santiago al preguntarle sobre el contenido de su pintura.
La resina de la que habla recuerda a la goma que por tres décadas sirvió a la industria cauchera (fines del siglo XIX e inicios del XX) y que tuvo como saldo nefasto la explotación y muerte de miles de indígenas amazónicos. Su familia es sobreviviente de aquel genocidio.
Cambios bruscos y exhortación a la Iglesia
Santiago cuenta lo que cada día se hace más evidente a la luz de las denuncias: los bienes de la naturaleza escasean en la Amazonía, hay menos alimentos, menos agua y menos territorio para el indígena.
Nuevamente señala su pintura y dice: «Hay poco pescado, poca carne, poco plátano; la Madre Tierra está siendo apretada por los desperdicios, por los residuos. Están las petroleras, están las fábricas y las minas que están contaminando con su humo. Y la idea que se impone (señala el símbolo ‘$’ en la pintura) es la de la plata, el dinero. No hay interés en cuidar a la Madre Tierra, todo es la plata. Los ríos también están contaminados.»
El cuadro no incluye, pese a todo, otras realidades que Santiago también ve con angustia: el desconocimiento de los jóvenes de lo que es su propia cultura, y la corrupción que existe en las comunidades.
«Los jóvenes tienen que estar preparados, ellos tienen que aprender todo lo que es su cultura: la historia, los mitos, los cantos, las danzas, todo lo que eso concierne», explica. El cuadro, inagotable de significados, muestra también a algunos indígenas, «son los indígenas que están saliendo en defensa de la Madre Tierra». Y sobre ellos habla ahora.
La iglesia puede ser un importante aliado. Lo primero, pide, es que los que lleguen a su territorio deben aprender el idioma de la zona.
«Cuando un misionero llega a la comunidad y habla nuestra lengua, nosotros estamos más contentos, le sentimos más cercano. Parece que la Iglesia está interesada por la vida cultural de los pueblos, por tanto yo creo que hay que trabajar juntos», dice.
Santiago sostiene que la espiritualidad de los pueblos indígenas y la de la religión Católica tienen cosas en común. Cuenta que en la Biblia se habla del gran diluvio que pasó porque la gente hacía daño; igualmente en nuestra historia hubo un diluvio que llegó porque la gente no sabía cuidar a la Madre Tierra como nuestro Dios había mandado.
«Hay mucha relación en lo que dice la Iglesia por medio de la Biblia. Entonces eso de ahí hay que conversarlo mucho para poder relacionar porque es la misma cosa; sin embargo, es nuestro modo cómo nosotros lo interpretamos; entonces todo eso es diálogo», sintetiza.