Ser mujer en la lucha por conservar los bosques

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Por Karina Pinasco

Por el 8 de marzo me animo a escribir acerca de la relación e importancia de la mujer en la conservación de los bosques y otros ecosistemas, a resaltar sus conocimientos, su compromiso y su valía en la defensa de los mismos; y a comentar cómo se convierte en un motor fundamental para enfrentar los desafíos que nos pone adelante el cambio climático.

Un artículo del Movimiento Mundial por los Bosques Tropicales (WRM por sus siglas en inglés) señala que “las mujeres tienen un papel fundamental en la conservación del bosque, cumpliendo tareas específicas dentro de las comunidades; y que la destrucción del bosque tiene sobre las mujeres impactos graves y diferenciados, más graves aún que los que afectan a los hombres; las privan de autonomía y las empobrecen. Las mujeres tienen muy poca influencia sobre la conservación y la gestión de los bosques, el papel de las mujeres es secundario en las luchas por el reconocimiento de esos derechos y, por consiguiente, merece más atención y apoyo”.

Es cierto que en un sistema patriarcal y machista como el nuestro pareciera que nuestra influencia es muy poca, pero eso es porque quienes hacen esa ponderación son hombres, y por lo tanto el valor, incluso en la percepción y en la visibilización se ve limitada. Soy una mujer que ha nacido y crecido en el bosque, llevo casi 30 años en esta lucha de conservar la VIDA, y estoy segura de que con gran influencia.

Mis mejores y mayores referentes sobre la gestión sostenible del territorio y el manejo de bosques son mi abuela y mi madre. Provengo, con orgullo, de una familia liderada por mujeres que no tuvieron miedo a afrontar la vida en el campo solas. Sé que para ellas no fue fácil, que tuvieron que lidiar con prejuicios y levantar la voz en una época donde las mujeres eran oprimidas, supongo que es esa sangre indígena que ha corrido por sus venas, y que yo no heredé en mi fenotipo, pero sí en la pasión por la VIDA en la Amazonía.

De ellas heredé la rebeldía que me hizo estudiar biología y la de dedicarme a organizar a gente para conservar bosques. Los prejuicios y las prácticas machistas tampoco me la hicieron fácil, empezando por mi padre que se ponía nervioso por mis revolucionarios pantalones cortados, mis pedazos de cabeza rapada en la universidad, mis viajes sola para conocer el Perú en esa época de terror. Una provinciana como yo en una Lima emergente necesitaba reencontrarse con su esencia, el Perú de adentro, ese que nos hace más humanos, más asertivos, más fuertes. En esos tiempos, por esos y otros “arrebatos” me gané el título de loquita, al menos con cariño.

Fotos: AMPA Perú

Ya de profesional, regresé a mi amada Amazonía con la convicción de trabajar por la conservación, pues de loquita pasé a loca, a mucha honra. Con mi mentora, mi madre, que me había demostrado que no había imposibles, que con visión y determinación todo se podía hacer, incluso por encima de los golpes bajos proporcionados por los hombres a nuestro alrededor que se sentían amenazados. Iniciamos juntas con nuestra área de conservación privada Pucunucho, 23,5 hectáreas de puro amor convertidas ahora en hábitat de especies endémicas y en peligro de extinción.

Luego vino el Manu y con eso mi segunda gran muralla: el trabajo con pueblos indígenas, además con dos temas a vencer, mi condición de mujer y la de amazónica con pelo claro –pues con la genética no se puede hacer mucho, en mi caso los recesivos mostraron la cara–. Llegaba a las comunidades y lo primero que me preguntaban era «¿y el ingeniero?». Doble esfuerzo para demostrar que era conmigo con quien trabajarían, además del recelo de las mujeres –a veces las mujeres somos nuestras peores enemigas–, ganarme la confianza de ellas siempre fue un esfuerzo adicional. El ser madre me dio la ventaja de hacerlo a través de los niños, y el gustarme cocinar con técnicas amazónicas fue el camino.Con el tiempo, agradezco porque aprendí que lo más importante en este trabajo y en este proyecto de vida son los vínculos de confianza que se forjan, solo eso hacen duraderos y sostenibles los procesos.

Con los años, fue momento de liderar procesos políticos de gestión del territorio, he sido una pesadilla para los que no soportan ver una mujer al frente, ni qué decir cuando entré en la gestión pública, esos comentarios sexistas que dan náuseas, ahí tu cerebro es una arma espectacular más aún cuando se tiene altas dosis de sarcasmo, poner en evidencia y más aún en público es ganarse enemigos y en una buena cantidad de ocasiones enemigas que defienden el statu quo. Este 2019 no es la excepción. El entorno hostil resulta ser una victoria cuando tienes las metas claras y sabes que lo que haces, lo haces con amor, compromiso y transparencia.

Fotos: AMPA Perú

A pesar de las dificultades, dedicar mi vida a esta fantástica misión me ha llevado a obtener el reconocimiento de artífice de la conservación en el premio Carlos Ponce del Prado, que de 23,5 hectáreas en Pucunucho saltáramos a la locura de comprometernos con 144.000 hectáreas en el Alto Huayabamba, y hoy por hoy apoyáramos a casi 1,5 millones de hectáreas. Si bien no es fácil el camino, tampoco es imposible. Pero ojo, este no ha sido un trabajo solo de mujeres, en esta aventura nos hemos embarcado hombres y mujeres maravillosos y maravillosas.

Creo con absoluta convicción que los roles de las personas, sin distinción de género, son importantes y vitales para la conservación de bosques, que cuando entendamos de que todos los que formamos parte de esta nuestra casa común somos claves y nos respetemos, encontraremos la armonía que tanto anunciamos en discursos. Así, el conocimiento fluirá y con él será posible la acción colectiva para encontrar y construir opciones más sostenibles que nos permitan convivir, conservar y manejar los bosques.

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Fuente: La Mula.pe

 

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