Por: Beatriz García Blasco (CAAAP)
18:00|16 de diciembre de 2019.- No la tuvo fácil, ni mucho menos. Su vida es la crónica de una guerrera en busca de un sueño: estudiar. Pero empecemos por el principio. Jovita Vásquez Balarezo vino al mundo en la comunidad nativa Fernando Stall, en la quebrada Sahuaya, en el Alto Ucayali. Desde la capital provincial, Atalaya, demoraríamos ocho horas en bote rápido para llegar hasta allí. Pero hace más de dos décadas, cuando Jovita empezó a luchar por sus metas, no había botes rápidos y la ciudad quedaba, todavía, mucho más lejos. Hoy, su tesón, ha dado un nuevo fruto. Si años atrás se convertía en la primera profesora universitaria de su pueblo indígena, hoy 16 de diciembre Jovita se ha convertido en la primera peruana en sustentar una tesis de maestría en su idioma: el shipibo-konibo.
«Formación Profesional y Desarrollo De La Mujer Indígena En La UCSS – Nopoki, 2018». Ese es el título de su trabajo que ha obtenido la calificación de ‘Cum Laude’, la máxima posible, y con el cual logra finalizar su maestría en Educación con mención en persona, familia y sociedad a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia. Profesora intercultural bilingüe en la Universidad Católica Sede Sapientiae, sede NOPOKI, ella misma nos cuenta su historia en la siguiente entrevista.
- Siempre tuvo el sueño de estudiar, ¿cómo lo logró?
- Mi historia es un poco larga, y para comprenderla hay que buscar en mis primeros años. Desde el inicial tuve una profesora que no era bilingüe, solo hispanohablante, hasta 3º de Primaria. Eso me supuso grandes dificultades, porque no sabía hablar castellano, apenas nada. Pero aún así aprendí, hice un gran esfuerzo. De cuarto a sexto de Primaria sí, ya tuve un profesor bilingüe y ahí empecé a aprender cómo es la enseñanza en nuestras propias lenguas, pero en aquellos años aún faltaba la aplicación de muchos métodos propios de la cultura. Entonces lo que el Ministerio de Educación hacía era introducir otras culturas, no netamente la nuestra. Los profesores venían con métodos que no eran de acuerdo a nuestra realidad. Por más que los profesores fueran bilingües, la enseñanza en la realidad se hacía en castellano.
- Y una vez que terminó en el colegio su Primaria, ¿qué siguió?
- Ahí conversé con mi papá, pero me dijo que no me iba a apoyar en la Secundaria porque, de acuerdo a nuestra cultura, él pensaba que las mujeres sólo estábamos para tener familia, dedicarnos al hogar. Vengo de una familia muy numerosa, somos ocho hermanos, y una de mis hermanas había tenido la oportunidad de ir a la ciudad, a Pucallpa. Entonces, cuando uno sale a la ciudad ya tiene otra visión de querer superarse, así que mi hermana mayor tenía esa visión para sus hermanos menores y con ella tuve la oportunidad de ir a la ciudad. Yo seguía con esas ganas de estudiar, no estaba conforme solo con la Primaria. Así que una conocida de mi hermana me invitó a ir a su casa, pero con la condición de que tenía que ayudar en el hogar y me apoyaría con mi Secundaria. Desde muy pequeña aprendí a valorar esas oportunidades, así que empecé a estudiar ahí en Pucallpa, pero no era fácil.
- ¿Por qué no era fácil?
- Porque en muchas ocasiones sufrí discriminación. Y porque llegar desde una comunidad implicaba muchas dificultades, pues nuestro nivel académico no era el mismo que el de un estudiante de la ciudad. Sin embargo, siempre he pensado que cuando uno tiene el ánimo y las ganas de lograr algo, lo hace. Por eso puse todo mi empeño para igualar mi nivel. El proceso sí, fue difícil.
- ¿Qué situaciones de discriminación se daban en aquellos años?
- Mayoritariamente nos decían “ella viene de la chacra”, “ellos vienen del río”… y a veces no se juntaban contigo. Pero aún así siempre encontrabas algunas personas dispuestas a ser tus amigos. Pero sí, había miradas feas y algunas palabras despectivas, expresiones que nos hacían sentir mal. A veces también en los trabajos por grupos no te querían integrar.
