Defensor de las culturas y lenguas amazónicas, impulsor de NOPOKI en Atalaya (Ucayali) y gran conocedor de la Amazonía tras cuatro décadas surcando ríos y conviviendo con sus gentes, Monseñor Gerardo Zerdín ofm, Obispo del Vicariato Apostólico de San Ramón, confía en que el Sínodo de octubre de este año exponga y abra el debate a nivel mundial sobre nuevos caminos y modelos de desarrollo que minimicen los impactos y realmente apoyen el desarrollo de los pueblos.
Por: Beatriz García
15:17|30 de mayo de 2019.- Más de 40 años han pasado desde que, en aquel entonces, joven misionero croata pisara, por vez primera, la selva amazónica. Finalizaba en aquel entonces sus estudios de Teología y, meses después, fue ordenado como sacerdote franciscano en Oxapampa para tomar como destino la entonces recóndita Atalaya y comenzar a visitar las comunidades del Alto Ucayali, principalmente de los pueblos asháninka y shipibo. Hoy, monseñor Gerardo Zerdín, no sólo continúa difundiendo con su ejemplo los valores misioneros, sino que encamina al Vicariato de San Ramón hacia el Sínodo Amazónico. Conversamos con él en NOPOKI, la universidad intercultural sede de la Universidad Católica Sede Sapientiae (UCSS).
Han pasado 13 años desde que NOPOKI empezó a dictar clases. ¿Nos cuenta cómo fueron esos primeros pasos? ¿Cómo se hizo realidad?
La misión en general, al menos la franciscana, siempre se proyectaba hacia las escuelas. Ni bien aparecía una misión, aparecía una escuela, aunque fuera en una casa. Primero eran escuelas de Primaria, luego en mi tiempo ya se iniciaron las Secundarias. Y, posteriormente, se empezaron a pedir becas pero era imposible mantenerlas. Además, no resultaban efectivas.
¿Por qué no eran efectivas?
Porque la enseñanza era toda en castellano para profesores que luego tendrían que enseñar en dos lenguas. Si bien los profesores sabían la lengua indígena, no sabían cómo enseñarla. Enseñar lengua indígena es otra cosa. Personalmente yo y algunos misioneros llevábamos años insistiendo en la necesidad de crear algo similar al trabajo que, hay que reconocerlo, las iglesias evangélicas realizaban tratando de formar profesores bilingües y haciendo algunas traducciones. Se necesitaban maestros bilingües para las comunidades nativas. Yo siempre reclamaba a los obispos, así que cuando llegué a ser obispo tuve que establecer alianzas para que se creara.
¿Cómo se logró?
Estuvimos buscando buen tiempo hasta que, por fin, la Universidad Sede Sapientiae (UCSS) acogió nuestra iniciativa. Aún con todo tardamos tres años hasta que empezó. El Vicariato inició el proyecto en 2006 y luego la universidad luego asumió el proyecto. Así, en 2007 se matriculó a un primer grupo de más de 50 estudiantes indígenas. Empezamos a sentir el peso de los gastos y, posteriormente, ha crecido tanto que es difícil de llevar. Hacemos de todo para mantenernos así como estamos. No hablamos de dinero, solo pedimos que el alumno se entregue realmente a lo que está haciendo para que, luego, tengan generosidad hacia sus paisanos y no busquen el negocio, el mercantilismo. Que sigan con los valores comunitarios y que todo lo que han recibido lo puedan transmitir.
¿Cuáles son los ideales, los pilares sobre los que se construye NOPOKI?
Trabajamos desde la misión. Es parte de nuestra misión evangelizadora, lo cual no significa que todos tengan que pasar a formar parte de mi religión, sino que los valores que todos compartimos dialoguen y sirvan de puente y ayuda. En referencia a lo que se quiere conseguir para la juventud indígena. Al principio establecimos un diagnóstico muy general, donde se veía que poco a poco los muchachos perdían sus raíces culturales porque en la escuela no se hacía alusión a ellas, a esa realidad. Luego, cuando terminaban la Secundaria tampoco se les ofrecía ninguna perspectiva. Queremos que el joven recupere sus raíces pero también que se coloque en el plano global y de la realidad peruana. Por eso se escogió Atalaya. Aquí se encuentran ambas realidades: la hispana y la indígena. Por eso NOPOKI constituye un lugar de encuentro intercultural.
