Más de la décima parte de la población asháninka del Perú fue exterminada durante los peores años del terrorismo. Una hermana franciscana que vivió la época da su testimonio del horror.
El llamado ‘Holocausto asháninka’, uno de los episodios más trágicos y menos conocidos de la historia peruana reciente, no debe quedar en el olvido.
14:40|13 de noviembre de 2017.- El área principal de la casa hogar de la misión franciscana Santa Teresita de Puerto Ocopa ha quedado inhabitable. El sismo del último 13 de agosto resquebrajó las paredes de ladrillo y calicanto de esta construcción de más de 50 años. Sus ocupantes, 54 niños asháninkas huérfanos o en situación de pobreza, dejaron sus habitaciones y desde entonces tampoco usan el patio, que quedó regado de escombros. Cintas amarillas con indicaciones de peligro prohíben el acceso. La mañana del domingo en que la tierra tembló “los chiquitos salieron corriendo desesperados”, cuenta la madre superiora Nélida Vicente. Evoca, quizá sin proponérselo, épocas peores, cuando la muerte y el espanto eran cotidianos.
Puerto Ocopa es una localidad del distrito del Río Tambo, provincia de Satipo (Junín). Fue una de las zonas más castigadas por el grupo terrorista Sendero Luminoso (PCP-SL). Hacia finales de los años ochenta e inicios de los noventa asediaron a esta y otras comunidades asháninkas de las cuencas de los ríos Ene, Tambo y Perené, en la Selva Central del Perú, en la puerta de entrada al Vraem. Comunidades enteras fueron secuestradas y miles de nativos asesinados.
En medio de ese escenario de terror, la misión franciscana Santa Teresita resistió a Sendero y se quedó en el lugar ayudando a las víctimas. La casona, hoy golpeada por la naturaleza, fue entonces refugio de familias y de los niños que quedaban huérfanos.
El inicio del terror
“En el 87 llegaron los terroristas” recuerda la madre Benita, quien vive en la misión desde 1982. Cuenta que al principio los senderistas buscaban adoctrinar a la comunidad e integrarla a sus huestes. Varios creyeron en las promesas de justicia social y se unieron a sendero. La mayoría, sin embargo, los rechazó.
La religiosa relata un episodio que vivió junto al padre Teodorico Castillo, un corajudo franciscano que plantó cara al senderismo y que dirigió la misión desde 1957 hasta el día de su muerte en febrero de 2016. Una tarde de finales de la década de los años ochenta, un mando terrorista quiso obligar al sacerdote a que ice la bandera roja con la hoz y el martillo del PCP-SL en la misión. Ante la terca renuncia de Castillo, el senderista lo conminó a izarla solo por un momento. “He dicho que no, mátame aquí y envuélvame con mi bandera blanca y roja”, respondió el padre y vivió para contarla. “Esa era (la) estrategia para ir a decir al pueblo que nosotros hemos aceptado ser compañeros de los terrucos”, comenta la hermana.
Hacia inicios de los años noventa, las acciones de sendero empezaron a ser más agresivas. “Decían: “Está prohibido salir, está prohibido que venga avión, prohibido que reciban a la gente. Todo era prohibido”, cuenta Benita. También describe el pánico que sentía la comunidad: “Cuando se estaba celebrando la misa, antes de que toque la campana venían los terroristas y todos se tiraban de barriga en la capilla. Todos, grandes y chicos”. Otras veces, llegaban de noche: “Los niños se escapaban, llegaban con dinamita, por eso de miedo todos corrían a la banda (ribera del río) y se iban nadando. La madre (superiora) decía: “Por qué no vienen de día, por qué vienen a asustar a mis hijos”.
Holocausto asháninka
“En otra fecha los llevaron a todos al monte. Ahí es donde han vivido”, dice la hermana Delfina. Habla de los secuestros masivos, un sistema usado por los terroristas para sumar “masas de apoyo” a su revolución. Según la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR) Sendero Luminoso secuestró a unos 10,000 asháninkas. “En el monte”, los senderistas los sometían a condiciones de esclavitud. Sus llamados “Comités de Base” eran, en la práctica, campos de concentración. Los nativos realizaban trabajos forzados para alimentar a sus secuestradores, las mujeres eran violadas, y si alguien intentaba huir o no se adhería con sumisión al pensamiento Gonzalo, la ideología del ex cabecilla de Sendero Luminoso, Abimael Guzmán Reynoso, era ejecutado. En muchos casos, los asesinatos de los rebeldes debían ser presenciados o ejecutados por la propia familia.
“Allá los tenían con todo, con papá y mamá. Pero a cuántos papás o mamás los han matado los mismos hijos, porque les decían mata a tu mamá o a tu papá, ha dicho que quiere escapar”, narra la religiosa, quien escuchó historias como estas de los niños y adolescentes sobrevivientes que se refugiaron en la casa hogar.
El testimonio de un comunero asháninka de Puerto Ocopa recogido por la CVR revela, además, cómo el hambre los aniquilaba: “Ya no había que comer (…) a veces comían tierra los niños y bastantes morían. En algunos casos los difuntos eran arrojados en fosas comunes. Hacían hueco hondo, ahí los tiraban. Llegaron a vivir como chanchos, escondidos bajo el monte, durmiendo en el barro o comiendo sopa aguada».