- Pero logró, pese a todo, terminar su secundaria.
- Sí. Y de ahí postulé primero a un instituto tecnológico de Pucallpa, logré ingresar y ahí sentí, por primera vez, que nosotros como indígenas también tenemos la capacidad de lograr cosas, pues había como 800 postulantes. Sin embargo, hice un ciclo nada más porque no tenía el apoyo económico de mis padres ni de mis hermanos. No me alcanzaba para los pasajes, los trabajos, la alimentación… Salir a la ciudad, y más en esas épocas, era complicado.
- ¿De qué año hablamos?
- El 2002, si no recuerdo mal, o un poco antes.
- ¿Y qué hizo? ¿Regresó a su comunidad?
- Volví, no había posibilidades. Pero reflexioné y me dije: si estoy en la ciudad, y no estoy estudiando, ¿qué hago aquí? Al menos he logrado un nivel un poquito mejor, así que ahora me toca ayudar, aportar algo a mi comunidad. Ahí es que volví y me encuentro con monseñor Gerardo, al que todos en el distrito de Tahuanía conocíamos por su labor. Ahí ya estaban los comentarios de que iban a abrir un centro superior, lo que hoy es NOPOKI. Yo me acordaba de monseñor Gerardo de cuando era bien niña, un hombre bueno y muy alto y grande. Mientras NOPOKI se hacía realidad, en un segundo intento, pude estudiar dos ciclos en un Pedagógico de Pucallpa, pues mis hermanos me querían apoyar, pero final no fue posible tampoco y tuve que regresar nuevamente. Hasta que llegó, en 2004, NOPOKI.
- ¿Recuerda cómo ingresó?
- Recuerdo que en 2004, en las elecciones municipales, fuimos a sufragar a Bolonegsi, la capital. Y ahí encontramos al profesor Saúl, conocido de mi familia, y él nos comunicó que se habían abierto las inscripciones. Un año después volvimos a encontrarnos y nos comunicaron que los inscritos ya debían venir a Atalaya, así que me vine con mi hermano menor, que estaba estudiando en el tecnológico. Y ahí encontré en la parroquia a los primeros estudiantes que habría en NOPOKI.
- Fue de las primeras entonces…
- En el caso de las mujeres creo que llegué la primera, porque los demás eran varones. Poco a poco fueron llegando más jóvenes y señoritas, hasta que con 40 alumnos empezamos la Pre-Universitaria. Eso me sirvió muchísimo, porque yo llevaba años sin estudiar desde que acabé la Secundaria.
- Sí, estuvo esperando mucho tiempo que llegara su oportunidad, ¿verdad?
- Sí, muchos años. Eso siempre lo hablo con monseñor. Para mí esto era una gran oportunidad, que yo buscaba y buscaba. Por eso cuando escuché de NOPOKI no me costó nada tomar la decisión, a pesar de que estaba trabajando en mi comunidad con las mujeres, gracias a un proyecto del Sernanp. Para mí lograr ser profesional suponía un gran compromiso. Era mi sueño personal.
- ¿Y cómo sobrellevó la negativa de sus papás a ayudarle? ¿Cómo le ven ahora que ha logrado tantas cosas?
- Ahora tengo sobrinas y, como vivo en Atalaya por mi trabajo, mis papás vienen y veo cómo les ha cambiado la actitud. Lo que les he demostrado ha hecho que mis padres cambien su manera de pensar. Y no sólo ellos, sino otros familiares. El primo de mi papá también ha cambiado, por ejemplo. Conversando entre ellos han llegado a la conclusión de que las hijas mujeres, cuando llegan a ser profesionales, son más responsables y consecuentes, son las que más ayudan a sus papás cuando son mayores. Ahora mis padres ya no dicen lo mismo, ahora en el caso de mis sobrinas les dicen: “Mira tu tía, cómo ha llegado a ser profesional y todo lo que ha logrado”. Sí, mi orgullo es ser un ejemplo para mis sobrinas y que mis padres estén contentos y valoren el trabajo que hago. Es un gran compromiso, no sólo con mis familiares que se acercan, sino para toda mi comunidad y mi pueblo shipibo.
