Emocionante encuentro de los representantes de la Iglesia Amazónica con el Papa Francisco quien abrió las puertas del Vaticano para recibirles en privado durante los minutos previos al inicio de las reuniones del Sínodo de la Amazonía
Por Beatriz García – CAAAP
Roma (Italia). Todavía no amanece y ya están ahí. Aguardando para, quizás, vivir una de las experiencias más inesperada y única de sus vidas. Pero eso aún no lo saben. “Avancen hacia aguas más profundas… y lancen sus redes para pescar”; “los hijos de la selva te alabamos señor…”; “todo está interligado como si fuéramos uno en esta Casa Común…”. El achiote empieza a colorear los rostros que, a pesar de la temprana hora, no muestran cansancio. Esos rostros sólo pintan una palabra: felicidad.
Son las 6.30 de la mañana del 6 de octubre. En poco más de dos horas arrancarán las reuniones sinodales junto al Aula Pablo VI, al costado de la Basílica de San Pedro. Antes, la organización de este evento ha programado un encuentro con el Papa Francisco que, indican, consistirá en una breve oración y una simbólica procesión para acompañar a los padres sinodales, auditores y expertos a la sala donde se desarrollarán, durante las tres próximas semanas, las reuniones. Durante la espera una red de colores acompaña a otros símbolos traídos desde el otro lado. Arco, flechas, artesanías de varios pueblos y los nombres y rostros de aquellos hombres y mujeres que dieron la vida por defender la Amazonía. Ejemplos de vida que inspiran el actuar misionero de muchos y muchas.
Paty Blasco es una de ellas. Ataviada con la vestimenta de su pueblo shipibo konibo, falda negra con inconfundible iconografía en tonos blancos y camisa verde y con detalles rosados, la misionera de la Compañía de Jesús se muestra visiblemente emocionada. “Tengo muchas expectativas, ilusiones y esperanzas. Qué puedo decir, es un tiempo nuevo. Nunca pensé estar pisando estas tierras. Mi sueño era, más bien, estar en Iñapari trabajando en la frontera entre Brasil, Perú y Colombia. Para mí es una gracia de Dios estar aquí y espero representar bien al Perú y la Amazonía”, reflexiona sin saber que, dentro de un rato, derramará lágrimas de alegría.
Es tiempo de kiarós “que significa anuncio y denuncia”, tal y como explicaba durante la espera el misionero Fernando López. Se refiere a anunciar lo que la Amazonía tiene que enseñar y, al mismo tiempo, “denunciar todos los proyectos de muerte que tienen al ídolo dinero que acaba con los pueblos de la Amazonia y con el equilibrio sistémico del planeta poniendo en riesgo la vida de nuestros hijos y de los hijos de nuestros hijos”. Amazonizar la Iglesia, Roma y el mundo para aprender el principio de reciprocidad porque “una selva sin la otra no tiene solución, por eso damos la vida por defender la Amazonía”. Y ese mensaje, que Francisco ya conoce y que plasmó en 2015 en la ‘Laudato Sí’, vuelve a escucharse con más y más fuerza.
Se abren las puertas, el grupo continúa con cantos, carga su canoa e ingresa por un lateral de la Basílica. Superan las 60 personas. La Basílica, todavía en silencio, comienza a vestirse de Amazonía con los cantos. Los celulares y las cámaras echan humo, y eso que aún faltan unos minutos para que llegue Francisco. Antes que él, van entrando los padres sinodales. La mayoría de obispos ataviados de negro y púrpura. Otros, como monseñor Gerardo Zerdín, del Vicariato Apostólico de San Ramón, o monseñor David Martínez de Aguirre, de Puerto Maldonado, vistiendo, respectivamente, sus hábitos marrón y blanco que les identifican como frailes franciscano y dominico.
Y la hora se acerca. Se arma un círculo ante el altar y, a través de un pasillo humano, se abre paso a Francisco. El silencio se apodera del ambiente. No hay aplausos, sólo emoción contenida por escucharle. Decenas de celulares y cámaras le enfocan. Apenas una bendición de breves segundos y comienzan los saludos. Una hermana brasilera coloca una simbólica corona sobre el solideo. Abrazos, sonrisas, bendiciones. Con sumo respeto se dan los primeros pasos, rumbo a la salida y, con la ilusión de estar lo más cerca posible, con el deseo de recibir unas palabras de Francisco, unos y otros van acercándose. A su derecha le acompaña el cardenal peruano Pedro Barreto, quien no pierde detalle y se esfuerza por explicar al Papa quién es cada cuál, con qué pueblos trabaja, cuál es su labor en tierras amazónicas. Y, a pesar del protocolo, como hay costumbre en Francisco, queda espacio para la broma.
- Papa, yo soy Paulo, de Brasil. Soy de vocación jesuita.
- Y dime, ¿yo qué culpa tengo?
Aunque en el momento el humor argentino le ha dejado frío, Paulo luego explica que en realidad Francisco sí tiene culpa. “Él inspira, su ejemplo marca”, comenta. Con 24 años, esta experiencia es mucho más que un sueño. Porque ni él ni nadie espero nunca tener al Papa tan cerca, caminar junto a él, recibir su mirada y su humildad. Un Papa que hace tiempo que se montó en la canoa y navega, pese a la distancia, por los ríos amazónicos trayendo y llevando la esperanza de sus pueblos. Acompañándoles. Navegando juntos.
“Desde el primer momento el Papa Francisco colocó a los pueblos indígenas como interlocutores indispensables y privilegiados de este proceso y es una cosa que como CIMI siempre pensamos, que el protagonismo es de los pueblos indígenas y el respeto a su espiritualidad y su cultura, por eso estamos viviendo este Sínodo como una confirmación de lo que pensamos y estamos aquí para intentar acoger las conclusiones y llevarlas al territorio a partir de noviembre”. Es la reflexión de Luis Ventura, integrante del Consejo Indigenista Misionero (CIMI) de Brasil con la convicción de que dar la voz al indígena es lo prioritario. Se trata, en definitiva, de que ellos sean quienes piloten la embarcación para que todo fluya.
Una canoa que, por el momento, y junto la red, las flechas y la luz está en el Aula del Sínodo. Ahí estará hasta el próximo 27 de octubre para iluminar las reflexiones y no perder de vista el qué y los porqués de este Sínodo.