Foto referencial (Internet)
Por Cristian Miranda Quiroz, SJ *
A unos 1280 km de distancia de la “Gran Lima”, se encuentra una remota ciudad donde el rasgo más resaltante, incluso más allá de lo novedoso de la cultura Awajún y Wampís presentes en la zona, es la constatación del proceso de formación de una sociedad, la cual está en pugna por definir sus espacios culturales, económicos, políticos, entre otros aspectos. De manera más precisa, se puede observar que la mayor lucha es aquella que tiene que ver con la identidad de esta pequeña ciudad. Hace varios años viene atravesando la definición de su rostro, aquel que los presente frente a otras ciudades, a otras culturas con las que van entrando en diálogo de modo más constante, pero sobretodo frente al Estado Peruano, el cual parece que está presente; sin embargo, en muchos casos, parece envuelto de dudas y temores.
Este sorprendente “rincón” del Perú se llama Santa María de Nieva, capital de la provincia de Condorcanqui, en la Región Amazonas. En esta zona se encuentra la segunda etnia más grande del país, los Awajún (con más de 62700 personas), y tienen por vecinos a otra etnia, los Wampís, con quienes comparten episodios tanto de encuentro como de desencuentro a lo largo de su historia.
Sin embargo, aquello que impacta más es todo el proceso de diálogo y choque de dos culturas muy diferentes: por un lado, el pueblo indígena con su propuesta del Buen Vivir, su cosmovisión del mundo (integrando el medio ambiente a sus vidas), sus mitos, la defensa de su territorio ancestral, su propia lengua, la brujería, etc.; por otro lado los “apach” (todas las personas que no son indígenas amazónicos) con sus actividades comerciales, su agricultura, sus ideas de “desarrollo”, costumbres, lengua castellana y, cómo no, los efectos de la globalización, entre otras cosas.
En este sentido, para los indígenas resulta un desafío la posibilidad de ir integrándose a una sociedad más amplia, no tanto porque no sean capaces, sino porque se encuentran frente a una sociedad mayoritariamente hispanohablante que en la práctica los trata como ciudadanos de segunda categoría. Nuestra cultura “occidental” al parecer tiene poco interés en aprender o dialogar con el mundo indígena. Incluso algún ex candidato, recordado de manera ingrata en la Estación 6 y en la “Curva del Diablo”, ofreció cárceles en la selva, como si la selva estuviera vacía o inhabitada, o fuera zona de ríos y árboles únicamente. ¡Qué poco sabemos de la Amazonía!
Es probable que las referencias de muchos peruanos sobre la Amazonía sean lo bello y mítico, así como lo rico en flora y fauna de la misma; otros, un poco más informados, dirán que en estas zonas existen conflictos que están latentes, tanto por temas de petróleo y minería como deforestación. No obstante, estas referencias resultan aún muy superficiales; parecen dar cuenta del lugar, pero sólo lo describen pobremente.
Aparentemente, hemos aprendido a ponernos en contacto con los pueblos indígenas sólo a través de los conflictos socioambientales (como los últimos en los ríos Chiriaco y Morona), y muchos se indignan ante los daños que se generan al medioambiente y a sus comunidades. Sin embargo, existen otros aspectos de su cultura de los cuales prescindimos y que serían fundamentales en el esfuerzo por ser un país más integrado y unido.
Uno de ellos es la gran sabiduría ancestral que guardan y que bastante bien haría a nuestra ya mellada sociedad peruana. Por ejemplo, culturalmente cuentan con un sistema de representación mucho más democrático que el aplicado en nuestras instituciones, es así que un líder es elegido por su vocación a ser Pamuk (el mayor rango de liderazgo indígena) y por sus capacidades probadas. Es la población quien cuida que no use el poder para sí mismo sino para la comunidad, de no ser así es destituido de su cargo.
Como este ejemplo existen otros más. Pero, en estos momentos, lo importante es que como sociedad nos preguntemos si no es mejor cambiar la manera cómo nos ubicamos frente a los pueblos indígenas: como los que están en medio de los conflictos o como aquellos que, siendo tan distintos, tienen mucho que aportar al país. Quizás nos puedan proveer de nuevos paradigmas que nos ayuden a vivir cada vez de manera más armónica con los demás, con la naturaleza y con nosotros mismos. Ojalá lo hagamos, por el bien de todos.
* Estudiante jesuita residente en la misión de Santa María de Nieva (Amazonas)
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