Una tierra de hombres y mujeres invisibles

Foto: Miguel Ángel Marugán

Foto: Miguel Ángel Marugán

Por: P. Miguel Ángel Marugán, misionero pasionista en Lagunas (Alto Amazonas)

22:20|06 de agosto de 2020.- La gente de esta tierra es buena, llena de valores, de tradiciones y de creencias, pero es gente de natural callado. No acostumbra a alzar la voz y eso en ocasiones hace que nadie les escuche. Ni siquiera cuando a gritos silenciosos, piden auxilio y claman ayuda a quienes les gobiernan.

Estamos en el distrito de Lagunas, en la selva peruana. Pertenece al departamento de Loreto, a la provincia de Alto Amazonas. Como muchos otros  lugares de esta inmensa Amazonía, su acceso es únicamente por río. Su capital, Villa Lagunas, es una de las poblaciones más antiguas de la selva peruana, habiendo cumplido recientemente los 350 años de su creación en 1670 de la mano del gran misionero y explorador ecuatoriano, el jesuita P. Juan Lorenzo Lucero.

Además de la ciudad principal, Villa Lagunas, que tiene unos 7.000 habitantes, el distrito cuenta con 50 comunidades nativas diseminadas a lo largo de los principales ríos que recorren y riegan estas increíbles tierras: el Huallaga, el Marañón, el Pavayacu y el Nucuray. Sus comunidades son mayoritariamente de la etnia Kukama Kukamilla, pero también, por el río Nucuray, existen comunidades Kichwa-Kandozi  y una comunidad Chamicuro. Y, como por desgracia sucede en la realidad social amazónica peruana, la inmensa mayoría de su población vive en pobreza extrema. Una pobreza en lo económico, que no en lo inmaterial, cultural y humano.

También, como sucede, de nuevo «por desgracia», en casi toda la realidad amazónica peruana… son olvidados del poder centralista y de las autoridades tecnócratas y neoliberales del gobierno central y, de nuevo «desgraciadamente», también dejados y abandonados por sus autoridades regionales y provinciales. 

Foto: Miguel Ángel Marugán

Foto: Miguel Ángel Marugán

Es en medio de este triste retrato de la realidad que estamos viviendo esta extraña experiencia de la pandemia del Covid. 

Este tiempo ha venido a socavar aún más la pobre economía familiar. Todas las medidas que desde Lima se publican van, a menudo, contra la idiosincrasia y la realidad de estos pueblos: «quédate en casa», «estudia en casa», «lávate las manos con agua y jabón», «guarda la distancia»…

A esto hay que añadir medidas extremas como el cierre del mercado, cuando sabemos que la venta allí es el único ingreso que tienen muchísimas familias para obtener un sencillo diario. También la desatención médica por motivo de la pandemia, como si de golpe, todas las enfermedades que  ya sufrían y que todavía sufren hubieran desaparecido como por arte de magia, o las ayudas ficticias en forma de bonos que en muchas ocasiones son imposibles de cobrar porque desde Lima los derivan a bancos inexistentes en su distrito. Acá, en Lagunas, cientos de personas, muchos de ellos ancianitos, aún no han podido recibir su dinero. Tenían que cobrar su bono en Yurimaguas, a más de seis horas en rápido por río, pero que por la cuarentena ha sido imposible viajar.

Luego están casos como el de Lino, apu de la comunidad Unión Zancudo, y otras tantas familias de las comunidades. Lino y sus paisanos viajaron 5 o 6 días en su pequepeque hasta Lagunas para cobrar su bono o sus programas sociales y, ¿qué encontraron? Pues hallaron que el único banco existente, el Banco de la Nación, estaba cerrado durante tres semanas porque su único trabajador era positivo Covid y, «llorando», estos rudos hombres de la selva, buscaban alguien que les apoyase con gasolina para poder regresar, con las manos vacías, de nuevo a sus comunidades, a sus hogares.

A pesar de esta panorámica, que podría extenderse varias carillas más, el pueblo de Lagunas viene dando lo mejor de sí mismo para salir adelante. Ha trabajado unido,  con los moradores alentados y motivados por sus dirigentes y presidentes de barrio, como Milagros Alonso, madre soltera y dirigente del Barrio o Asentamiento Humano Nuevo Amanecer. Ella ha estado haciendo vigilancia día y noche para evitar el ingreso de personas que pudieran traer y extender el virus, ha obedecido las indicaciones de las autoridades y ha acatado todas las normas emitidas, aún cuando les han afectado grandemente.

Foto: Miguel Ángel Marugán

Foto: Miguel Ángel Marugán

Ha sido gracias al pueblo unido que, ayudado por instituciones como la Iglesia católica local, se ha conseguido «solecito a solecito» proveerse de medicina para hacer frente a esta pandemia. No han sido las autoridades sanitarias, ha sido el propio pueblo quien ha logrado su propia botica gratuita para todos, instalada en la parroquia de Villa Lagunas. Esa botica que ha repartido y sigue dispensado medicamentos de choque frente al Covid a todos los que se encontraban y aun hoy se encuentran enfermos o con síntomas tanto de Villa Lagunas como de las comunidades y que, tengo claro, ha ayudado a que los efectos de la epidemia no estén siendo tan letales como en otros lugares.

Y sí, también ha sido el propio pueblo unido quien ha vuelto a dar de lo poco que tiene para comprar, por sí mismos, sin la más mínima ayuda de las autoridades provinciales, regionales o nacionales, para comprar concentradores de oxígeno que puedan dar soporte a los enfermos que llegan a su maltrecho y descuidado centro de salud.

En realidad, Lagunas es un pueblo «olvidado». Y uno llega a pensar si, realmente, esto importa a alguien «de los de arriba». ¿Importa lo que les pueda suceder a los de allí abajo, a los de allí adentro, a los de los ríos y los aguajes, a los de allí apartados?

Esos, «los de arriba», que cuando han llegado a Lagunas durante este tiempo tan difícil no ha sido para traer soluciones, sino para decir que el responsable de lo que se está sufriendo es “la gente”, el propio pueblo, que no sabe comportarse. No es de las autoridades sanitarias que dejan sin médicos ni medicinas a todo el distrito, ni de las autoridades que prometen pero no cumplen. No. La «culpa» es de la gente que sale a la calle, que va al mercado y además se automedica. Ellos son los culpables de lo que les está sucediendo.

Eso sí, hablan mucho de atención a las personas vulnerables. En el lenguaje amazónico, vulnerables son los que están a horas o incluso días de una pobre y desabastecida posta sanitaria; vulnerables son los que difícilmente verán alguna vez a un médico, ni durante la pandemia ni mucho menos después; vulnerables son los que reciben sol y lluvia durante horas o días para cobrar un bono o su programa Juntos, o los que piden apoyo para comprar las tablas para hacer el ataúd de su papá o de su mamá. Esas personas son los hombres y mujeres invisibles y olvidados de la Amazonía peruana y, seguramente, de toda la Amazonía.

En esta aventura, o mejor desventura, humana de la pandemia vengo aprendiendo que lo más importante es acompañar, estar al lado del que sufre. Intentar hacer que estos hombres y mujeres invisibles sientan que al menos Dios los tiene muy presentes y los ama más que a nadie, que siguen siendo sus hijos predilectos aunque en este mundo no se entienda ese concepto. Y como misionero, resulta un privilegio poder vivir con esperanza e intensidad el Evangelio, compartiendo, rezando, apoyando y viviendo al lado de los hombres y mujeres invisibles, amados de Dios y olvidados de los hombres.

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