Según la CVR, durante el llamado holocausto asháninka desaparecieron unas 40 comunidades y murieron 6 mil nativos, poco más del 10% de su población, que en 1993 se estimaba en 55 mil.
“Todos los días morían niños”
“A todos los que se llevaron, iban los ronderos y los militares a buscarlos, y los encontraban en grupitos pequeños, tres o cuatro, y los iban trayendo a la misión para refugiarse”, recuerda la hermana Benita. Era el año 1991, y en Puerto Ocopa, al igual que en otras comunidades de la provincia, se organizaban “Rondas Nativas”. Estos grupos resistieron los ataques senderistas con el apoyo del Ejército. También hicieron incursiones en territorio tomado por el enemigo para liberar a los suyos.
Según el Centro Amazónico de Antropología y Aplicación Práctica (CAAAP), en estas acciones conjuntas se rescataron a unos 2,800 asháninkas. La casa hogar Santa Teresita llegó a albergar a unos ochocientos, entre hombres, mujeres y niños. Los rescates, no obstante, no atenuaban la tragedia. Niños y adultos llegaban al refugio en estado de desnutrición o agonizantes y muchos morían, principalmente los más pequeños.
“Es como si hubiera pasado ahora, siento como si fuera recién, me da mucha pena. Enterrábamos de dos en dos a los niños, no había ningún día para descansar. Venían del monte, de todo tamaño los chiquitos, en sus hombros los traían los ronderos, enfermos (…) venían ya muriendo, en agonía; les dábamos en su boquita leche, gelatina, huevito, pero no podían. Algunos se podían sanar, y algunos se morían ya de lo que estaban débiles, desnutridos”, recuerda la madre Benita.
Y los que sobrevivían tenían que convivir con el recuerdo de sus padres muertos o del horror de los campos de concentración senderistas. “Pasarán varias generaciones para que se olviden, parecía juicio final todo lo que les han hecho”.
No hay olvido en Puero Ocopa
A más de 20 años de las peores épocas de la barbarie senderista, la pequeña comunidad de Puerto Ocopa luce vacía y silenciosa. Es el mediodía de un martes de septiembre de 2017 y por sus calles apenas transita gente. Las horas de escuela aún en curso y el intenso sol mantienen ocultos a casi todos sus 915 habitantes. Santiago Contoricón, un jefe asháninka que lideró la resistencia en los años del terror, asegura que menos del diez por ciento de ese número corresponde a los 1100 niños y adultos empadronados en 1989. “La mayor parte han sido muertos por Sendero Luminoso”, dice y precisa que la CVR identificó con nombre y apellido a más de 400. Los hijos de los sobrevivientes, y asháninkas de otras comunidades repoblaron Puerto Ocopa.
Contoricón también asegura que aún hay fosas comunes por desenterrar. “Hay como cinco o seis en los campamentos, todos con gente de Puerto Ocopa”, dice. Además, menciona a secuestrados que nunca volvieron: “Unas 40 mujeres asháninkas (aún están) en manos de (los remanentes) de Sendero Luminoso”, afirma.
Son casi las dos de la tarde del martes y las madres franciscanas de la Inmaculada Concepción preparan la comida para los niños que están a punto de regresar de la escuela. En el patio de la casona, que en la década de 1990 sirvió de campamento para los asháninkas refugiados, predomina el silencio como en casi toda la comunidad. La memoria de lo que pasó, de los que se fueron y de los que aún no vuelven, también prevalece.
En 2015 la ‘Brigada Lobo’, un grupo conformado por comandos combinados de las Fuerzas Armadas y La Policía, concretó los últimos rescates de asháninkas de los que se tenga noticia. Entre el 27 de julio y el 1 de agosto rescataron a 33 niños y 21 adultos en el sector 5 del Vraem (Río Tambo – Satipo), un área en control de los remanentes de Sendero Luminoso que lideran los hermanos Víctor y Jorge Quispe Palomino, camaradas «José» y «Raúl», quienes actúan en complicidad con el narcotráfico.
El entonces viceministro del Interior, Iván Vega, dijo que entre los liberados había “mujeres que fueron raptadas de un albergue de monjas ubicado en Puerto Ocopa hace varias décadas”. Ana, una de ellas, le dijo a la BBC Mundo que en su ‘campo de producción’ (el nuevo nombre de los Comités de Base) habían quedado unos cincuenta rehenes más.
El general PNP José Baella Malca, jefe de la Dircote, dijo que los menores recuperados, hijos de las mujeres asháninkas nacidos en cautiverio, representan un tercio del total que continuaría en manos senderistas. “Ya tenemos identificados otros campamentos en los que estarían encerrados los hijos de los principales mandos senderistas. Esperamos liberar a todos», dijo el 27 de julio de 2015 al diario La República.
Santiago Contoricón asegura que cinco hermanas suyas, secuestradas en la década de los años noventa, siguen en poder de los senderistas. En conversación con RPP Noticias confirmó que desde el 2015 no ha habido más operativos de rescate.