Dialogar con el casi octogenario José Piño ‘Bonangué’ es un placer. Le encontramos en Sepahua, donde cuida su chacra, sale a pescar y, de vez en cuando, desempolva los libros viejos que antaño ayudó a editar al Ministerio de Educación, el Instituto Lingüístico de Verano y otras instituciones para la enseñanza de la lengua amahuaca, la propiedad de sus ancestros, su tesoro. Para que su voz se escuche, también participa junto a otros adultos mayores en el programa radial ‘Voces de Saber’, de Radio Sepahua, y relata su pasado a todo el que esté dispuesto a escuchar
Por: Beatriz García
21:30|17 de abril de 2019.-“Yo nunca había visto a gente mestiza, tenía miedo”. En Sepahua, Ucayali, a José Piño todos le conocen por el que era su verdadero nombre antes de salir del monte, ‘Bonangué’. Cree que nació en el 42 ó el 43, unos años antes de que el padre Francisco Álvarez fundara, en 1948, la Misión ‘El Rosario’ en la desembocadura del río Sepahua con el Urubamba. Eran años en los que el indígena era explotado por el maderero y en los que la vida de una niña valía lo mismo que un machete o un mosquitero antes de llevarla a vender a Pucallpa. En ese entonces su grupo, el amahuaca, vivía bastante ajeno a todo esto en la cabecera del río Sepahua y algunos de sus afluentes, como el Panguana, donde él y su hermano gemelo, de nombre ‘Ochambá’, nacieron o el Shimbuya, donde su familia se estableció por un buen tiempo.
Pero llegó un día en su padre, que era el curaca, y sus tíos recibieron la noticia de que “unos hombres blancos buenos” habían llegado para quedarse. “Antes de traernos a los niños, yo tenía unos seis u ocho años, los adultos vinieron a entrevistarse con los misioneros y después el padre Francisco siempre nos visitaba ahí arriba”, recuerda, “hasta que los mayores decidieron venir a vivir a la Misión para poder usar cosas como el machete, la olla, la ropa para el friaje…”. Bonangué cuenta la historia con el tono pausado que le caracteriza, mientras sus ojos nostálgicos desvelan esfuerzo por recordar los detalles hoy ya difusos. Pronto será octogenario, pero el físico y la mente le acompañan. Todavía puede vivir sólo cuidando un bonito jardín a la entrada del barrio Nuevo Rosario y, de cuando en cuando, se ausenta por días para ir a pescar surcando el Sepahua, el mismo río que su pueblo dejó décadas atrás.
Los amahuacas fueron el segundo grupo originario que se integró en Sepahua, cuyas familias fundadoras son yines. Luego llegarían los yaminahuas, rivales tradicionales de los amahuacas, y posteriormente asháninkas, matsigenkas, sharanahuas y mestizos. Un auténtico babel conviviendo en una misma misión. Se logró una convivencia pacífica, aunque no fue fácil, como recuerda Bonangué al rememorar las matanzas entre etnias. “Los padres hicieron entender a la gente que matar es malo, hicieron mucho bien para terminar con todo eso. Así, ahora el amahuaca ya no tiene rencor hacia nadie”, opina, “desde hace tiempo vivimos tranquilos”. Tanto así que, en la primera mitad de los 70, tras el fallecimiento de su padre en el 72, enseñó durante tres años académicos en el río Mapuya a los “eternos” rivales, los yaminahuas. “Como su lengua también es de la familia pano, nos entendíamos muy bien”, explica. Años después, en los 90, algunos de sus familiares serían los primeros profesores en Santa Rosa de Serjali, tras el contacto del pueblo sharanahua, con un idioma similar. El odio entre amahuacas y yaminahuas era cosa del ayer.
El primer profesor amahuaca
En Sepahua ya no quedan “viejos de aquella época”, él es el único superviviente de aquella generación de “aislados” que optó por el hoy llamado contacto. Sus recuerdos son un tesoro que se lamentan ante la pérdida irreparable que, si no se remedia en estos años, ocurrirá. Bonangué, quien laboró como profesor bilingüe y colaboró activamente con el Instituto Lingüístico de Verano en la preservación de la lengua, es de los pocos amahuacas de Sepahua que todavía la manejan con fluidez. El resto prácticamente la ha olvidado o la utiliza de manera puntual, sólo en el contexto familiar, sin tener demasiado conocimiento de su gramática. “Que llegue a desaparecer mi idioma es muy duro para mí, no sé cómo se sentirán otros paisanos. A pesar de que nuestras madres y padres han sido los dueños de ese idioma, y ahora que quedamos pocos, a mí me gustaría que no desaparezca porque es lo nuestro, no debemos perderlo ni olvidarlo”, confiesa con voz entrecortada, escogiendo cada palabra que pronuncia.
Habla de un desinterés general, no sólo hacia la lengua, sino hacia la cultura de su pueblo. Desde que se conoció la olla de aluminio, las mujeres ya no quieren buscar greda para confeccionarlas artesanalmente. Desde que se empezó a manejar escopeta y tarrafa, los hombres no toman importancia al arco y la flecha que antaño les garantizaron el alimento diario. “Cuando les cuento a mis nietos cómo vivíamos antes, no lo entienden, los más mayorcitos no se explican cómo podíamos vivir casi sin nada”, comenta el veterano profesor.
Rememorar tiempos pasados e ilustrar a la juventud del distrito es el objetivo del programa radial ‘Voces del Saber’, en el que Bonangué pone su granito de arena cada sábado en representación de su pueblo amahuaca. No sólo utiliza el micrófono para hablar en su idioma, aunque muy pocos logren captar lo que dice, sino que también relata cuentos que sus padres y abuelos le legaron. Pero su empeño ha ido, incluso, más allá. En 2017, enterado de que en la región Madre de Dios había una comunidad amahuaca, viajó durante varios días para visitarles. “En la comunidad de Boca Pariamanu mis paisanos no saben la lengua, ni uno solo puede enseñar a los niños, así que estuve por cuatro o cinco meses acompañándoles y alguito les pude dejar”, explica.
Sin embargo, el tiempo avanza y personajes como él terminarán dejándonos. Y con ellos se marchará toda la sabiduría que atesoran y a la que pocos prestaron interés. Antes de que eso ocurra, don José Piño Bonangué tiene un único deseo: que su lengua viva por siempre.
PARA SABER MÁS…
La lengua amahuaca es usada por el pueblo del mismo nombre, y cuenta con 301 hablantes aproximadamente (Censo 2007), quienes habitan en la cuenca del río Purús, en la provincia del mismo nombre; en los ríos Yurúa, Inuya y Sepahua, en la provincia de Atalaya, departamento de Ucayali; y en el río Las Piedras, departamento de Madre de Dios. Pertenece a la familia lingüística Pano y presenta una vitalidad variable: mientras que en Madre de Dios la lengua se encuentra seriamente en peligro, en Ucayali, provincia de Atalaya (ríos Inuya y Sepahua) se encuentra en peligro, en tanto que en la provincia de Purús se encuentra vital (Ministerio de Educación 2013). Fuente: Ministerio de Cultura.