Por: Luis Chávez Rodríguez. Casa del colibrí en Chirimoto, Amazonas – Noticias SER.
14:50|22 de mayo de 2020.- En medio del avance de esta pandemia y frente a las carencias que el Estado peruano ha mostrado en el área de la salud, especialmente negligente en las zonas rurales, la reserva cultural milenaria de los pueblos indígenas ha reanimado sus prácticas para enfrentar esta nueva amenaza. Los pueblos amazónicos están desarrollando estrategias de contención a través de su medicina tradicional con una variada puesta en servicio de plantas preventivas dirigidas a reforzar el sistema inmunológico relativo al aparato respiratorio. Estas prácticas que han captado notoriedad a través de los medios de comunicación regionales y limeños, así como los remedios caseros ha provocado diversas interpretaciones en la pertinencia de su uso.
Mientras que expertas, en el campo de la cultura amazónica, como la antropóloga Luisa Elvira Belaunde, en su artículo aparecido en La Mula, Las plantas del bosque socorren a la ciudad, valora positivamente esta respuesta de las comunidades nativas y sus múltiples dimensiones, en otros medios como Ojo Público, en un informe titulado, Curas falsas: Los remedios fraudulentos y otras mentiras del Covid-19 se afirma tajantemente: “Conclusión: toda receta casera contra el Covid-19 es falsa”, desautorizando de este modo el uso de “remedios caseros”, sin tomar en cuenta un contexto mucho más amplio desde donde proceden estos recursos comprobadamente eficaces. Estos usos caseros no sólo se circunscriben a la tradición de los pueblos indígenas sino también son parte de nuestra farmacia popular y hogareña en costa, sierra y selva. ¿Quién no ha tomado una limonada caliente con miel de abeja o una infusión de matico, para neutralizar los escalofríos de un resfriado y no se ha sentido mejor?
Una de estas respuestas que ha surgido en la Amazonía peruana, y que podría verse dentro de este conjunto de tradiciones caseras para atenuar la agresividad de un problema respiratorio es la creación del valiente “Comando matico”. Al margen de ser una respuesta irónica al afamado “Comando Covid”, en Pucallpa se ha unido un grupo de jóvenes para suplir un vacío y su objetivo es proporcionar plantas medicinales a las aldeas en cuarentena colindantes a las ciudades, especialmente a las familias que ya presentan sintomatología de desordenes respiratorios. Ellos tienen su área de intervención en los distritos de Yarinacocha, Manantay y Callería y por el impacto que ha tenido esta iniciativa se está replicando, en otras localidades como la Provincia de Padre Abad, en los pueblos a orillas del río Aguaytía, como me indicó, Nestor Paiva, uno de sus integrantes en una conversación telefónica. Esta agrupación de activistas shipibo-konibos está conformada por jóvenes comunicadores interculturales quienes, además, vienen desarrollando una labor de información y prevención acerca de la enfermedad, Covid-19, vía medios de comunicación radial y audiovisual a través de la internet. Inicialmente, estuvo conformada por Nestor Paiva Pinedo, Alexander Shimcopat Soria, Elmer Elvio Cairuna Sánchez, Rafael García y Mery Fasabi Sánchez, quien se unió al grupo con la experiencia que le da su práctica en la medicina tradicional. Valiente grupo de personas a quienes se les agradece por su trabajo y ejemplo.
Esta iniciativa, del “Comando matico”, no surge de un espontaneo e improvisado afán humanitario sino proviene de una práctica milenaria, cuyos componentes son la sabiduría ancestral y la solidaridad, ambos forman parte de las estrategias fundamentales que han permitido sobrevivir a los pueblos originarios, durante toda su historia, especialmente desde la presencia occidental en territorio americano, la que de modo directo o indirecto ha sido la causa de las múltiples pandemias que han diezmado a su población. Esta práctica tiene un rito central desde donde se organiza la medicina tradicional y la espiritualidad indígena amazónica. Su nombre es bastante conocido, probablemente mucho más que en el propio Perú, en otros continentes y se llama, “La ceremonia de la ayahuasca”. Aquí va una síntesis de su procedimiento.
La ceremonia de la ayahuasca
Cuando el atardecer del trópico ha cedido todos sus encantos a la noche y el manto oscuro se ha extendido desde las sombras de los árboles hasta el más descampado paraje, penetrando incluso en las miradas de los animales que acechan en el bosque, la mesa está dispuesta para la ceremonia de la ayahuasca.
