Acerca del desarrollo de pueblos oriundos del continente.
Por Jorge Familiar
Vicepresidente del Banco Mundial para América Latina y el Caribe
En el futuro, cuando evaluemos la historia de América Latina de comienzos de siglo, seguramente predominará el relato de un auge económico que dejó a su paso una transformación social de gran envergadura. De hecho, el rostro de América Latina cambió sustancialmente del 2003 al 2013. La pobreza extrema se redujo a la mitad y, por primera vez, el número de latinoamericanos pertenecientes a la clase media superó al de quienes viven en pobreza.
¿Pero refleja esta historia la experiencia de los 42 millones de indígenas que viven hoy en América Latina?
Según el reciente estudio del Banco Mundial “Latinoamérica indígena en el siglo XXI”, la respuesta es sí en algunas áreas pero no en todas.
Por una parte, los pueblos indígenas latinoamericanos registraron grandes avances en materia de reducción de la pobreza y acceso a servicios básicos. En el Perú y Bolivia, por ejemplo, alrededor de un tercio y un cuarto de los hogares indígenas salieron de la pobreza, respectivamente. En países como Panamá y el Perú el acceso a la electricidad en sus hogares aumentó casi un 50%; y el acceso a la educación se convirtió probablemente en el éxito más importante de la década. De hecho, en Ecuador, México y Nicaragua se ha cerrado la brecha de asistencia escolar primaria entre los niños indígenas y quienes no lo son.
Pese a los logros y avances aún nos queda mucho por hacer. La información y los datos disponibles nos muestran una realidad de exclusión. Si bien las comunidades indígenas representan un 8% de la población total de la región, conforman el 14% de los pobres y el 17% de los extremadamente pobres. Esto es claramente inaceptable.
Contrariamente a lo que pueda pensarse, hoy en día casi la mitad de los habitantes indígenas de América Latina vive en zonas urbanas. En dichos entornos, suelen encontrarse en condiciones más inseguras, insalubres y propensas a desastres naturales que otros residentes urbanos. Y en las zonas rurales, donde todavía vive la mayoría de pueblos indígenas (un 60% en países como Brasil, Colombia, Ecuador, Honduras y Panamá), los rezagos son mayores y el acceso a los servicios públicos mucho más limitado.
Alcanzar nuestras metas de erradicar la pobreza extrema y promover el crecimiento con equidad requiere de esfuerzos particulares e informados para incluir a la población indígena, así como a otros latinoamericanos que hoy en día sufren de exclusión.
Para entender y atender mejor las necesidades de los pueblos indígenas, es fundamental tener en cuenta su propia visión respecto de su desarrollo. En nuestras consultas y diálogos hemos aprendido que respetar su identidad cultural no tiene por qué estar en contra de la creación de oportunidades para todos y la búsqueda de bienestar.
Por ello, mejorar la calidad de vida de las poblaciones indígenas debe incluir políticas que tomen en cuenta sus voces, culturas e identidades, y también una lucha frontal contra la exclusión. El empoderamiento de las mujeres será crucial, al igual que un mayor acceso de niños y jóvenes indígenas a una educación bilingüe y de calidad. Solo así podremos aumentar las oportunidades de tener una vida mejor, y posicionar a la región para enfrentar los retos del futuro; un futuro en el que el rostro de América Latina siga cambiando para bien sin dejar rezagado a ningún grupo.
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Fuente: El Comercio