La luz vegetal existe, solo hay que aprender a verla. Está en todo. Más aún, en la selva. La megadiversidad amazónica no existiría sin la luz de la flora que se comunica alrededor.
Por: Luisa Elvira Belaunde
10:30 | 16 de abril.- Todos sabemos que las plantas dan sombra, pero algo que la inteligencia vegetal amazónica entendió desde hace tiempo es que también dan luz. En eso, y muchas otras cosas más, los pueblos amazónicos se adelantaron a la ciencia. La exposición non nimea yoinabo/Animales de nuestro bosque, curada por Gredna Landolt en el Centro Cultural Inca Garcilaso, es un generador de luz biológica.
La tecnología robótica de punta ha recientemente demostrado lo que desde años afirmaban las maestras shipibo-konibo del kené: las plantas tienen energía y esta se puede ver cuando desarrollamos instrumentos de percepción adecuados. ¿Será un mero cuento exótico? Ahora sabemos a ciencia cierta que es posible aprovechar los electrones y protones del proceso de fotosíntesis de las hojas para encender bombillas led.
La sala es pequeña, pero el fulgor que emana de los cuadros rebalsa las paredes.
Cuando vemos su luz, todos los organismos nos miran.
El tema es qué instrumentos de percepción requerimos para convencernos. Los ingenieros conectaron cables conductores de electricidad a las hojas y las convirtieron en ciborg-lámparas. Los shipibo-konibo se conectaron a las plantas por medio de dietas de alimentos. De esa manera se volvieron híbridos con olor vegetal y obtuvieron la visión de sus diseños. Soluciones diferentes, pero que conducen a conclusiones semejantes.
En la selva, tierra, río y cielo son hábitats impregnados de la fuerza fotoeléctrica de las plantas que se expande al enmarañado vital de los ecosistemas. Esto es lo que nos demuestran Shoyan Shëca y su hijo Inin Metsa cuando entramos en la sala de exposición y vemos millares de bombillas led en el kené de los ojos, las nervaturas y las ropas de un cautivante cortejo de organismos.
La megadiversidad amazónica no existiría sin la luz de la flora que se comunica alrededor.
Peces, venados, jaguares, manatíes, armadillos, tortugas, hongos, pájaros y sajinos, todos los seres son fotoconductores de la electricidad de las plantas. Viven energizados de luz vegetal y las formas de sus cuerpos son dibujados por los rastros que el kené deja en sus pieles, singularizándolos. Hasta el chullachaqui, que hace perder al mal cazador, vive envuelto en luz floral.
Es un experimento creativo que cuestiona incesantemente dónde comienza un cuerpo y donde termina el otro. Dónde se distingue una rama de un pico de ave, de una pata de venado. Dónde la figura se destaca del diseño que la viste.
Al salir de la sala de exposición, el espectador se lleva algo de esa hibridez generativa y sale encendido. Pintar kené es un proceso de electrificación y mirarlo también.
La maestría de Shoyan Shëca impresiona por la valentía de siempre plantear y refinar técnicas de figuración tan o más conceptuales que la abstracción. Aprendió a pintar con las mujeres maestras del kené y desde entonces camina con su hijo, Inin Metsa, buscando dar a ver en sus cuadros la ciencia amazónica que pocos habitantes de las ciudades saben o quieren honrar: la inteligencia foto-orgánica de las plantas de la que todos los seres vivos dependemos.
Cuadro de la portada: Tuyuyo. Shoyan Shëca 2023. Acrílico sobre lienzo 91 x 61 cm. La exposición Non nimea yoinabo/animales de nuestro bosque está en el Centro Cultural Inca Garcilaso del 21 de marzo al 21 de abril 2024.