El equilibrio alterado: Pandemia y destrucción de la naturaleza

Ilustración: Lorenzo Médici

Ilustración: Lorenzo Médici

Por: Débora Oddo

Politóloga por la University of Bristol y colaboradora en el CAAAP

18:30|25 de marzo de 2020.- Tenía siete años cuando escuché por primera vez que la vida en el planeta Tierra está conectada e interrelacionada como una cadena. Si solo se rompe un anillo, se rompe toda la cadena y poco a poco se destruye el ciclo biológico.

Hoy en día, estamos enfrentándonos con la actual pandemia provocada por el nuevo coronavirus (SARS-CoV-2, antes definido COVID-19[1]) y nos sorprende que esto esté ocurriendo;sin embargo, “dado el tipo de daño que estamos haciendo al medio ambiente, me sorprende que no haya muchas más epidemias” (Quammen, 2020). Actualmente se realizan diversas hipótesis sobre el origen de este virus, pero ninguna está comprobada. La única certeza es que detrás de la propagación de esta nueva enfermedad están las implicaciones de la nueva era geológica en la cual estamos: el “Antropoceno”[2], o sea la “Edad de los Humanos”, es decir, el impacto que las actividades humanas provocan sobre el planeta sometiéndolo a cambios radicales. De hecho, el 75% del medioambiente terrestre y el 66% del marino se han modificado significativamente y alrededor de un millón de especies animales y vegetales se encuentran en riesgo de extinción (IPBES[3], 2019). En base a un nuevo reportaje de WWF Italia (2020), las transformaciones en el uso de la tierra y la destrucción de los hábitats naturales se consideran responsables de, al menos, la mitad de las zoonosis emergentes. El “spillover” es el término con el cual David Quammen ha definido este desborde de nuevas enfermedades infecciosas a nuevas especies, transmitidas de animales a humanos.

Entonces, por un lado, la pérdida de biodiversidad, incluyendo los daños hechos a la diversidad y riqueza de los ecosistemas, las especies y la genética, y, por otro, el comercio legal e ilegal de animales salvajes vivos y partes de ellos. La perturbación de los bosques tropicales, el comercio y el contacto directo con partes de animales a través del intercambio de líquidos exponen al contacto con virus u otros patógenos, que encuentran en los humanos nuevos huéspedes. Además, la creación de sistemas más simples (esto es, menos biodiversos) y los consecuentes hábitats artificiales, pobres en naturaleza y con alta densidad humana pueden facilitar la difusión de estos tipos de enfermedades virales. “Hay innumerables patógenos que siguen evolucionando. […] El riesgo de un spillover, siempre ha estado ahí. La diferencia entre ahora y hace unas décadas es que probablemente las enfermedades surjan tanto en entornos urbanos como naturales. Hemos creado poblaciones densamente pobladas donde junto a nosotros hay murciélagos, roedores, aves, mascotas y otros seres vivos. Esto crea una intensa interacción y oportunidades para que las cosas se muevan de una especie a otra” (Vidal, 2020).

En la Amazonía peruana, los sitios deforestados- en comparación con los bosques todavía intactos- tienen una mayor densidad de Anophelesdarlingi, el más eficiente de los mosquitos locales en la transmisión de la malaria. También su urbanización incontrolada se ha asociado a los virus transmitidos por los mosquitos en esta zona (WWF Italia, 2020). Por supuesto, nuestra Amazonía es un ejemplo que bien viene al caso. Actualmente, se enfrenta con actividades como la tala, minería,  construcción de carreteras, la rápida urbanización y el crecimiento demográfico que llevan a la gente a un contacto más estrecho con la vida silvestre, aumentando el riesgo de enfermedades. A pesar de las continuas amenazas, esta selva tropical se mantiene como uno de los lugares más biodiversos del mundo, habitado milenariamente por poblaciones indígenas ancestrales que han sido capaces de aprovechar de forma sostenible los recursos disponibles, gracias a un profundo conocimiento de su múltiple variedad biológica y su funcionamiento ecosistémico.

Después de haber sido llamados con apelativos como “salvajes” y “perros del hortelano”, es evidente ahora más que nunca cómo los pueblos indígenas han demostrado ser los mejores dueños y guardianes de los territorios y la biosfera. No me parece ninguna coincidencia el hecho de que los ecosistemas amazónicos sean tan ricos como lo son hoy en día. La manera de vivir de las diversas culturas indígenas es la prueba tangible del éxito que han tenido al interrelacionarse en equilibrio con su entorno. En particular, la idea misma de “desarrollo” en el sentido occidental no existe en las cosmovisiones indígenas, las cuales no entienden perseguir la satisfacción de necesidades a través de la posesión de bienes y el disfrute de servicios. Al revés, existe una concepción holística sobre lo que debería ser el propósito de los seres humanos: conocer y manejar los elementos materiales y espirituales, manteniendo una “vida armónica” (Viteri Gualinga, 2002). En las palabras de Zebelio Kayap, del pueblo Awajún de la Amazonía peruana: “Desde hace miles de años, nosotros hemos conservado nuestro territorio y la biodiversidad ecológica. […] Si el Estado interpreta su territorio de manera unilateral, nosotros lo expresamos de manera holística: el territorio en su composición ambiental, social, cultural y tecnológica, si no está respetado por el propio sistema de gobierno y ‘crecimiento económico’ acaba por ser atropellado junto con los varios derechos, colectivos o individuales que sean” (Oddo, 2019). 