Y sí, es intercultural, tienen alumnos procedentes de más de diez pueblos y clases en seis lenguas…
Al inicio yo pensaba solamente para asháninkas, pero los shipibos quisieron que se trabajase también con ellos, e incluso desde Ramón Castilla nos llegó una delegación de yines. Les dije. “A ustedes no les interesa su lengua, todos hablan castellano”. Pero dijeron que sí, y empezaron a contar relatos, hablar en yine. Les dije adelante, empecemos mientras haya alumnos. Así fue que iniciamos con tres lenguas hasta que se demostró que la versión de asháninka del Tambo era muy difícil de aplicar a otras variedades de la lengua, y ahí fue que trajimos a la profesora ashéninka. Hoy en día esa lengua está reconocida como lengua diferenciada.
Trece años después, ¿se siente satisfecho con lo que se tiene?
Creo que se ha hecho mucho más de lo que se pensó al inicio. Ha salido por sí solo. Nosotros decimos que ayudados por Dios y también por la acogida que ha tenido de los pueblos indígenas, ellos lo consideran como una oportunidad de afianzar sus comunidades. No solo se trata de profesores, sino que tenemos otras carreras. Los mismos profesores deberán ser promotores de desarrollo en sus comunidades. Tengo esperanza de que podamos seguir adelante. Todavía no hemos puesto bien las bases de todo lo que se está haciendo acá. Hay proyectos que tratan de plantear los temas de la lengua, gramáticas… y que la lengua sea instrumento para abordar otros temas. En la lengua también hacer la naturaleza, la sociedad, la matemática, la historia e incluso el diálogo intereligioso.
¿Qué significa la lengua para un pueblo?
No solo es comunicación, sino también incomunicación. A veces yo desarrollo una lengua para que solamente me entienda mi gente y no los otros. Para tener una comunicación más cercana, más reservada. Pero más que nada la lengua es expresión del alma de una nación, de un pueblo. Es una forma diversa de expresarse, creer, filosofar y de vivir.
A las puertas del Sínodo, el Papa pide una Iglesia con Rostro Amazónico. Para usted, ¿cómo se construye esa iglesia?
El Papa pide lo que ha llegado a saber que se pedía aquí. Todo lo que el Papa dijo son ansias de los pueblos, a veces expresados, a veces soñados, a veces tenidos sin expresar. Lo del rostro amazónico ya se habló hace mucho. Es bueno que el Papa lo diga para que todos los obispos y sacerdotes lo tomen en serio, pues muchos no lo hacían, solo los idealistas. Y los indígenas también. Ellos quieren tener protagonismo dentro de la iglesia, que no sea una cosa externa, sino un ámbito donde ellos se desenvuelven. De hecho, todas las misiones se han formado a pedido de comunidades. Nunca se ha establecido un puesto de misión por voluntad del misionero, o porque ha hecho una invasión. Siempre ha sido pedido porque consideraban que era un punto a favor para afianzarse, para defenderse mejor. Y luego, claro, muchos quieren ese sentir religioso que se combina con toda su tradición. Piensan que ese sentido religioso cristiano afianza su identidad como indígenas, en el sentido comunitario, la responsabilidad y para evitar futuras guerras. En algunas comunidades nos invitan a evangelizar diciendo que “no queremos que lleguen esos tiempos donde nos matábamos entre hermanos”.
¿Qué cree que va a significar el Sínodo?
Hemos esperado algo así, va a significar mucho. La gente está reflexionando, hablando de diferentes maneras y los pueblos indígenas también se involucran en esos diálogos. Sobre las expectativas, creo que el Sínodo va a ocuparse mucho de los impactos extractivos, de esa mentalidad extractiva con la que se mira a la Amazonía, no como una madre, una naturaleza que nos sostiene, sino algo que hay que sacar, llevarse para en su lugar dejar contaminación, falta de salud… Favorecer la inversión muchas veces es depredación.
Creemos que esa reflexión debe seguir adelante, a pesar de que otros opinen diferente, y como el Sínodo se realizará en Roma, va a ser una oportunidad para que todo el mundo pueda ver de qué se trata. Lo que ahí se logre va a ser un punto de partida para otros ámbitos, no sólo por continentes, sino ámbitos como el Río Congo y los nueve países que lo rodean, u otros donde la gente comparte un espacio geográfico, convive, y a la vez coexisten culturas y vivencias diferentes. Al estar así, ante todo el mundo, muchos van a atacar, van a estar descontentos, pero al menos se va a debatir y que ese extractivismo, liberalismo, no tenga tantas alas porque eso no puede ir al infinito, porque conlleva a un impacto muy fuerte que debilita la naturaleza, a los pueblos, provoca conflictos, descontento y desigualdades.
Internamente, en la Iglesia, ¿para qué espera que sirva?
