La sangrienta confrontación ocurrió en un paraje remoto de espesa vegetación llamado la Curva del Diablo, donde los Andes se encuentran con la selva amazónica. Como un amargo punto de inflexión en el Perú moderno, se le conoció como el Baguazo, por su cercanía al pueblo de Bagua.
Antes del enfrentamiento del 5 de junio del 2009, miles de nativos armados con lanzas, algunos con los rostros embadurnados en pintura de guerra, se habían congregado para defender el bosque tropical contra lo que consideraban como una rapaz toma de tierra a manos de multinacionales sin alma.
Cuando todo terminó, 33 hombres estaban muertos. Un tercio eran manifestantes que bloquearon una autopista principal en la Curva del Diablo por semanas. El resto eran policías, hombres que tenían mucho más en común con sus asesinos que con los ministros de la capital costera de Lima que los habían despachado.
El documental peruano «El choque de dos mundos», que se estrena en Nueva York el miércoles y otras ciudades de Estados Unidos el próximo mes, antes de llegar a Perú en octubre, narra con apasionante urgencia la verdadera tragedia shakesperiana del Baguazo, una historia que aún no ha terminado.
Los grandes protagonistas son el líder indígena Alberto Pizango, a quien los cineastas siguen de cerca, y Alan García, el presumido y jactancioso presidente de entonces cuyo desdén abierto hacia los nativos les facilita a los realizadores pintarlo como el villano.
El filme, que este año ganó premios como el World Cinema Documentary al mejor primer largometraje en Sundance, fue dirigido por Heidi Brandenburg y Mathew Orzel, ambos de 35 años. Abunda en imágenes gráficas y dramáticas que los cineastas filmaron y recolectaron en repetidos viajes a la jungla, junto con la productora Taira Akbar, de 33 años.
El resultado es un drama vertiginoso: nativos indignados se movilizan en el interior; legisladores de oposición en Lima auguran un desastre luego que la mayoría pro García bloquea el debate para reconsiderar decretos legislativos que los indígenas rechazan como una usurpación de su tierra comunal para la extracción de petróleo, gas y madera.
García rechaza implacablemente la demanda de los manifestantes de revocar los decretos cuestionados. Afirma que los indígenas «no son ciudadanos de primera clase» en varios sermones que se perciben como racistas. La arrogante condescendencia de la élite limeña es tipificada por una periodista de radio que le explica a Pizango porqué debe poner fin al bloqueo de la vía. Cómo se atreven a poner en peligro el gas y la electricidad de la que la capital depende, los regaña al aire.
Un choque evitable entre enemigos implacables se vuelve inevitable.
La desvergonzada indiferencia de García por la voluntad de los habitantes de la selva amazónica ha manchado de sangre las manos de su gobierno, le dicen. Su primer ministro renuncia. Los polémicos decretos son revocados.
Los documentalistas siguen a Pizango en su exilio a Nicaragua, y recurren a sus propios fondos para mantener a flote su proyecto. Una primera dádiva y un apoyo de Sundance ayudan pero solo hasta el 2010 se aseguran un apoyo financiero importante de la Fundación Ford, dijeron a The Associated Press en una entrevista por Skype.
«Dijimos que íbamos a estar ahí el tiempo que tomara contar la historia», dijo Orzel. «No creo que nos percatamos de cuánto tiempo iba tomar».
Los cineastas se interesaron en el destino de la selva en el 2007, dijo Brandenburg, cuando vieron un mapa revelador de las concesiones de petróleo y minerales que cubría la Amazonía peruana.
Hoy, grupos indígenas de Perú siguen recelosos de las industrias extractoras y con buenas razones. Proyectos de extracción de petróleo, gas, palma africana y madera han seguido adelante — con o sin decreto — y las rupturas periódicas de oleoductos derraman de crudo en el Amazonas.
Un nuevo presidente pro-desarrollo asumió el cargo el mes pasado. Es demasiado temprano como para decir cómo lidiará con los nativos.
Pero la saga del Baguazo no termina.
Pizango y otras 51 personas han estado en un juicio dos años, acusados con crímenes que incluyen asesinato y rebelión por presuntamente incitar la masacre. Un veredicto podría conocerse incluso este mismo mes. Mientras tanto, ningún funcionario del gobierno de García (2006-2011) ha sido acusado de un crimen por ordenar a la policía a despejar la carretera en la Curva del Diablo.
Hacia el final de la película, Pizango aparece defendiéndose en una corte provincial, y se ve a Felipe Bazán conociendo finalmente el destino de su hijo, un policía que la última vez que fue visto fue capturado por manifestantes en el tumulto del Baguazo.
Bazán proporciona una elocuente conclusión para este doloroso filme.