- ¿Ningún resentimiento?
- De verdad, no hay rencor, porque entiendo y tengo muy claro que mi papá no tenía posibilidad de ayudarme. ¿Por qué apostar por los varones? Por la idea que tenían, pues pensaban que al apoyar a los hombres se harían realidad sus sueños, pero con las mujeres tenían dudas. Esa era la idea, pero ahora ha cambiado con todo lo que vamos logrando las mujeres, al estar en espacios públicos y en diferentes centros de estudios. Yo salgo bastante a las comunidades shipibas y veo que muchas familias sí están ayudando a sus hijas, muchas veces nos piden que dialoguemos con las niñas para que les digamos que se dediquen a estudiar. Ya no es sólo que aprendan a bordar, a hacer la cerámica y a cultivar. Ahora, en esas tareas, han insertado el estudio.
- ¿Cómo la reciben en las comunidades?
- Muy bien, me reconocen. Dicen “es la hija de…”, “ella es profesora, responsable de tal grupo”… y cuando ven que nos desenvolvemos en actividades de las comunidades empiezan a confiar mucho en que sus propias hijas también lo pueden lograr.
- La mujer shipiba siempre se relaciona con la artesanía y sus bonitos tejidos. ¿Qué opina de eso?
- A mí me gusta bordar, y me gustaría aprender a hacer el tejido, las cerámicas… Yo sé hacer collares y bordado, pero no me dedico a eso porque tengo otro trabajo. En el caso de las mujeres que difunden nuestra artesanía y nuestra cultura, pienso que a la mujer shipiba, por naturaleza, le gusta hacer eso. No cualquiera hace diseños y cerámicas tan hermosos, no todas tenemos esa creatividad. Por eso pienso que para ser una buena diseñadora o tejedora no es así nomás, sino que eso se aprende desde bien chiquita y empieza desde que las mamás o las abuelas hacen las dietas para que sus hijas sean buenas artesanas. Por ejemplo, para que la mujer shipiba pueda hacer un buen trabajo nuestras abuelas desde pequeñitas les echaban piri-piri, para los diseños, o buscaban plantas y empezaban a echar en los ojos. Mientras van creciendo iban soñando y soñando y, cuando llega el momento, empezaban a plasmar en los telares y se ponían a trabajar. Es un arte que viene desde el nacimiento.
- ¿Qué supone para usted la figura del obispo impulsor de NOPOKI, monseñor Gerardo Zerdín?
- Monseñor Gerardo, para los pueblos de la Amazonía que estamos en esta zona es una persona de gran corazón, que ha dado su vida por nosotros y, al darla, no ha pensado en que nos quedásemos estáticos. Él siempre ha querido que nosotros, como pueblo y como cultura, creciéramos. Que nuestras culturas no se aíslen y que tampoco se terminen, al contrario. Él hizo que nuestras culturas, nuevamente, renacieran. ¿Por qué digo esto? Porque había muchos pueblos que ya estaban perdiendo la lengua, lo más importante para los conocimientos de una cultura. Y al final la cultura se acaba. En este caso lo que NOPOKI hace es rescatar nuevamente y apoyarnos para que nos identifiquemos con nuestras culturas, para seguir difundiéndolas. Con todo esto que estamos viviendo, vamos creciendo juntos, todas las culturas. Nos hemos dado cuenta de que siendo diferentes también somos iguales ante Dios, tenemos los mismos derechos pero con nuestras particularidades culturales. Sin duda, estamos creciendo, y ahí viene la interculturalidad de reconocernos y respetarnos para que otros, a nivel internacional, también lo hagan. Monseñor Gerardo ha sido una persona que ha ayudado a que el sueño de muchos jóvenes, y en particular el mío, se hagan realidad. Porque cuando uno tiene estudios tiene la libertad de decidir bien, de aportar a su pueblo con buenas intenciones y de tomar decisiones para el bien de nuestra gente. Hay muchas cosas buenas en monseñor Gerardo, para mí es un salvador de los pueblos originarios de esta zona.