Claro, también internamente el Sínodo puede impactar en los obispos, sacerdotes y toda la iglesia de la Amazonía para que se busque ese rostro. Es fácil transplantar, copiar de otro lado. Espero que se reconforten con la frescura, el ideal e impulso de los pueblos que descubren en la iglesia una oportunidad de vida en común, armonía, cuidado del medio ambiente… una armonía total, psicológica, espiritual… hay tantos desequilibrios psicológicos y estrés en las urbes, en el estrés. Se trata de despertar a la iglesia de la Amazonía para que busque su propio rostro amazónico. Pero además, un tercer impacto es que el Sínodo debe animar a los indígenas a un protagonismo dentro de la iglesia a través de los ministerios y las vocaciones al sacerdocio indígena. Que dé un impulso, porque muchas veces la formación que damos se realiza afuera con cosas, paradigmas que no son los más urgentes para su aplicabilidad, su significación acá. Que se pueda combinar, que parte de esa formación se realice dentro de la Amazonía misma y que se pregunte a los pueblos qué perfil de animador quieren, cómo quieren que sean sus diáconos, sacerdotes y animadores.
Hablaba en el primer punto sobre el extractivismo, que llega bajo la bandera del desarrollo. Las misiones, a través de la educación, nunca han buscado congelar a los indígenas, sino avanzar hacia el desarrollo también, pero otro modelo. ¿Cuáles son sus propuestas hacia el desarrollo en sintonía con la preservación cultural e identitaria, el desarrollo sostenible?
Las comunidades reclaman muchas cosas del extractivismo. Si desconfían del desarrollo es por los impactos, no por el bienestar que les pueda traer porque muchas veces ese bienestar no existe. Traen cosas que ellos no necesitan, alimentos que no consumen. Es un problema. ¿Sostenibilidad? En principio las comunidades no se oponen a que los bienes de la tierra se aprovechen, pero algo puede quedar para mañana, no necesitamos extraer todo ahora. Por otro lado, debe primar el ideal del compartir y no el de competir. Este mundo compite, simplemente, y con el indígena es fácil competir porque tienes el poder. Pero nosotros tratamos de que se comparta dentro de las comunidades y fuera. Si hubiera eso, las compañías grandes, con esa responsabilidad que les atribuye la doctrina social de la iglesia, tienen la función de procurar el bienestar de los pueblos. Entonces, el bienestar no todo debe ser llevado, algo debe quedar acá, proporcionalmente, algo útil.
¿Nuevas fórmulas?
Así es. No se trata de darte algunas cosas para que te compres lo que quieras, o para que no trabajes. Hay que lograr fórmulas para que el pueblo realmente pueda mejorar sus vidas y, a la par, el impacto a la naturaleza hay que reducirlo al mínimo. Claro, para eso hay que gastar mucho más. Por supuesto que la ganancia va a ser menos. En realidad, debería haber un acuerdo mundial para que los mismos criterios ecológicos se usen en cualquier lugar del mundo, sin depender de los gobiernos. Por último, a la gente hay que consultarles realmente, no hacer una formalidad, engañarles, sino que realmente ellos reflexionen si les conviene entrar en eso o no. Al Estado muchas veces le interesa porque lo ve todo desde allá, desde Lima, pero tenemos que recordar que el Estado tiene que defender los derechos humanos, esa es su tarea, y debe procurar el bienestar de todos los ciudadanos, no solo de los que tienen dinero. Si eso se diera, no solo serían aliados de los inversionistas, sino de todos. Esa debe ser su tarea, no solo ver de dónde sacar dinero. El bienestar no solo se construye a base de dinero, hay muchas otras formas también, eso sería la sostenibilidad. Muchos proyectos se podrían realizar pero con muchísimo cuidado para que realmente los pueblos se desarrollen y las ciudades no sean un foco de infección para los ríos. Se pueden manejar bien esos proyectos, pero con mucha inversión, paciencia y trabajo.
¿Cómo imagina o sueña el NOPOKI del futuro, con unos 50 años más?
Parece mentira, pero nunca he soñado sobre eso. Tenemos los ideales, pero mi linterna solo alcanza unos metros, no me alcanza hasta la eternidad. Solo pienso que, en primer lugar, hubiera una escuela realmente buena para todos los indígenas. Todas las escuelas del Perú deberían ser de excelencia, y hay países donde es así. También querría que las comunidades no fueran un lugar de donde la gente se escapa porque no hay futuro, ni oportunidades, ni buena educación. Que sean lo que muchas veces son, lugares donde se puede vivir en armonía, en un ambiente limpio, fraterno, en contacto con la naturaleza… puede ser utópico pero las misiones eran eso, crear un ámbito donde todos puedan practicar la fraternidad del trabajo compartido, el bienestar o lo que ahora se llama Buen Vivir, por supuesto en todos los ámbitos del ser humano, no solo en el económico.