Los indígenas amazónicos invisibles en la capital

Pobladores awajún y wampis en Lima necesitan ayuda en esta crisis sanitaria por el Coronavirus. La Asociación del Pueblo Awajún en Lima – AJUTAP lanza un llamado luego de monitorear caso por caso y priorizar a aquellos que, por la emergencia, ya no pueden trabajar y no tienen qué comer. Son, por el momento, casi 150 personas pasando necesidad

Deyse Kajekui es una de las indígenas identificadas por AJUTAP porque vendía dulces en la calle y tiene niños a su cargo. Foto: Cedida

Deyse Kajekui es una de las indígenas identificadas por AJUTAP porque vendía dulces en la calle y tiene niños a su cargo. Foto: Cedida

Por: Beatriz García Blasco – CAAAP

14:00|31 de marzo de 2020.- Son miles y están en todos lados. Algunos, sin beca y gracias al apoyo sacrificado de sus humildes familias, que allá en la selva venden sus plátanos y yucas para apoyarles en su día a día, habían venido a estudiar. Otros, jóvenes padres de familia con oficios casi siempre ligados a la construcción, han buscado mejores oportunidades en la gran ciudad pero, mientras las encuentran, trabajan como informales “de lo que sale”. Ellos también son indígenas amazónicos, pero no se les ve. Viven en barrios humildes: Santa Anita, Ate, San Juan de Lurigancho, Chosica, San Martín de Porres… Y provienen de diferentes pueblos indígenas. Todos, los 51 pueblos originarios que existen a nivel nacional están, también, en Lima. Pero no se ven.

Esa gran población indígena urbana está, a menudo, ‘desconectada’, vive dispersa y, ante situaciones de emergencia, no encuentra cómo afrontar las dificultades. Un caso concreto es el de los awajún y wampís, dos pueblos indígenas oriundos de la selva de Amazonas. Provienen de la provincia de Condorcanqui (Amazonas) y, desde hace casi cuatro años, tratan de apoyarse y conectarse a través de la ‘Asociación del Pueblo Awajún en Lima – AJUTAP’. Son, a la fecha, más de 1.000.

Uno de ellos es Felipe Shimbucat. Él trabaja para el Estado, así que continúa sus labores desde casa y tiene la comida asegurada. Pero sabe que muchos de sus paisanos no tendrán esa suerte, así que con Matut Impi, que es docente, y Hermenegildo Espejo, que es lingüista, llevan varios días viendo cómo ayudarles. “Tenemos un padrón donde hemos identificado algo más de 140 personas que ya no tienen apenas nada, ni para el alquiler de sus cuartos ni para comer. Sabemos que, según el decreto, los pagos de los alquileres deben ser flexibles y comprensivos a lo que está ocurriendo, así que lo que más nos preocupa es el tema de los víveres”, relata Felipe a través del teléfono.

Grupo de jóvenes estudiantes que también se están viendo afectados. Foto: Cedida

Grupo de jóvenes estudiantes que también se están viendo afectados. Foto: Cedida

Entre los padres de familia muchos son soldadores, carpinteros, mecánicos, electricistas… Es decir, trabajan en obras y su pago era, antes de la paralización, diario o semanal. También hay jóvenes que, por falta de recursos, tuvieron que abandonar sus estudios y ahora se ‘recurseaban’ en la informalidad, en empresas dedicadas al plástico o de ayudantes en el rubro textil. En el caso de los estudiantes la raíz de su problema nace en las propias comunidades ya que, con el cierre del tránsito fluvial, sus familias ya no pueden ir a la ciudad para vender sus productos (plátano, yuca, pescado, maíz, frejol…) y les resulta imposible enviar “alguito” para esos hijos a los que, con tanto esfuerzo, están haciendo estudiar en Lima. Matut Impi ha sido encargada de elaborar ese padrón y conoce, uno a uno, cada caso.

Uno de ellos es el de Deyse, una joven madre de solo 25 años. Separada de su pareja, vive con sus hijos y sus hermanos en San Miguel, en un cuarto alquilado del que, hace unos días, le querían echar. Antes, vendía curichis y gelatinas en la calle y uno de sus hermanos trabajaba en una mueblería. ¿Y ahora? Nada. “Me cuenta que estos días han comido el pancito que algunos vecinos, generosos, les han ido dando”, relata Matut, “y tenemos también una señora que, uno de sus hijos, tiene habilidades diferentes”.

Afiche mediante el que solicitan la colaboración de empresas y personas para ayudar a sus paisanos. Foto: AJUTAP

Afiche mediante el que solicitan la colaboración de empresas y personas para ayudar a sus paisanos. Foto: AJUTAP

A pesar de que AJUTAP es una asociación awajún, en el padrón realizado para este fin más de la mitad son wampis. Son pueblos hermanos, de una misma provincia, de ríos cercanos y no pueden ni quieren ser indiferentes en estos momentos de necesidad. “Por ejemplo, hay como 20 wampís que viven juntos por Santa Anita”, detalla. El listado cuenta con nombres, apellidos, números de teléfono, comunidad de origen, dirección actual y situación laboral indicando, incluso, los lazos familiares entre ellos. Lamentan que, hasta la fecha, sus coordinaciones han sido en vano a pesar de que, incluso, han pedido el apoyo de sus respectivos alcaldes distritales, en Amazonas, quienes lógicamente están ocupándose de tratar de atender a la población local de la zona.

¿Y el bono? ¿Y las canastas?

pNo hay bono para ellos. “Tenemos un grupo en Whatsapp y, ahí, constantemente vamos informándonos unos a otros”, explica Micaela, “hasta el momento solo dos familias han resultado beneficiadas con el bono”. ¿Y los demás? Se desconoce el por qué. Sobre el reparto de víveres por sus respectivas municipalidades el desconcierto es parecido. Nadie sabe nada. “En la televisión indican que las municipalidades van a estar yendo a las casas, empadronando para identificar familias vulnerables pero, hasta el momento, todos nos cuentan que a sus cuartos alquilados no llega nadie”, lamenta la docente awajún.

¿Cuál es el pedido?

Necesitan víveres que garanticen, simplemente, el plato de comida en los hogares de sus hermanos mientras toda esta emergencia pasa y, cada uno, puede volver a su rutina. Una rutina muchas veces compleja para poder sobrevivir en la ‘jungla’ limeña pero, al fin y al cabo, una rutina que, con esfuerzo, les permite salir día a día adelante. Micaela Impi, como vicepresidenta de la asociación, está al frente de las coordinaciones. “Pueden llamarme directamente y, según lo que sea, se coordina donde poder entregar porque algunos de los paisanos viven en un mismo distrito y relativamente cerca unos de otros”, explica. Un número de teléfono, el 954 937 417, que todavía no suena demasiado. Pero los días pasan, y la situación se agrava.

Ojalá empiece a sonar desde ya. Porque los indígenas amazónicosestán en esta ahora desierta selva de cemento. Pero (casi) nadie les ve.

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