Milagro. Esa es la palabra que, para la profesora y lideresa indígena Amalia Casique Coronado, define la noticia que más de 11.000 ashéninkas estaban esperando: el reconocimiento de su alfabeto que confirma al Ashéninka como la lengua originaria número 48 del Perú. Ha sido una década de reivindicaciones constantes luego de que, en 2008, el Estado optase por unificar lingüísticamente el asháninka y el ashéninka. Dar marcha atrás cuando (casi) nadie les tomaba interés no ha sido fácil. ¿Quieren saber por qué?
Por Beatriz García Blasco
19:45|10 de mayo de 2019.- Imagínense que, un día cualquiera, la comunidad internacional se reúne y acuerda que, como tienen una misma raíz y comparten algunas palabras y fórmulas gramaticales, el francés, el portugués o italiano pierden la oficialidad como idiomas y pasan a ser ‘variantes’ del idioma mayoritario, el castellano. Les resulta increíble, ¿verdad? Es una comparación exagerada, sí, pero algo similar fue lo que en 2008 le ocurrió a uno de los tantos pueblos amazónicos que habitan, desde hace siglos, la selva peruana. Ellos son los ashéninkas.
Según censo del INEI de 2017, en Perú existen 8.774 hablantes de la lengua ashéninka que el pasado mes de febrero, a través de la Resolución Ministerial N° 199-2019-MINEDU publicada en el Diario Oficial El Peruano, logró el reconocimiento de sus 22 grafías luego del respectivo proceso de talleres realizado por el Ministerio de Educación en 2018. El Gran Pajonal, Tahuanía y Atalaya (región Ucayali) y Puerto Bermúdez (región Pasco) fueron los cuatro escenarios. Allí los ashéninkas, con diálogo y consenso, acordaron recuperar las grafías que en 2008 se les habían negado considerándoles, solamente, como una variedad de la lengua asháninka que les ‘obligaba’, al menos desde el punto de vista educativo, a adaptarse al idioma amazónico cuantitativamente más importante con casi 90.000 hablantes.
“Ha sido una lucha constante, no sólo de quienes ahora representamos, sino de muchos otros líderes ashéninkas”, agradece la profesora Amalia Casique Coronado, docente de la Universidad Católica Sedes Sapientiae NOPOKI, en Atalaya. Destaca a la familia Camayteri, paisanos del Gran Pajonal, y especialmente al líder Miguel Camayteri. Y también a monseñor Gerardo Zerdín, quien palpando en primera persona las dificultades que presentaban los alumnos ashéninkas que llegaban a NOPOKI, pues se les incluía en el grupo de los asháninkas tal y como había dictado el Estado, se desmarcó contratando profesores ashéninkas que empezaron a formar futuros docentes en su verdadera lengua. “Enseguida se dio cuenta de la dificultad, los mismos alumnos lo pidieron. Monseñor es una persona que nunca impone, siempre trata de respetar lo nuestro”, opina la profesora, “creo realmente que si él no le hubiera dado el respeto y la consideración a nuestro idioma y nuestra cultura, nada de estos habría funcionado”.
Aunque la universidad, desde 2009 y a pesar de las críticas enseñaba y elaboraba materiales para los ashéninkas (algunos incluso les acusaban de pretender dividir a la Gran Nación Asháninka), hay que remontarse a julio de 2017 para encontrar el punto de inflexión en el complicado proceso de reconocimiento. En esa fecha NOPOKI acogió el Encuentro Internacional de Investigación Colaborativa Intercultural organizado por la Sociedad Histórico Antropológica para Respaldar la Educación Amazónica (SHARE Amazonía). Investigadores, líderes y estudiantes de los pueblos originarios se reunieron en Atalaya con investigadores peruanos e internacionales para reflexionar sobre la investigación colaborativa y las relaciones interculturales.
“Hasta que se dio el encuentro de los antropólogos realmente estábamos perdidos, tocábamos las puertas equivocadas”, reconoce Amalia. El desconocimiento en gran medida y el bajo interés de algunos funcionarios del Estado provocaba que los líderes ashéninkas no hallasen la solución al evidente problema que se estaba generando en las escuelas. La llegada de profesores asháninkas a las escuelas de comunidades ashéninkas, muchos de ellos con baja formación pedagógica e imponiendo su variante lingüística, y el envío por parte del MINEDU de textos en asháninka generaron una gran confusión entre los padres de familia y los niños. “Si el docente es ashéninka esos materiales le dificultan a la hora de enseñar, por otro lado los padres de familia reclaman ‘esto no es lo nuestro’ y así ha llegado un punto en que el propio ashéninka no sabe realmente qué es lo suyo, el malestar fue creciendo año tras año”, comenta. Una realidad que conoce en primera persona, pues los padres de su comunidad, Chicosa, en el Alto Ucayali, le trasladaban sus quejas una y otra vez.