El centro de la ceremonia es una bebida que se obtiene de la planta maestra llamada ayahuasca y su compañera la chacuruna. En ellas habitan los espíritus mayores de las plantas del bosque. Los participantes toman este líquido de color marrón oscuro, textura espesa, sabor dulce-amargo y olor a ofrenda vegetal en una dosis precisa que el maestro conductor les sirve a cada uno. Previamente, el hombre medicina, conversando con el convocado, ha echado una primera mirada en su paciente y le ha prescrito una rigurosa dieta, de este modo sabe cual es la justa medida de la “toma”, para que una vez ingerido el brebaje lo conduzca paso a paso en la escala, a veces inhóspita, de su alma.
La dieta previa ha hecho que los cuerpos tengan una buena disposición para recibir a la planta maestra. Al poco tiempo, después de hacer la toma, cuando las luciérnagas puntean la oscuridad con su chispa de fuego y los chirridos de los grillos rasgan los murmullos oblongos de la selva, los cuerpos aligerados se relajan y sienten un leve enfriamiento. Se inicia, entonces, la comunión entre los asistentes, que sin dejar de ser ellos mismos, son también el grupo.
El ejercicio de interiorización al que te introduce la toma de la sustancia ceremonial se inicia con una serie de asociaciones, recuerdos, proyecciones, preocupaciones y todo ese revoltijo anímico que muchas veces nos oprime. Luego llegan las primeras visiones en forma de una compleja geometría de líneas fosforescentes y zigzagueantes que producen un vértigo de movimiento acelerado.
Se da paso luego al momento en el que se experimenta la condición fragmentaria a la que nos obligan los regímenes de la vida cotidiana. Es el momento de la fragmentación y de la “mareación”, el momento en que se expulsa el mal. Aquí el cuerpo busca desprenderse de los excedentes físicos y anímicos, de las tensiones y miedos que se materializan en forma de fluidos intestinales y en la tensión excesiva de los músculos y tendones disgregados en fragmentos irreconciliables. Vienen entonces las arcadas que te obligan a expulsar de modo físico y anímico, a veces de modo brusco e incómodo todo lo que impide la calma y el vuelo simbólico que el participante de la ceremonia está a punto de emprender. Es la parte donde las plantas maestras limpian el organismo de todo aquello que ha maniatado el movimiento libre y armónico de los cuerpos en unidad con las almas.
Después de la batalla, el cuerpo recupera su calor y entra en la etapa de las visiones. Mente y emoción emprenden un recorrido biográfico en donde aparecen en forma de imágenes los recuerdos más inquietantes que nos han marcado la vida. Imagen tras imagen se revisa de modo acelerado la trayectoria personal en contraposición con la quietud y el letargo de los órganos, músculos y huesos que reposan tendidos en la maloca. Durante este momento de la ceremonia, el maestro curandero, médico tradicional, hombre medicina, entona los cantos sagrados llamados “ikaros”. Canciones eternas que de padres a hijos, generación a generación, a través del estímulo de las plantas medicinales, se han trasmitido entre las milenarias culturas amazónicas. Cada pueblo ha conservado este legado, adaptándolo a los sonidos de su lengua y a la mitología de su linaje como un canto que condensa los insondables sonidos de la selva. La disposición de las imágenes pueden darse de modo ordenado en secuencias o de modo caótico en imágenes fantásticas. El maestro, premunido de un mapacho y atento al efecto de las visiones, monitorea al paciente con un ikaro individual y con abultadas bocanadas de humo del tabaco, que a estas alturas de la ceremonia se suma, con su espíritu protector, a este momento de encuentro y de unificación.
Los ikaros son melodías repetitivas y penetrantes que el maestro canta durante la ceremonia. Si la “mareación” llegara a un vértigo difícil de manejar, los ikaros ayudarán a pasar la tempestad. Con estos cantos, de modulaciones agudas, suaves y delicadas por momentos, que se alternan con sonidos graves y marciales, el maestro renueva a cada momento y durante toda la noche su conexión con el grupo y con cada uno de los asistentes. Estos cantos sagrados se realizan obedeciendo a una estructura de inicio, medio y final: un canto de apertura, que a la vez encapsula al grupo en una capa protectora, luego vienen una serie de cantos de desarrollo y finalmente se termina con un canto de cierre.
El mensaje que transmite el canto final se conoce como “arkano” y es un seguro protector en forma de melodía, que el acólito llevará hasta la siguiente ceremonia y, dependiendo de su trabajo de seguimiento interior, lo acompañará durante toda su vida.