El CAAAP y Cáritas Chosica realizaron taller conversatorio con la comunidad Nueva Esperanza-Cashahuacra donde viven 24 familias originarias del río Ucayali
15:45|22 de enero de 2019.- ¿Qué alegrías y dificultades tienen los amazónicos que migran a las ciudades? ¿Cómo la Iglesia les debe acompañar en ese proceso? ¿Qué rasgos se deben tomar en cuenta para construir una iglesia rostro amazónico? Estos son algunos de los interrogantes que se pusieron sobre la mesa durante el taller de reflexión y diálogo implementado por el CAAAP, en coordinación con la Pastoral Social de Cáritas Chosica, el domingo 20 de enero en la comunidad shipiba Nueva Esperanza-Cashahuacra. Un lugar árido ubicado en lo alto de un cerro del distrito de Santa Eulalia, provincia de Huarochirí, que se convierte en acogedor gracias a la hospitalidad de las 24 familias que lo habitan desde hace casi once años.
Se trató de una actividad pre-sinodal con el objetivo de recabar las voces amazónicas, en este caso de los migrantes shipibos que han dejado la selva para asentarse en la gran ciudad, y que todas ellas sean socializadas y atendidas por el Sínodo de la Amazonía convocado por el Papa Francisco para octubre. Una treintena de personas, mujeres en su mayoría, respondió al llamado.
Gilmer Noriega Vega, joven presidente de la comunidad, fue el primero en tomar la palabra apuntando hacia la falta de saneamiento básico, el miedo a los huaicos, las enfermedades en auge y la precariedad de las viviendas como principales problemas del grupo. “Vinimos aquí buscando mejor calidad de vida, pero hasta ahora no la encontramos”, aseguró, “no somos problemáticos pero queremos soluciones sentándonos a dialogar en la mesa, sin embargo, las autoridades no nos escuchan”. Además, indicó que su comunidad piensa en la formación de los niños y jóvenes con la mirada siempre puesta en el retorno al río Ucayali, del que proceden: “Queremos preparar jóvenes para que regresen a nuestras comunidades para seguir desarrollando a nuestro pueblo”.
Es un hecho constatable. En todo el contexto latinoamericano, la mayoría de la población trabajadora migrante es indígena. Una realidad sobre la que la Iglesia lleva tiempo prestando atención. “Los indígenas y afroamericanos son, sobre todo, «otros» diferentes, que exigen respeto y reconocimiento. La sociedad tiende a menospreciarlos, desconociendo su diferencia”, se lee en el texto conclusivo de la V Conferencia General del Consejo Episcopal Latinoamericano y del Caribe (CELAM), celebrado en Aparecida (Brasil) en 2007. Y, en base a ello, su “situación social está marcada por la exclusión y la pobreza”. Condiciones ante las que la Iglesia “acompaña en las luchas por sus legítimos derechos”, pues “Jesús convoca a Jesús convoca a vivir y caminar juntos”.
Derecho al buen vivir
Ataviadas con sus coloridas vestimentas que identifican a la etnia shipiba, unas veinte mujeres fueron las primeras en llegar, tomar siento y participar de forma comprometida. “Tenemos derecho a vivir bien, en un ambiente seguro y con una casita mejor, más que todo por nuestros niños”, se pudo leer como conclusión de uno de los grupos. Los más pequeños son, sin duda, la principal preocupación. Interés por un mejor desarrollo educativo que va de la mano del temor a desligarse de su cultura, de perder raíces. “Nuestra cultura no debe cambiar, debería permanecer siempre”, aseguran. Y en esa línea van sus pedidos hacia los líderes eclesiásticos. Los shipibos de Nueva Esperanza reivindican una Iglesia más intercultural, que predique y que cante en su lengua, por ejemplo, y que les apoye en el arduo camino de inculcar los valores y tradiciones ancestrales a los más pequeños. “Preservar nuestra cultura se convierte en una lucha diaria”, lamentan.
La deficiente atención en salud, pues muchos no pueden ser inscritos en el Sistema Integral de Salud por incoherencias del propio Estado, también les afecta. “No entendemos por qué nos asignan la posta de Buenos Aires, cuando está mucho más lejos”, dijeron, “lo lógico es que nos atiendan en Santa Eulalia, pero reclamamos y no nos escuchan”. Otro tormento es el desempleo y las indignas condiciones de trabajo que, por si fuera poco, se agudizan más ante la llegada de mano de obra todavía más barata que ellas. “Yo antes apoyaba como ayudante de cocina por 180 soles semanales pero ahora ya sólo quieren pagar 120, y eso ya no compensa porque si le restas lo que gastas en pasaje ya no alcanza para nada”, ejemplificó una de las mujeres.
Añoranzas en verde
Sin duda, si hay algo que la comunidad shipiba residente en Lima extraña de su selva son los árboles, el aire puro, la naturaleza. No es raro que, cuando una institución se brinda a apoyarles, una de sus prioridades para la mejora de su espacio común sea la plantación de árboles. “Si nos ponen árboles, nosotros los regaremos y cuidaremos… necesitamos árboles que nos den frutos y sombra”, comentaron ante un ofrecimiento de Cáritas del Vicariato de Chosica. Desde la ciudad, los indígenas amazónicos también reivindican una ecología integral, algo que definen como “vivir en un ambiente de paz y tranquilidad, donde se respira aire limpio y puro, se comen frutas agradables y carne y pescado fresco libre de contaminación”.
Estos y otros aportes más serán ahora sistematizados y elevados a instancias superiores con la vista puesta en octubre. Demandas, preocupaciones y reflexiones que serán compartidas con los obispos de toda la Amazonía y con el Papa Francisco en un Sínodo donde la Iglesia brindará nuevas propuestas y caminos para la conservación del mayor pulmón del mundo, la selva amazónica, en equilibrio y desarrollo integral de los pueblos que habitan en él.
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¿Quieres saber más sobre la migración de indígenas amazónicos de Perú hacia las grandes ciudades del país? Consulta ‘Buscando el Río. Identidad, transformaciones y estrategias’, de Ismael Vega.