Los memoriales del cambio
Dos documentos, con fechas del 16 y 17 de julio de 2017, provocaron un giro de 180 grados en esta situación. Ambos están dirigidos a la entonces ministra de Educación, Marilú Martens, y al hoy Premier y antes ministro de Cultura, Salvador del Solar. . El primero lo respalda la Organización Indígena Regional de Atalaya (OIRA), bajo la rúbrica de 26 líderes de la zona. El segundo, fruto del encuentro internacional antes mencionado, llegó a manos de la ministra bajo el asunto ‘Sobre la situación del pueblo Ashéninka y su lengua’ y con las firmas de reconocidos antropólogos como Alberto Chirif, Richard Chase Smith, Thomas Moore, Peter Gow, Christopher Hewlett o Pilar Valenzuela, entre otros.
El cofundador de SHARE Amazonía y docente de NOPOKI, Juan Rubén Ruiz, se encargó de encaminar los documentos al despacho preciso. Tres meses después, en octubre, el Estado reconoció a la lengua ashéninka y comenzó a programar los talleres para la oficialización de su alfabeto. “El evento no tenía como objetivo pedir la normalización de la lengua, pero dentro de la metodología del encuentro y la dinámica se permitió que cada pueblo escogiese las temáticas a dialogar”, aclara Ruiz.
Siendo él una de las personas que ha tocado puertas y ha expuesto ante muchos funcionarios la necesidad latente que existía y, sobre todo, los problemas y confusiones que estaba generando la enseñanza a los niños ashéninkas en un idioma que no les pertenece, hoy se confiesa alegre y deseoso de que, lo antes posible, se elaboren materiales en ashéninka para que los profesores de ese pueblo puedan, por fin, enseñar en su verdadera lengua. Destaca además la disposición y apertura que los propios líderes ashéninkas han tenido en los talleres donde han consensuado las 22 grafías de su alfabeto. “Han incluido la grafía S que, aunque en el Gran Pajonal (núcleo mayoritario de ashéninkas) no se usa, sí que es utilizada por los hablantes de Yurúa”, afirma el antropólogo, “eso demuestra la preocupación que han tenido por atender toda la variedad lingüística y, realmente, que todos estén considerados”.
El ashéninka, ese gran desconocido
Si preguntamos a limeños y ciudadanos de otras ciudades grandes del Perú sobre pueblos originarios amazónicos posiblemente nos mencionaran que han escuchado hablar de los asháninkas, los shipibos, los awajún… pero es muy probable que muy pocos hayan escuchado hablar de ellos, los ashéninkas. De hecho, el alegre hallazgo de tres niños ashéninkas, hace unas semanas, que habían desaparecido en la comunidad de Saweto, en la frontera con Brasil, es quizás el ejemplo más reciente de la confusión terminológica que se genera con asháninkas y ashéninkas. La práctica totalidad de medios titularon con ‘niños asháninkas’ cuando en realidad pertenecen al pueblo ashéninka. ¿Quiénes son los ashéninkas? ¿Dónde viven? ¿Cuál es su historia?
Según información oficial del Ministerio de Cultura, los ashéninkas también son conocidos como ‘Asháninkas del Gran Pajonal’. Es allí, en el Gran Pajonal, donde había el grupo más grande en la actualidad. Pero también les encontramos en algunas comunidades del río Ucayali, en el distrito de Yurúa y en la zona de Puerto Bermúdez (Junín). “Se dice que una de las características de mi pueblo es que somos muy trabajadores, luchadores pero, al mismo tiempo, somos desconfiados, siempre estamos a la defensiva”, explica la profesora Amalia Casique.
Cree que ese carácter se ha forjado por los episodios históricos que les ha tocado vivir. La explotación del hombre blanco, los difíciles momentos de la etapa terrorista… “Hasta ahora mi mamá vive con el trauma de los antiguos patrones, quienes abusaban del indígena”, comenta. Temerosos y poco sociables son otros de los términos que utiliza. “Ahora el miedo del ashéninka se centran en el territorio, aque venga gente de afuera, se posicione y me quite lo que me pertenece”, asegura sobre los temores actuales de las comunidades ashéninkas.
Otro de sus miedos, hasta hace apenas unos meses, era la pérdida de la lengua como mayor garante de una cultura propia y, aunque con coincidencias reconocidas, diferencias en múltiples puntos. Un idioma, el ashéninka, que hoy tiene muchas más probabilidades de supervivencia. “El reconocimiento no era mi capricho, ni el de otros líderes, era una petición, un grito de toda la población”, concluye, “sin duda, esto ha sido un regalo de Dios, un milagro”.