El mencionado reportaje de WWF Italia (2020) explica dos de los efectos positivos de la riqueza y abundancia de la biodiversidad e importancia de bosques inalterados. El efecto “dilución” se refiere a la situación donde, en un ecosistema con una rica comunidad de posibles huéspedes (animales en los que un virus u otro organismo pueden reproducirse), un patógeno tiene menores probabilidades de encontrar un huésped en el que pueda multiplicarse fácilmente y desde el cual pueda propagarse utilizando otro animal “vector”. En un escenario de animales diferentes es más factible que el organismo patógeno termine en una especie inadecuada que funcionará como una “trampa ecológica”. Estudios recientes sugieren que el efecto de dilución puede explicar la reducción de la transmisión de la malaria en diferentes regiones de la Amazonía brasileña. Además, se puede contar con el efecto “co-evolutivo”: de hecho, cuando destruimos los hábitats, los fragmentos de bosque que quedan actúan como islas, donde los microbios y sus animales huéspedes se diversifican rápidamente, aumentando así que la probabilidad de que uno o más de estos microbios sean capaces de infectar el hombre, propagando y creando epidemias.

Entonces, nuestro mejor antivirus es representado por los bosques (Ilustración 1): de hecho, en un bosque íntegro, los virus están en equilibrio con el entorno y las diversas especies (lado izquierdo de la imagen); en un bosque degradado, los virus encuentran nuevas especies y se expanden, generando epidemias (lado derecho).

Ilustración 1- Bosques: Nuestro Antivirus (WWF Italia, 2020)

Ilustración 1- Bosques: Nuestro Antivirus (WWF Italia, 2020)

Ahora, los esfuerzos a corto plazo están enfocados en contener y frenar la propagación del virus. En esto, el trabajo y la determinación de científicos de laboratorio, profesionales sanitarios y productores de bienes esenciales (como mascarillas) -entre otros- son fundamentales para conseguir salir de esta pandemia en curso. Sin embargo, a largo plazo tenemos que revisar los enfoques actuales de planificación urbana y bienestar socio-económico. Las inversiones deberían dirigirse hacia una educación y concientización de la importancia de la Madre Tierra. Cuando salgamos de esta pandemia, no deberíamos volver a nuestra “normalidad”. Es esta normalidad la que nos ha llevado a este lío. Es nuestra misma interferencia la que ha creado este daño. Básicamente, la más alta probabilidad de transmisión no es otra cosa que el resultado de una de las externalidades negativas, de los costos ocultos del desarrollo económico humano que hemos buscado y que ahora estamos pagando.

Asimismo, hay que destacar que indignarse por la destrucción y la degradación que se nos muestra no es suficiente. La cruda realidad es que no nos damos cuenta de que nosotros mismos somos los responsables de ese mecanismo. Cuando culpamos al traficante de madera o de oro, a la empresa petrolera y al agricultor o ganadero de turno, de verdad deberíamos apuntar el dedo en contra de todos nosotros y nosotras también, o mejor en contra del estilo de vida que hemos elegido. Es nuestra demanda de madera, minerales y recursos la que lleva a la degradación de los paisajes y a la alteración ecológica que impulsan las enfermedades.

Un cambio es crucial. Todos deberíamos aprender y dialogar con el estilo de vida de los pueblos indígenas y su armonía con el bosque. Nuestros hermanos y hermanas indígenas de la Amazonía nos pueden enseñar el arte de vivir en la Tierra sin destruirla y respetando el sencillo equilibrio de la Naturaleza. Nuestra salud, nuestra vida depende de esto.

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[1] De hecho, La Organización Mundial de la Salud (OMS) identificó el nombre definitivo de la enfermedad en COVID-19, acrónimo inglés de COronaVIrus Disease-2019. El Comité Internacional sobre la Taxonomía de los Virus (ICTV) le dio el nombre final de SARS-CoV-2 (Síndrome Respiratorio Agudo Severo-Coronavirus 2).

[2] A pesar de que existe un gran consenso entre los científicos, el concepto de Antropoceno todavía no ha sido aprobado por la Unión Internacional de Ciencias Geológicas (IUGS).

[3]Intergovernamental Science-Policy Platform on Biodiversity and Ecosystem Services de la Organización de NacionesUnidas.

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Bibliografía

– Fazio, F. (2020), Entrevista a David Quammen, Che tempo che fa, <https://www.youtube.com/watch?v=vEmml7f1R7k> (marzo 2020)

– Di Marco et al. (2020), “Sustainable         development must account for pandemic risk”, PNAS, 117 (8), <www.pnas.org/cgi/doi/10.1073/pnas.2001655117 P> (marzo 2020)

– IPBES (2019), Global Assessment Report on Biodiversity and Ecosystem Services. <ipbes.net/global-assessmen> (marzo 2020)

– Oddo, D. (2019). Entrevista a Kayap, Zebelio. Comunicación personal. Lima:2 de julio de 2019.

– Vidal, J. (2020), “‘Tip of the iceberg’: is our destruction of nature responsible for Covid-19?”,The Guardian, <https://www.theguardian.com/environment/2020/mar/18/tip-of-the-iceberg-is-our-destruction-of-nature-responsible-for-covid-19-aoe> (marzo 2020)

– Viteri Gualinga, C. (2002), “Visión indígena del desarrollo en la Amazonía”, POLIS Revista Latinoamericana (3)

– WWF- Italia (2020), “Pandemie, l’effetto boomerang della distruzione degli ecosistemi. Tutelare la salute umana conservando la biodiversità”, por Pratesi, I. <https://d24qi7hsckwe9l.cloudfront.net/downloads/biodiversita_e_pandemie_16marzo__1_.pdf> (marzo 2020)

 

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