- Habla de regresar a las comunidades con buenas intenciones, pues a veces hay indígenas que se forman, incluso con ayuda de la Iglesia, pero eso luego no repercute positivamente en la vida de sus comunidades. ¿Qué opina de eso?
- Sí, eso es cierto, esas realidades existen. Ahora con las redes sociales, además, vamos siguiendo a algunos dirigentes de nuestros pueblos y no todos trabajan bien. Muchas veces he reflexionado sobre eso. ¿Por qué hay mucha gente que vive o se sirve de nuestros pueblos? Porque tener un cargo o estar al frente representando es servir a nuestros pueblos… Yo tuve la oportunidad de estar en una regiduría y, es cierto, estando ahí tienes más posibilidad de luchar por la realidad que tu pueblo vive. Lamentablemente, con sinceridad lo digo, yo no he podido apoyar mucho por la parte política porque también tenía que cumplir con NOPOKI. He preferido estar aquí porque siento que aquí estoy contribuyendo a la formación de muchos jóvenes y espero que cuando vayan a sus comunidades eso repercuta positivamente. Por eso estar aquí tiene un gran compromiso: el de luchar para que esos jóvenes sean realmente profesionales y líderes honestos y responsables. Ahora, ¿por qué hay quiénes caen en la corrupción? Yo pienso que la educación viene del hogar y, muchas veces, nuestra formación no está bien dada. De verdad, ni la Iglesia ni nuestra cultura te enseñan a ser mentiroso. Por eso, si uno tiene buena educación decide bien. Ahí entra el egoísmo.
- ¿A qué se refiere?
- A que hay personas con carácter débil y caen. Pero si yo estoy seguro de cómo debo obrar, por más que te ofrezcan, tú no cedes, tú luchas por tu pueblo porque realmente quieres el bienestar de la sociedad. La mala formación del carácter de cada ser humano es lo que hace caer en el error. A veces hay desconocimiento, pero a estas alturas ya somos letrados y es poco probable caer por desconocimiento.
- ¿Un mensaje para los jóvenes indígenas?
- Decirles que la única manera para nosotros ayudar a nuestros padres y a nuestros pueblos es accediendo al estudio. Porque estar en esta vida y no hacer nada… Creo que los profesionales tenemos mucha tarea con nuestras comunidades, porque hay que sensibilizar a todos de que Dios nos ha dado la vida, la oportunidad de existir pero con un compromiso, para cumplir una misión. Y cada uno tenemos una misión, siendo padres o madres de familia, profesionales o no, igual debemos hacer bien las cosas. Porque no tener estudios no significa que esa persona no tenga educación. En las comunidades hay muchos padres de familia que no han ido apenas a una escuela pero, sin embargo, desde nuestra cultura, ellos practican los valores: no ser mentirosos, no tocar las cosas ajenas, tener respeto a la naturaleza y a los demás… Desde nuestra cultura existen esos valores que nos ayudan para tener una convivencia armónica. Por eso, a los jóvenes decirles que sigan estudiando y que sepan que eso implica ganas y esfuerzo. Un estudiante no puede ser ocioso, por ejemplo.
- En el Sínodo de la Amazonía se ha hablado mucho de la mujer y, en concreto, de la mujer indígena. ¿Qué le pide a la Iglesia en nombre de ellas?
- La mujer es muy importante no sólo porque da la vida, sino porque nosotras estamos dispuestas a contribuir al desarrollo de las comunidades que tanto queremos. Ahí en el río, en las comunidades, encontramos pobreza, no sólo económica, sino que me doy cuenta de que ahí las mujeres siguen sufriendo la inferioridad, el maltrato. En estos tiempos ya no podemos consentir eso. Por eso le pido a la Iglesia que nos siga ayudando para que la mujer esté presente en todo espacio, pues las excluidas sufren y nosotros, como Iglesia, no tenemos que olvidarnos de ellas. Ahí tenemos que intervenir para fortalecerlas para que ellas se sientan en libertad de poder trabajar, participar y decidir. Poco a poco, poco a poco…