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Monseñor Vizcarra fue párroco en la subprefectura de Mongo, en el Chad, África. También es conocida su labor pastoral en el vicariato de Jaén. Fotografía: Conferencia Episcopal.
Por: Emilio Camacho, vía La República
El 22 de febrero, Alfredo Vizcarra asumirá como nuevo Arzobispo de Trujillo en reemplazo de Miguel Cabrejos. En esta conversación habla de su experiencia en el África y en la selva peruana, atacada por la minería ilegal. También se refiere a la crisis de inseguridad en Trujillo y al impacto del caso Sodalicio en la jerarquía del catolicismo peruano.
La mayor parte de su carrera como pastor la ha hecho en medios rurales, sobre todo en el África. ¿Cómo llegó a ese lugar tan lejano?
Bueno, todas estas cosas yo no las he buscado, simplemente son propuestas que se presentaron en mi vida y a las que yo manifesté mi disponibilidad. Así me fui al África, porque había necesidad de los jesuitas. Se debía reemplazar a los hermanos franceses.
¿En qué país estuvo?
Estuve en el Chad.
¿Siente que esta experiencia en medios rurales, en el África, incluso ahora mismo, en la selva, le da una mirada distinta para trabajar en una urbe tan grande como Trujillo?
Lo que creo es que esta experiencia, sobre todo la chadiana, me ha capacitado para la adaptación, me ha dado una cierta flexibilidad y capacidad de estar dispuesto a escuchar y a conocer miradas de distintos ángulos, porque lo de África fue un cambio muy fuerte. Tuve que hacer el esfuerzo de aprender el árabe, de vivir en situaciones difíciles. Yo estuve todo el tiempo en el Sahel, o sea en el semidesierto. Son mundos muy diferentes, con comportamientos y abordajes de situaciones humanas desde otras perspectivas. Hay que hacer un ejercicio de desmontar nuestra mirada para entrar en el mundo de ellos y entender por qué es que hacen las cosas.
Usted llega a un escenario muy complicado. Trujillo hoy es una ciudad asediada por la violencia criminal. ¿Cómo puede ayudar la Iglesia católica en esta situación?
Es una pregunta bien difícil, porque, por un lado, no me corresponde directamente, no tengo autoridad o poder de decisión para buscar caminos de respuesta a este problema. Lo que sí creo, como lo he dicho antes, es que estaré dispuesto a colaborar. Además, creo que no basta con tener un enfoque represivo para estos problemas. Estas cosas no surgen así nomás. Tienen sus causas, hay situaciones sociales que van degenerándose. Y, además, hay situaciones de corrupción, de falta de presencia del Estado, que va permitiendo cada vez más que las cosas degeneren.
La violencia que hay en zonas de Trujillo tiene su origen en economías fuera de la ley, como la minería ilegal, que usted ya ha visto en Jaén. ¿Qué es lo peor que traen este tipo de economías?
Bueno, estamos en una situación muy crítica. Todo el territorio del vicariato (de Jaén), que comprende dos provincias de la región de Cajamarca: Jaén y San Ignacio; una provincia de la región de Amazonas, que es Condorcanqui; y dos distritos de la provincia de Bagua, en la región de Amazonas; todo eso está invadido por la minería ilegal. Y es desastroso, no solamente por el perjuicio que está causando a la naturaleza. Teníamos aquí el río Chinchipe, que cuando no llovía era limpio y cristalino. Bueno, eso ya no lo vemos. El año pasado, solamente vimos un río Chinchipe marrón, por la contaminación. Y hay otras situaciones. Los estudiantes no están yendo al colegio por irse a la mina. Los peones igual, porque les pagan 400 soles por cuatro horas de trabajo. Y todo se está viendo desde un punto de vista inmediatista y económico. Entiendo las necesidades, pero el precio que se paga es muy fuerte y va generando una cadena de eventos nocivos. Si aparece la mina, por ejemplo, allí ya está la cantina y la prostitución.
Ahora le va a tocar una situación similar en Trujillo, con lo que ocurre en Pataz.
Así es. Ahí se suma, además de todo lo que hemos nombrado, la violencia de grupos armados. Aquí no estamos todavía con ese problema, aunque algunas cosas ya han sucedido. Y la pregunta es: ¿Y dónde está el Estado? ¿Cuál es la política de desarrollo para la selva? Eso nos preguntamos los obispos.
Su llegada a la arquidiócesis de Trujillo se da en un momento complicado para la Iglesia católica. Se han tomado decisiones sobre el tema del Sodalicio. Recién se ha sancionado a esta organización y también se ha suspendido a algunos religiosos por este tema. ¿Usted siente que la Iglesia pudo haber tenido una mejor respuesta a las denuncias de las víctimas contra este grupo?
Es muy delicado. Puedo dar una opinión y quizá sea injusto con nosotros mismos, pero no es en el afán de querer quedar bien con las víctimas o con la gente. Había una especie de ignorancia sobre el tema y no tuvimos una iniciativa como obispos y, bueno, se dejaron las cosas en el ámbito de la jurisdicción concernida y ya. Y luego no supimos más, no hubo una iniciativa de querer conocer más y ver esto como un problema de la Iglesia y no únicamente de una parte, porque esto toca a toda la Iglesia, no únicamente a sus autoridades. No tuvimos la iniciativa suficiente para atender a las víctimas. Hicimos cosas, pero no ha sido suficiente. Y esto es un mea culpa, con mucho dolor, porque el daño que se ha provocado a las personas afectadas directamente y a las familias ha sido muchísimo.
¿Usted siente que la salida de su antecesor, Monseñor Cabrejos, se debe a esta situación? Se dice que él, cuando fue presidente de la Conferencia Episcopal, no atendió los reclamos y los pedidos de las víctimas.
No puedo decir algo con certeza sobre esto, sinceramente. Yo no podría decir si los atendió o no los atendió, no lo sé. Yo sí creo lo que acabo de decirle hace un momento. Se han hecho cosas. Desde aquí se ha informado muchísimo al Vaticano y eso está muy bien, pero es de cara al Vaticano. Pero de cara a la población peruana, a las víctimas, también se hizo, porque se les ha escuchado, pero como dije antes, de manera insuficiente. Debimos interesarnos más, conocer más a fondo el tema, y eso no lo hicimos.
Entrevista original: La República